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Cuba en la encrucijada: A pesar de Saturno

El totalitarismo no es otra tiranía más. Es aquella que ahoga hasta el último estertor cualquier gesto libre, cualquier intento espontáneo.

Ruinas y destrucción en Cuba © CiberCuba
Ruinas y destrucción en Cuba Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 3 años

En estos días de protestas, proclamas y linchamientos, he visto gente en Cuba dañar a sus seres queridos. Falsear hechos y culpas, anclando su país en un pasado muerto. Con discursos muertos. Repetir las mentiras de un poder que no atiende sus necesidades, pero que cada vez que lo necesita les convoca. Todo en nombre de un ismo agotado.

He visto padres, por temor o fanatismo, regañar a sus vástagos rebeldes. Ignorando el país real, derruido, rabioso y convulso. Emplazar autoritarios a los jóvenes, sin mirarles a los ojos. A veces con un quiebre en la voz o desde la frialdad del ciberespacio.

Esos padres culpan a sus hijos por enfrentar sus miedos. Miedos añejos, heredados de sus progenitores. Les advierten por la irreverencia de soñar, por intentar -en una tribuna propia- un mejor destino. Son hijos que rechazan el miasma totalitario que inunda cada rincón, físico y espiritual, de la nación.

Porque el totalitarismo no es otra tiranía más. Es aquella que ahoga hasta el último estertor cualquier gesto libre, cualquier intento espontáneo. Que corrompe todo lo que le resulta ajeno y desafiante. El totalitarismo es un ente que usurpa y zombifica el cuerpo de una criatura que crece.

Llamémosle a esa criatura “revolución”, “liberación” o “despertar popular”. Cuando el zombi ocupa el lugar del niño, el totalitarismo ha prevalecido. Así ha sucedido, una y otra vez, desde hace un siglo. Como recordaba, profética, Hannah Arendt: el revolucionario más radical se convertirá en un conservador el día después de la revolución.

El totalitarismo es un sueño necrótico. Del totalitarismo no nace nada, o, si algo produce, será aberrado y muerto, como el monstruo de Frankenstein. Todo lo que nace de valor dentro del totalitarismo, es porque lo enfrenta. Porque niega su lógica, sus vicios y sus rutinas.

Al totalitarismo no lo define la violencia física y masiva. El colonialismo y el imperialismo poblaron el mundo de sepulturas, hace siglos. Pero el totalitarismo es otra cosa. Es la anulación de la comunidad auténtica, en pro de la unidad impuesta. La suplantación de la realidad, en nombre de una mentira luminosa. La perversión del presente, sometido a un futuro que no llega. Todo eso -multiplicado en la tragedia de millones de existencias- es la esencia totalitaria. Es la del país oficial, burocrático y analógico…que no da cabida a la nación alternativa, diversa y digital.

Ante ese empecinamiento despótico, mayores, se alzaron ahora sus retoños. Sus hijos no quieren otra cosa que ser felices con ustedes. Crecer y que envejezcan a su lado. Solo eligieron el milagro de la acción, antes de la miseria de la sobrevivencia. En ellos va todo lo bueno que ustedes sembraron. Toda la chispa que ustedes, alguna vez, tuvieron. Acepten que la tristeza, la rabia y el chantaje no merecen un solo rincón de nuestras almas.

Y, cuando estén a solas, piensen en qué ha generado este dolor. Cuál es el Saturno que ha devorado a sus mejores hijos. Robando la esperanza de un hoy digno y un mañana deseable. Piensen en eso y no reprochen más a sus hijos. Porque estos, pese a todo, eligieron desandar sus propios pasos. Y no han dejado de amarlos. Acompáñenlos, pues, desde el respeto y la empatía.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Armando Chaguaceda

(La Habana, 1975) Politólogo e historiador Especializado en el estudio de los procesos de democratización y 'autocratización' en Latinoamérica y Rusia.


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