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¿Qué queremos que haga Biden con Cuba?

Escuchen la voz de todos los cubanos, no sólo de los que bailan a su ritmo. Queremos más. Queremos el muerto delante (los derechos) y la gritería detrás (el levantamiento del embargo). No volverán a tomarnos el pelo como lo hicieron con Obama; como lo hicieron con todos.

Vista del Capitolio de La Habana, durante el toque de queda. © CiberCuba
Vista del Capitolio de La Habana, durante el toque de queda. Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 3 años

El Partido Comunista de Cuba ha iniciado una campaña contra Estados Unidos en sus medios de comunicación. Hoy, más que nunca, la propaganda del Gobierno de Díaz-Canel necesita agarrarse al enemigo externo porque es más cómodo pensar que la culpa de todos los males de nuestro país la tienen otros a asumir que la nación ha entrado en coma y no se ve luz al final del túnel.

También es más fácil suponer que hay una maquinaria ideológica en Estados Unidos monitoreando a la prensa que no le hace el juego al Partido Comunista. ¿Qué pasa con CiberCuba que no recibe dinero de ningún partido ni de ningún Gobierno pese a las mentiras que vomita el noticiero? ¿Qué pasa con el Cenesex de Mariela Castro que también ha recibido subvenciones de las mismas instituciones que sostienen a gran parte del periodismo independiente cubano? Pincharon hueso.

A los dinosaurios del Departamento Ideológico del PCC se les hace difícil entender que el miedo ha dejado de paralizar a mucha gente en Cuba que piensa, opina, critica y se manifiesta por aquello en lo que cree sin que nadie les pague por alzar su voz. No hay dinero, hay ansias de prosperar; de decir en voz alta lo que hasta hace poco sólo se soltaba entre amigos.

Esos mismos dinosaurios han pasado por alto que Donald Trump ya no está y que las consignas que le dedicaban a él deberían al menos adaptarlas al perfil demócrata de Biden. Nadie busca un acercamiento sincero lanzando piedras al vecino.

Es más fácil presuponer que quienes hoy alzan la voz en Cuba, lo hacen con un cheque en la mano. Esa es la manera tramposa que tienen los dinosaurios de justificar ante sus superiores la ineficiencia de un aparato de comunicación que huele a viejo, es arcaico y quedó anclado en el siglo pasado.

La única manera de ocultar la virtud colectiva de asestar el dardo en la palabra es achacando ese éxito a un estado con muchos más recursos que el cubano y también con mejores universidades y centros de debate y reflexión. Quieren que sus jefes crean que no compiten en justa lid.

En su infinita impotencia, los ideólogos de la Cuba en ruinas defienden una única autenticidad (la suya) dentro de la nación. Y esa autoproclamación, entienden ellos que les da legitimidad para llamar "complejidades" a la terrible crisis económica que viven las familias cubanas por cuatro factores fundamentales que el economista Carmelo Mesa-Lago ha resumido en una entrevista concedida a este diario: la ineficiente gestión estatal durante 62 años, el recrudecimiento de las sanciones a Cuba durante la Administración Trump, el coronavirus y la ruina de Venezuela, que nos ha dejado tirados como lo que somos: su sanguijuela.

Ya cansa la evasión de la realidad que hace el Gobierno cubano cuando llama forma de trabajo no estatal, a la iniciativa privada; anticubanos, a los que no comulgan con el Partido Comunista; mercenarios a los que defienden derechos humanos fundamentales como la libertad de expresión, de reunión y de asociación; presuntos artistas a quienes protestan frente al Ministerio de Cultura; terroristas, a quienes reclaman el cierre de las infames tiendas en MLC, denominadas así para esquivar su nombre real (tiendas en dólares). Huyen de una nomenclatura que les duele porque cuestiona el contrato social cubano y deja su legitimidad a la altura del betún de nuestros zapatos.

No da en la diana quien tacha de presuntos raperos a quienes rapean en Patria y Vida. Les duele el jonrón de una canción que está a punto de llegar a los 2 millones de visualizaciones sin que la maquinaria obsoleta de la intelectualidad afín al inmovilismo haya conseguido hacer algo ya no mejor, sino parecido. Una conga en tiempos de música urbana es como elegir un streptease de José Ramón Machado Ventura para competir con la imagen de Yotuel Romero.

Están desfasados. Y por eso la vuelta a la violencia ridícula de los actos de repudio. Es así como el Gobierno cubano maneja la diferencia: a grito limpio, a golpe de consignas. Han asumido la chusmería por bandera. Quien no tiene argumentos, necesita gritar para imponer sus razones.

Estados Unidos no puede resolver los problemas de los cubanos. Somos nosotros los que debemos ajustar cuentas con un Gobierno que nos niega el derecho a votar desde el extranjero; a regresar al país donde nacimos; que nos obliga a pagar impuestos revolucionarios para renovar nuestro pasaporte; que nos prohíbe protestar pacíficamente en nuestras calles; a pensar diferente y a hacer gala de nuestra música y nuestra cultura.

El Gobierno de Cuba necesita que Biden rebaje las sanciones que le dejó Trump en herencia y los cubanos necesitamos que ese mismo Gobierno nos devuelva los derechos universales expoliados. Con derechos se vive mejor que sin ellos; se prospera, se crea riqueza y donde hay riquezas siempre hay más para repartir que donde no la hay.

Es la hora del cambio y el cambio no puede ser tímido, ni sólo un poquito económico. Todo es política. Ya está bien de inmovilismo. Escuchen la voz de todos los cubanos, no sólo de los que bailan a su ritmo. No hay miedo. Queremos más. Queremos el muerto delante (los derechos) y la gritería detrás (el levantamiento del embargo). No queremos que nos vuelvan a tomar el pelo como lo hicieron con Obama, como hicieron con todos.

¿Estamos hoy mejor que antes del deshielo? No, no y no. Hemos retrocedido hasta donde creíamos que no podíamos retroceder. Estamos infinitamente peor.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Tania Costa

(La Habana, 1973) vive en España. Ha dirigido el periódico español El Faro de Melilla y FaroTV Melilla. Fue jefa de la edición murciana de 20 minutos y asesora de Comunicación de la Vicepresidencia del Gobierno de Murcia (España)


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