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Silvio pasa la cuenta a Raúl, acaricia a Fidel y cuquea a Díaz-Canel

Que el juglar de San Antonio de los Baños -uno de los epicentros de la rebelión del 11J- agradezca a Fidel Castro su protección divina, tras haberlo tenido en el congelador varios años, es su derecho individual, pero afirmar que los históricos eran más plurales que los actuales, es una mentira innecesaria y perjudicial para la nación cubana y su historia.


Este artículo es de hace 2 años

El cantautor Silvio Rodríguez Domínguez anda en su pose preferida de Nené travieso y -quizá creyendo que ha llegado la hora conveniente- pasa la cuenta a Raúl Castro, mientras acaricia a su padrino Fidel, y cuquea al presidente Miguel Díaz-Canel; echando mano de su simplonería oportunista, incoherente con la calidad de su obra lírica.

Silvio asegura que la muerte de dirigentes históricos acabó con la pluralidad en Cuba, hasta donde sepamos, sus compañeros Raúl y Machado Ventura siguen vivos, y aprovecha la ocasión para hacer una finta al mandatario Díaz-Canel, de quien afirma tener buena opinión, aunque no le parezca tan plural como el dictador en jefe.

Que el juglar de San Antonio de los Baños -uno de los epicentros de la rebelión del 11J- agradezca a Fidel Castro su protección divina, tras haberlo tenido en el congelador varios años, es su derecho individual, pero afirmar que los históricos eran más plurales que los actuales, es una mentira innecesaria y perjudicial para la nación cubana y su historia.

Los mayores destrozos a la pluralidad cubana, heredada de la República, no los causaron Díaz-Canel y su ineficaz equipo, sino Fidel Castro, que hasta impuso la suicida Ofensiva Revolucionaria de 1968, pese a la oposición de varios de sus compañeros en el Buró Político y el Comité Central; por no hablar de la UMAP y cacerías de hippies y de jóvenes en actitudes elvispreslianas.

Pero Silvio -que nunca se ha sentido querido por Raúl- pretende ahora obviar los males de Fidel y congraciarse a medias con Díaz-Canel porque conoce las mañas del general de ejército, demostradas en los fusilamientos de la Loma de San Juan, la destrucción de Pensamiento crítico y los centros de estudios adscritos al partido comunista, entre otras tropelías.

A Silvio Rodríguez no lo jodió Papito Serguera, como pretende la historiografía oficial acomodaticia y cobarde; al cantautor y demás condenados del cincuentenario gris, los mató civilmente Fidel Castro, que aprendió con los curas falangistas en Santiago de Cuba a esconder el puñal en guante de seda y descubrió en el leninismo la plataforma ideal para sus delirios.

Muchos de los damnificados por las injusticias de Fidel y Raúl -incluido el propio Silvio- siguen meneando el rabo y reinterpretando cada fusilamiento civil como un paso necesario en la construcción del socialismo que nunca acaba; pero la diferencia entre el trovador y pateados como Juan Valdés Paz, Rafael Hernández, Aurelio Alonso y Humberto Pérez González, es que Rodríguez es millonario por sus derechos de autor; mientras ellos sobremueren, como la mayoría de los cubanos.

Y si Silvio duda, que llame a Humberto Pérez para que le cuente lo que pasó, cuando tuvo la gallardía de repartir entre los asistentes a un pleno del Comité Central, un escrito fijando su posición y responsabilizando a Fidel Castro del desastre que implicaría la paralización de su reforma económica, con la demagógica campaña -otra furia mas- de Rectificación de errores y tendencias negativas.

Raúl Castro impulsó reformas que democratizaron parcialmente a Cuba como la venta libre de casas y carros, la despenalización de la emigración, con las excepciones conocidas de Regulados y médicos desterrados; abrió el abanico a la pequeña propiedad privada -sin permitir la riqueza- y eliminó irracionalidades de Fidel como las ruinosas Marchas del pueblo combatiente y Trabajadores sociales bisneros, pero llegó Obama y el general -asustado- mandó a parar el vendaval de billetes verdes que amenazaba con hacer zozobrar la goleta verde oliva.

Probablemente, Díaz-Canel sea un buen padre, buen hijo, buen marido, buen amante y buen abuelo, pero nada de eso implica que sea un buen gobernante y -hasta ahora- no lo está siendo por su incapacidad para leer correctamente el desafío político interno, por el desastre sanitario y agroalimentario, por su miedo a la democracia y por abrir frentes internos, cuando más unidad de los suyos -incluidos los fingidores- necesita; aunque ha reaccionado positivamente mandando a callar al mentecato premier Marrero, destructor del turismo en Cuba, agresor de médicos y enfermeras y criado de López-Calleja.

En otro ejercicio de oportunismo olímpico, Silvio atiende a medios de comunicación extranjeros, mientras desprecia a los cubanos, como hizo con su grosería a una reportera de la televisión cubana, que intentó conocer su reacción a la muerte de Fidel Castro y la despachó, sabiéndose intocable, como parte de la subguara adosada al poder real.

A sus casi 75 años, Silvio Rodríguez debía evitar dar rienda suelta a su cinismo porque un empingue de Raúl Castro, que provoque una llamada a su francotiradora favorita, la Contralora Gladys María Bejerano Portela; puede complicarle la vejez con auditorías a sus cuentas y aún, cuando la mayor parte de su dinero esté a buen recaudo en bancos capitalistas -otra rareza comunista- una rogatoria oficial puede dejar al bardo como el gallo de Morón.

Fidel vivió y Raúl vive convencido de que los agraciados por sus magnanimidades le deben güiro, calabaza y miel y esos retozos de Silvio, sabiendo que la Magdalena no está para tafetanes, tienen el inconveniente que pueden condenarlo el resto de su vida a sentir que lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida...

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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