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Las recientes declaraciones del músico cubano Israel Rojas, líder del grupo Buena Fe, durante una entrevista en el podcast ‘La Sobremesa’ de La Joven Cuba, han encendido las redes sociales y reavivado el debate sobre el rol de los artistas ante la represión dictatorial y la falta de derechos y libertades propia de un régimen totalitario.
Aunque Rojas abogó por la reconciliación entre cubanos y sugirió la necesidad de un indulto para algunos de los presos del 11 de julio de 2021 (11J) -algo que ya había sugerido en su momento siguiendo la estela del cantautor Silvio Rodríguez-, su repentino tono moderado ha sido recibido con escepticismo, rechazo y críticas. No es para menos: su historial no lo respalda.
Durante años, Rojas ha sido una figura prominente de la cultura oficialista cubana. Ha participado activamente en actos del régimen, ha deslegitimado a quienes protestan o disienten, y ha utilizado su plataforma para reproducir el discurso gubernamental.
Cuando miles de cubanos salieron a las calles aquel 11 de julio, él no los vio como ciudadanos desesperados, sino como “confundidos” o “instrumentalizados”, alineándose con la narrativa del poder que los tachó de delincuentes.
Todavía en mayo de 2023, casi dos años después de la oleada represiva del 11J, que llevó a miles de manifestantes a las cárceles, el autor de 'Catalejo' seguía negando la existencia de presos políticos de la dictadura. "Que yo conozca, no. Y no voy a hablar de algo que no conozco", dijo durante una entrevista, escapando por la tangente.
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Hoy, con una carrera que atraviesa horas bajas y cancelaciones de la sociedad civil, sin éxitos recientes ni presencia relevante en la escena musical cubana, Rojas optó por mostrarse más reflexivo. Habló de reconciliación, de diálogo, de consensos. Pero lo hizo desde una ambigüedad peligrosa: no nombró directamente la represión, no reconoció la existencia de presos políticos, y siguió justificando el sistema.
Para muchos, no es un gesto de madurez política, sino una estrategia de supervivencia o un nuevo servicio a la Contrainteligencia del régimen.
Un giro oportunista
En redes sociales y espacios de la sociedad civil, el giro discursivo de Rojas ha sido interpretado como un intento de lavar su imagen.
Algunos lo consideran incluso un “globo sonda” del régimen, una figura útil para tantear la posibilidad de un cambio narrativo desde dentro, sin hacer concesiones reales. En ese papel, Rojas funcionaría como una voz aparentemente crítica, pero siempre dentro de los límites de lo tolerado.
Como resumió la activista Yamilka Lafita (Lara Crofs en redes sociales): “Sus llamadas al diálogo y la unidad no hacen más que dar legitimidad a un sistema que niega las libertades fundamentales a su pueblo”.
Este sentimiento es mayoritario entre quienes han vivido o enfrentado la represión del régimen. La entrevista ha sido diseccionada por numerosos activistas, músicos y ciudadanos comunes que ven en su discurso una operación política, no una evolución genuina.
Moderación o complicidad
El tono moderado que Rojas adoptó en la entrevista podría parecer constructivo en otro contexto. Pero en Cuba, donde los artistas verdaderamente disidentes son censurados, perseguidos, encarcelados o forzados al exilio, esa moderación es vista como una forma de complicidad.
El líder de Buena Fe reconoció que la censura existe, pero la minimizó: “La censura hoy tiene muchas caras”, dijo. “Probablemente si hicieran un arte político confrontacional al gobierno cubano, tendrían más visibilidad”. Con esta afirmación, el cantante intentó equiparar las restricciones del régimen con las dinámicas del mercado, eludiendo la raíz política del problema.
Cuando se refirió a los presos del 11J, Rojas evitó hablar de represión o de injusticia. En su lugar, propuso una reconciliación que no pasa por el reconocimiento del daño, ni por la asunción de responsabilidades por parte del régimen.
“Yo lo dije a raíz del 11 de julio, lo puse en un post... era tiempo de un llamado nacional a la reconciliación, a ponernos de acuerdo, a establecer nuevos consensos”, afirmó. Pero no hubo en sus palabras una crítica clara a las sentencias injustas ni al sistema judicial controlado por el Partido Comunista.
¿Dónde estaba Israel Rojas cuando se necesitaba su voz?
Muchos se preguntan por qué este llamado a la reconciliación no llegó en 2021, cuando más de mil cubanos eran encarcelados por marchar pacíficamente. ¿Dónde estaba su compromiso entonces?
¿Dónde su “optimismo” y su “diálogo” cuando colegas músicos y artistas fueron censurados, perseguidos o forzados a abandonar el país?
La respuesta es evidente: en ese momento, Rojas estaba del lado del poder, justificando las detenciones, restando importancia a la indignación social y negando la naturaleza política de las protestas.
Ahora, cuando el régimen se encuentra cada vez más aislado y desprestigiado, y cuando su carrera artística ha perdido tracción por la desafección de buena parte de su público, Rojas se presenta como un moderado “valiente” que pide “entender las complejidades del país”.
Pero la moderación sin valentía es sólo una forma más de silenciamiento. Y en Cuba, donde la represión no es abstracta sino cotidiana, donde hay artistas y periodistas presos, donde protestar puede significar 10 años de cárcel, no hay espacio para los matices ambiguos de quienes han callado —o aplaudido— en los momentos cruciales.
No es reconciliación, es reacomodo
El discurso de Rojas no representa una ruptura con el régimen ni un llamado real al cambio. Es, en el mejor de los casos, un intento de reacomodo dentro del sistema; en el peor, una operación de maquillaje para ganar tiempo mientras todo sigue igual. Su música —por momentos aparentemente crítica, pero siempre dentro de los márgenes tolerados— nunca ha representado una amenaza para el poder.
Sus propias palabras lo confirman: “Sigo confiando en que la salida a esta crisis... como único es posible es juntos, es en diálogo, es en paz”. Un mensaje que, en apariencia, podría leerse como generoso. Pero sin reconocer las causas profundas del colapso nacional —autoritarismo, centralismo, censura y represión totalitaria— el diálogo que propone no es diálogo: es capitulación ante la narrativa oficial.
Israel Rojas habla de reconciliación. Pero la reconciliación verdadera no es posible sin justicia, sin memoria y sin verdad. No se construye desde los márgenes del poder, sino desde la ruptura con la impunidad. Y eso es algo que él, hasta ahora, no ha estado dispuesto a hacer.
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