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Emigración cubana, lucro tardocastrista

Políticamente resulta muy rentable provocar la emigración de cubanos en edad activa, principalmente jóvenes, para convivir con una población envejecida y dependiente, mientras los expulsados mandan dólares y pagan diferentes peajes.

Una sala de la sección de arribo del aeropuerto de La Habana © CiberCuba
Una sala de la sección de arribo del aeropuerto de La Habana Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 1 año

Cada vez que un cubano emigra, Cuba se descapitaliza humana y sentimentalmente, pero la casta verde oliva y enguayaberada suma y sigue, en su jugosa rentabilidad de exterminio, que privilegia el lucro incesante sobre la nación agredida por la dictadura más antigua de Occidente, con dilatada experiencia en la expulsión de descontentos.

Políticamente resulta muy rentable provocar la emigración de cubanos en edad activa, principalmente jóvenes, para convivir con una población envejecida y dependiente, que conserva lazos afectivos con la extinta revolución cubana y, aunque muchos sobremueren arrepentidos, bastante tienen con achaques y la escasez crónica de comida y medicamentos.

Los depauperados educación, salud y servicios sociales; el intermitente servicio eléctrico; la avejentada OFICODA, suplantada por el Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP) chavista; el transporte público, en vías de extinción; y el consumo de agua potable -entre otras calamidades- se alivian cada vez que un cubano se va de Cuba, con la ventaja de que ese viajero, antes de ganar su primer sueldo en libertad, es ya un contribuyente nato al voraz tardocastrismo.

"Corresponsales rapilistos" de las inservibles Brigadas de Respuesta Rápida cibernética dirán que haitianos y mexicanos están igual o peor, sin caer en la cuenta que esos emigrantes pobres del capitalismo no tuvieron la dicha virtuosa de una revolución de los humildes, por y para los ídem. ¡Menos mal! y que sus gobiernos, lejos de arrebatarles el resultado de su trabajo y ahorros, respeta y promueve inversiones en su patria, que los contempla orgullosa.

Para emigrar, un cubano debe abonar una tasa de 100 dólares por el pasaporte, comprar un turno en una cola de embajada para pedir visa, pagar otros 280 dólares, si su destino es Estados Unidos, más billete aéreo de ida y vuelta y mostrar solvencia real ante el país receptor; todo esto en un país en bancarrota y dolarizado, pero con salarios en devaluados pesos cubanos.

Muchos emigrantes tienen que vender sus casas y otros bienes, como automóviles, muebles y electrodomésticos para financiar su viaje y arranque en sociedades democráticas, regladas, respetuosas de la propiedad privada y favorecedoras de empleo, riqueza y bienestar. Allí, en cuanto sacan la cabeza, sus pensamientos vuelan hacia la familia, a la que empiezan a socorrer con remesas y paquetes, ahora vía mulas desde Estados Unidos, y transferencias y recargas digitales, desde el resto de la plural geografía, dibujada por el tardocastrismo, que llegó a tener ingresos de hasta seis mil millones de dólares anuales de la emigración, a la que maltrata y exprime continuamente, aprovechándose de la condición de sus familiares-rehenes en la isla.

Todo viaje de reencuentro familiar implica desembolso cuantioso en pasajes, mantener vigente el pasaporte y sus leoninas prórrogas, alimentos, medicinas, insumos médicos, regalos y dinero en efectivo; como si fueran los tres Reyes Magos en gira melancólica por escenarios vitales que, revisitados por los emigrados, ahora lucen más pequeños, sucios y ruinosos.

En los años del embullo Obama, cubanos emigrados -como hacen aún algunos- llevaron dinero en efectivo a la isla para poner negocios y comprar propiedades, incluidas fincas inscritas a nombre de familiares, previendo la fiesta del fin del comunismo de compadres, que se resiste porque tiene mucho que perder, incluida la libertad de sus principales esbirros y lugartenientes.

La dictadura comunista se apropiaba del 74% de cada dólar enviado por la solidaria y trabajadora emigración cubana; la más vilipendiada del mundo por la complicidad de la izquierda sectaria de Estados Unidos, Europa y América Latina, siempre presta a mover el rabito ante las ocurrencias tardocastristas y a agredir a sus víctimas.

El tardocastrismo, que vive instalado en una versión mediocre de gloriosas radionovelas, suele colorear el drama que provoca culpando a Estados Unidos de que los cubanos quieran huir de la isla, exigiendo que Biden abra el grifo de las remesas, para seguir jineteándolas, y prometiendo que quiere llevarse bien con gusañeros; a los que usurpa, en el caso de los residentes en España y América Latina, su derecho a jubilarse dignamente, negándose a firmar el Convenio Multilateral Iberoamericano de Seguridad Social.

Cuentan los mayores que alguien preguntó al genial Félix B. Caignet por qué escribía radionovelas, y respondió: "La gente quiere llorar... y yo les busco un motivo".

La diferencia estriba en que el autor de la célebre "El derecho de nacer" ganaba dinero con ficciones pasajeras, que mantenían a millones de cubanos pegados a la radio, mientras la liberticida casta verde oliva y enguayaberada recauda al duro y sin guante, sableando permanentemente a quienes expulsó o dejó escapar del paraíso delirante que, forjando independencia y soberanía, consiguió no poder respirar sin el anhelado y maldecido -con la boca pequeña- dólar norteamericano.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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