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Las palabras de la secretaria del Partido Comunista en Gibara, Nayla Marieta Leyva Rodríguez, tras las protestas por apagones en esa localidad de Holguín, han desatado una avalancha de críticas en redes sociales.
Su llamado a “confiar en la tremenda Revolución que tenemos” fue recibido por los cubanos con indignación, sarcasmo y rabia acumulada tras décadas de promesas incumplidas y carencias cada vez más profundas.
En el Facebook de CiberCuba, donde la noticia suscitó más de 4,000 comentarios en menos de 24 horas, la frase fue reinterpretada con dureza: “tremenda revolución de hambre, miseria y necesidad”. Una consigna que resume el sentir de un pueblo agotado de sobrevivir en penumbras, con refrigeradores vacíos y sin expectativas de mejora.
El discurso oficial y la apropiación de la patria
El malestar ciudadano no se debe solo a la precariedad cotidiana o a los cortes eléctricos de más de 24 horas que motivaron la protesta en Gibara.
Lo que más hiere es la insistencia del régimen en identificar la llamada “revolución” con la nación misma, un subterfugio ideológico que convierte cualquier crítica al gobierno en un supuesto ataque a Cuba, a la patria o a la identidad nacional.
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Desde 1959, el castrismo se ha apropiado de símbolos, banderas y conceptos fundacionales para equiparar al Partido Comunista y los líderes del régimen con la patria.
Así, quien cuestione la gestión gubernamental es etiquetado como “contrarrevolucionario”, “anticubano”, “vendepatria” o “traidor”. Este mecanismo de manipulación convierte el disenso legítimo en un acto de supuesta deslealtad nacional.
La frase de la funcionaria en Gibara no fue un lapsus, sino la continuidad de una narrativa que lleva más de seis décadas en uso.
Hablar de “la tremenda Revolución que tenemos” es una manera de desplazar a Cuba como sujeto colectivo y de colocar a la “revolución” como sustituto de la nación. En ese juego semántico, el pueblo queda reducido a la obediencia, y el gobierno se apropia de la representación de la patria.
Protestas pacíficas frente a la propaganda
Mientras la televisión local intentaba mostrar “calma” en las calles tras el encuentro entre la dirigente y vecinos del barrio El Güirito, los videos ciudadanos revelaban otra escena: decenas de personas marchando con cazuelas, linternas y consignas de “¡Queremos corriente!” y “¡Libertad!”.
La diferencia entre ambas versiones expuso, una vez más, la distancia abismal entre el discurso oficial y la realidad.
Sin embargo, la respuesta de Leyva no fue reconocer el hartazgo ni la precariedad. En su mensaje optó por la retórica patriótica, apelando a la confianza, la esperanza y la resistencia. Una fórmula repetida durante décadas por las autoridades cubanas, que reduce el malestar social a una prueba de fe ideológica y niega las responsabilidades del régimen en el colapso del sistema eléctrico y la crisis económica generalizada.
La indignación popular
Las reacciones en redes sociales no se hicieron esperar. Cientos de comentarios cuestionaron la falta de empatía de la funcionaria, el privilegio de los cuadros políticos y la desconexión de la cúpula gobernante con las penurias de la mayoría.
“Desde una oficina con aire acondicionado es fácil pedir confianza”, reprochó un usuario. Otro resumió el sentir general: “Confiar en qué, si llevamos 66 años escuchando lo mismo y cada día estamos peor”.
El rechazo no proviene solo del exilio o de críticos tradicionales, sino también de residentes en la isla que padecen a diario apagones, inflación descontrolada y desabastecimiento. Para ellos, la insistencia en hablar de “tremenda revolución” equivale a una burla.
Entre la manipulación y el hartazgo
La maniobra retórica del régimen es clara: quien no confía en la “revolución” es colocado automáticamente fuera de la nación. El uso recurrente de expresiones como “los verdaderos cubanos” o “los que no se dejan confundir” busca delimitar una frontera moral entre patriotas —los que apoyan al Partido— y traidores —los que lo cuestionan.
Pero la protesta en Gibara y la respuesta social masiva en redes evidencian un quiebre en esa estrategia. Cada vez más cubanos rechazan la equivalencia entre patria y revolución, y denuncian que se trata de un discurso vacío que justifica la miseria estructural.
Lo que antes podía silenciarse bajo consignas de unidad, hoy estalla en cacerolazos y en publicaciones virales que desmontan la propaganda oficial.
El límite de la paciencia
El apagón del 10 de septiembre, que dejó al país entero a oscuras tras la salida de la termoeléctrica Antonio Guiteras, fue apenas el detonante de la protesta en Gibara.
Los cubanos saben que la crisis energética es solo una expresión de una debacle mayor: falta de alimentos, hospitales colapsados, transporte precario, agua intermitente y salarios incapaces de cubrir lo mínimo.
En ese escenario, pedir confianza en la “tremenda revolución” suena más a amenaza que a promesa. Porque detrás de la frase se oculta la advertencia implícita: o se está con el Partido, o se está contra Cuba.
El problema para el régimen es que, después de más de seis décadas de sacrificios sin resultados, los cubanos parecen cada vez menos dispuestos a aceptar esa trampa discursiva.
La indignación que estalló en Gibara es también un reflejo de una verdad incómoda: la paciencia de la gente se está agotando y la propaganda ya no logra maquillar la oscuridad que cubre a la isla.
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