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El poder de elegir

La celebración periódica de comicios opera como un freno a la mala política y un premio a la buena gestión. En ausencia de votos, solo cuentan las balas para cambiar, violentamente, a quienes detentan el poder. 

Consignas del castrismo en fachada destruida © CiberCuba
Consignas del castrismo en fachada destruida Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 3 años

“A los políticos, como a los pañales, hay que cambiarlos periódicamente. Por la misma causa” Refrán Anónimo

Las crisis mundiales de la democracia representativa -hasta la fecha, la única realmente existente- ponen en tela de juicio sus principios y mecanismos de funcionamiento. Entre estos últimos destacan las elecciones. Algunos las consideran formas caras e ineficaces para conseguir un buen gobierno. Ese juicio es un tema constante en el discurso de populistas y demagogos, aún de aquellos que llegaron al poder por la vía electoral. Pero en la historia humana no hemos tenido mejores vías que las elecciones para darnos, en paz y civilidad, autoridades que dirijan los destinos de la nación. Lo demás son alzamientos, golpes de estado y guerras civiles. Con finales por todos conocidos.

A los políticos democráticos, la elección les pone a competir -en su condición de candidatos a gobernantes- en la búsqueda del voto popular. Si resultan electos, los incentiva a cumplir con el mandato de su electorado, para conservar su apoyo político y evitar sanciones. Al mismo tiempo, sus oponentes les vigilarán buscando incumplimientos o errores en su gestión, buscando tener una ventaja usable en una futura elección.

A los ciudadanos, los comicios les ofrecen el mejor modo de sustituir, pacíficamente, a cualquier partido o candidato que haya gobernado de forma abusiva o ineficaz. La celebración periódica de comicios opera como un freno a la mala política y un premio a la buena gestión. En ausencia de votos, solo cuentan las balas para cambiar, violentamente, a quienes detentan el poder.

En el mundo actual, las elecciones constituyen una fuente de legitimación de las autoridades y, en sentido más amplio, de la democracia. Como ha indicado el profesor José Antonio Crespo, la legitimidad supone la aceptación mayoritaria, por parte de los gobernados, de las razones y derecho que poseen los gobernantes para detentar el poder. También los comicios son vías para calibrar y renovar el apoyo al sistema político que les cobija. Las elecciones son, entonces, una suerte de termómetro de la calidad y compromiso democráticos de gobernantes y gobernados.

Voces autorizadas como la del politólogo Adam Przeworski defienden la importancia de las elecciones como modo de procesar, con relativa paz, los conflictos inherentes a cualquier sociedad, compuesta siempre esta por personas, grupos, valores e ideas diversos y a veces contrapuestos entre sí. El experto ha recordado que las elecciones libres cubren apenas una pequeña parte de la historia política de la humanidad: entre 1788 y 2008 se celebraron 3 mil elecciones, de las cuales apenas una quinta parte trajo como consecuencia la derrota de los titulares del poder.

Hay grandes diferencias entre elegir en comicios competitivos entre varias opciones -como hacemos en buena parte de Occidente- y meramente votar por una fórmula en elecciones no competitivas, como las de Venezuela o Cuba, Irán o Rusia. Las elecciones son competitivas cuando su resultado no implica la desaparición -política o física- del perdedor. Cuando lo único que se arriesga es quién gobernará por un período fijo, sin amenazar los intereses, valores y posibilidades de competir y participar de sus oponentes. Pero incluso en aquellos casos de votación autoritaria, Przeworski insiste que los gobernantes tienen cuidado y temor ante cualquier conflicto o señal de desgaste que impacten en la votación. Las elecciones, por tanto, siempre importan.

En Iberoamérica existe una larga tradición republicana. Siempre hemos tenido elecciones y constituciones, si bien en varios momentos de nuestra historia estas no han sido respetadas por diversos actores políticos, tanto del gobierno autoritario como de la oposición radical. Pero la ciudadanía siempre ha luchado por que su voz prevalezca. Contra dictaduras militares y golpes de estado. Contra el poder personal y eterno de un caudillo.

Una cultura política democrática, acostumbrada a la realización libre y periódica de elecciones competitivas, nos lleva a desconfiar de cualquier político o partido cuyo discurso sea arrogante, autoritario y centralizado. No importa si esa persona u organización llegó al poder con una mayoría de votos y alguna promesa de defender las causas justas y los intereses populares, como sucede con los candidatos populistas. Porque si no hay contrapesos institucionales, frenos legales y renovación periódica al poder de los gobernantes, poco a poco se llegará a la arbitrariedad.

Está en nuestras manos impedirlo, con la participación consciente y masiva en las elecciones allí donde hay democracia. De modo que llevemos a nuestros espacios y cargos de representación popular en el poder público, a personas, partidos y propuestas capaces de defender la república y responder a las demandas de millones de ciudadanos. Pero también las elecciones pueden ser útiles en el uso inteligente que, como ha demostrado la campaña del opositor ruso Alexei Navalny, se haga de la movilización y voto protesta allí donde los comicios son mecanismos de legitimación de un poder autoritario.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Armando Chaguaceda

(La Habana, 1975) Politólogo e historiador Especializado en el estudio de los procesos de democratización y 'autocratización' en Latinoamérica y Rusia.


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