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En medio de las dificultades cotidianas que enfrenta el pueblo cubano, una carta dirigida a Santa Claus ha capturado la atención en redes sociales por su mezcla de humor, nostalgia y una profunda desesperanza.
En un país donde el aceite, un producto básico y esencial, es tan escaso que se ha convertido en símbolo de necesidad, el autor de la misiva eleva una petición aún más valiosa: esperanza.
“Tráeme un pedacito de esperanza, aquí hace más falta que un litro de aceite”, ruega Christian Arbolaez, autor del texto compartido en Facebook, encapsulando el sentimiento de millones que enfrentan una crisis constante con ingenio y resiliencia.
La carta, escrita con un tono cercano y sarcástico, empieza reconociendo las limitaciones del sistema cubano: “No sé si esta carta te llegará, porque por aquí el correo anda más lento que un camión de caña en carretera mala. Pero igual me arriesgo, porque si alguien puede hacer milagros en diciembre, ese eres tú”.
En sus líneas, el autor describe las penurias que afectan la vida cotidiana en Cuba: cortes de electricidad que dificultan incluso dormir, escasez de agua que obliga a cargar cubos desde tanques comunitarios, y la falta de alimentos y medicamentos esenciales.
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Sin embargo, lejos de caer en el desaliento, utiliza la ironía para mostrar el ingenio que los cubanos han desarrollado frente a la adversidad.
Entre las solicitudes materiales que le hace a Santa Claus, incluye un ventilador para mitigar el calor insoportable, un paquete de pollo y algo de arroz para preparar una cena decente en Navidad, e incluso café, no solo para empezar el día con energía, sino como un símbolo de conexión y esperanza.
También añade una petición para el vecino que, según él, necesita un saco de paciencia para dejar de estar “bravo con el mundo”.
Pero la carta no se queda en las necesidades básicas. En un tono más reflexivo, el autor pide algo que trasciende lo inmediato: un cambio profundo en la realidad del país.
“Que el mal termine, que las nubes dejen pasar la luz, y que los días oscuros se conviertan en mañanas claras”, y en ese ruego su autor plasma un deseo colectivo: la necesidad de transformación que millones anhelan pero que parece cada vez más lejana.
La carta es tanto un grito de auxilio como una muestra del espíritu de resistencia que caracteriza a los cubanos, quienes, a pesar de las dificultades, encuentran maneras de expresar sus emociones y esperanzas con creatividad y humor.
El mensaje final no solo agradece a Santa Claus, sino que cierra con una imagen poderosa: “Gracias, Santa, por escucharme. Yo sé que tienes mucho trabajo, pero si pasas por aquí y ves una lucecita, no es mi arbolito; es la vela que tengo encendida para que se cumplan mis deseos y alumbrarme”.
Esta vela, que simboliza tanto la precariedad como la fe, representa el anhelo de que, en algún momento, las cosas cambien para mejor.
La carta, más allá de su humor y sarcasmo, es un retrato sincero de la vida en la Cuba actual, donde la necesidad de productos esenciales como el aceite convive con un anhelo profundo de esperanza y estabilidad.
Es, en esencia, un recordatorio de que incluso en medio de la oscuridad, los cubanos no dejan de buscar una luz que ilumine su camino.
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