En Cuba ha estallado un fenómeno que muchos adultos no comprenden. Estudiantes universitarios, adolescentes y jóvenes profesionales han salido a protestar en las aulas, en las redes (mientras pueden), en los pasillos de las facultades y hasta en el parque del barrio a reclamar con claridad: el tarifazo de ETECSA es inaceptable.
Hay muchas personas que no entienden el porqué de esta súbita protesta que es generacional. Muchos dicen: “¿Y por qué no protestan por el hambre? ¿O por los apagones? ¿O por la represión? ¿Por qué se movilizan ahora, solo por el Internet?”
La respuesta es sencilla, y al mismo tiempo devastadora: porque les han quitado todo.
A mis hijos adolescentes, el peor castigo de sus vidas es quitarles el Internet. No hay nada peor para ellos que estar desconectados. Es el arma suprema con la que logramos que limpien sus cuartos, recojan, hagan las tareas o se vayan a dormir sin protestar. Y eso que se los quitamos por unas pocas horas. Decirles que los dejaré sin conexión varios días es como anunciarles que van al infierno... o a Cuba, que sería más o menos lo mismo. Sus vidas están organizadas, más o menos, en un entorno que es cada día más virtual; suprimírselo es como dejarlos sin aire. A los estudiantes, jóvenes y en general a todos los cubanos les está empezando a pasar lo mismo.
Quienes nacieron en Cuba entre 2000 y 2010, los actuales estudiantes universitarios, crecieron en un mundo donde la conexión a Internet fue, poco a poco, la única ventana al planeta real. A partir de 2018, con el despliegue del Internet móvil en Cuba, estos jóvenes comenzaron a construir su identidad, sus vínculos, sus sueños, sus dudas y su criterio político a través de una conexión de datos móvil que llegaba, cuando la suerte ayudaba, a sus teléfonos de gama baja.
Hoy, el Internet en Cuba no es solo entretenimiento. Es escape, es desahogo, es resistencia, es educación, es refugio.
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Hoy, el Internet en Cuba no es solo entretenimiento. Es escape, es desahogo, es resistencia, es educación, es refugio. Es también el aula, la calle, la familia lejana, el acceso a libros, a memes, a causas, a noticias no manipuladas, a profesiones que no existen en los planes estatales. Y sobre todo, es libertad. Aunque sea limitada. Aunque esté vigilada. Aunque llegue por gotas.
¿Cuál es el resultado real del tarifazo de ETECSA? La muerte súbita del entorno digital donde muchos jóvenes habían construido sus vidas.
Los adultos que crecieron en un mundo sin redes sociales, sin Google, sin YouTube, sin clases online, sin plataformas colaborativas, no entienden que para esta generación el acceso a Internet no es un premio, no es algo más: es una necesidad vital. El desconectado de hoy no solo está desinformado, está desactivado. No puede opinar, ni debatir, ni crear, ni siquiera saber si lo que siente es normal.
La inmensa mayoría de los jóvenes a nivel mundial considera que el acceso a Internet es un derecho fundamental. Para ellos, cortar el Internet no es diferente a cerrar una escuela, apagar una biblioteca o prohibir salir de casa. ¿Por qué para los cubanos sería diferente?
Los adolescentes consideran que las redes son vitales para mantener sus relaciones personales. Jóvenes digitalmente integrados dependen de redes como WhatsApp, Instagram, TikTok o Telegram para su vida social. Cortar ese acceso puede causar ansiedad, tristeza, frustración y sensación de exclusión.
Para no hablar de la economía y los incipientes negocios digitales y creadores que han surgido en Cuba. Un informe del Banco Mundial (2021) destaca que la economía digital es el camino más rápido a la movilidad social juvenil en países con recursos limitados. Muchos jóvenes cubanos usan Internet para trabajar como freelancer, vender productos, aprender oficios, buscar becas, empleos o monetizar contenidos.
La evidencia global indica que cortar el acceso a Internet no solo aísla, sino que empobrece física, emocional y mentalmente a la juventud.
Y no es casual que sea precisamente esta generación —universitaria, urbana, conectada, crítica— la que está reaccionando con más fuerza. Ellos ya saben que no hay reforma educativa sin conectividad, ni inclusión sin acceso, ni ciudadanía sin voz digital. No luchan por tener Internet para ver videítos (que también lo hacen). Luchan porque Internet es su única forma de existir con dignidad en un país que cada vez les ofrece menos.
En cada joven que alza su voz hay una historia de sueños migrados, de carreras truncadas, de amistades rotas por la distancia, de ansiedad, de rabia contenida, de noches sin luz, de comida escasa. Y también, de conexión como única tabla de salvación.
Los jóvenes cubanos también protestan por el hambre, por la falta de electricidad, por los apagones, por la falta de oportunidades, por la represión. Pero lo hacen con el lenguaje que conocen: el de las redes. Si se organizan es por Facebook. Si se inspiran es por TikTok. Si encuentran pruebas, las difunden por WhatsApp. Si denuncian, lo hacen en X (antes Twitter).
Quitarles el Internet es quitarles también la forma de protestar por todo lo demás.
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