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Forrajeando en casa del trompo

La iniciativa del alcalde Suárez y su concejal Reyes es una maniobra política de cara a su electorado, aunque su alcance efectivo habría que comprobarlo en la práctica... habría que ver si la prohibición –en caso de que el Congreso federal legislase- alcanzaría los sitios privados.

Los Van Van, en Miami © CiberCuba
Los Van Van, en Miami Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 4 años

"Era el momento de probar algo nuevo"

Barack Obama, abril 2015, C. de Panamá

La reciente aprobación por la Ciudad de Miami (ayuntamiento) de una iniciativa promovida por el alcalde Francisco Suárez y el Comisionado (concejal) Manuel Reyes para pedir al Congreso de Estados Unidos de América que prohíba por ley el intercambio cultural con artistas que viven en Cuba, se inscribe en la nueva ola trumpista de mano dura frente a La Habana, de cara a las elecciones presidenciales de 2020 y al affaire Venezuela.

El presidente Obama creyó que una política de mano tendida y gestos como la devolución de los 5 espías acabaría propiciando una mayor apertura del tardocastrismo; pero no contaba con el pánico que iba a desatar en el Palacio de la Revolución su discurso en el antiguo Centro Gallego de La Habana y sus paseos bajo la lluvia por la capital cubana.

La iniciativa del alcalde Suárez y su concejal Reyes es una maniobra política de cara a su electorado, aunque su alcance efectivo habría que comprobarlo en la práctica, pues aunque consiguiera limitar el uso de espacios públicos para conciertos de los artistas cubanos residentes en la isla; habría que ver si la prohibición –en caso de que el Congreso federal legislase- alcanzaría los sitios privados.

El llamado “intercambio cultural” nació viciado en origen porque en condiciones de tanta desigualdad económica es muy difícil, por no decir imposible, intercambiar de manera efectiva, pues aún cuando Meme Solís, Willy Chirino, Gloria Estefan aceptaran actuar en Cuba, tendrían que hacerlo casi gratis y en amores nostálgicos porque el Ministerio de Cultura carece de dinero para pagar conciertos; por tanto, se trata de un intercambio raro, unidireccional y con un afán dudoso: promover apertura política a partir del viajeteo.

En cambio, para artistas cubanos de la isla ha sido una oportunidad de oro para llenarse los bolsillos y burlar el embargo de manera personal; al tiempo que –aleccionados por los mandantes de La Habana– han evitado cualquier alusión política en sus entrevistas y conciertos, amedrentados y para no perder sus escasos privilegios, que los hacen sentir por encima de sus hermanos empobrecidos por la dictadura comunista que les tapa la boca.

Entre los duros de ambas orillas, han surgido los posibilistas, esos expertos en semiótica de la baba sin quimbombó que, fingiendo hartazgo, piden acabar con la politización de la cultura en… USA, pues en Cuba no se atreven porque saben que la norma es clara: todo dentro, nada fuera.

Los semióticos mansos, ya en confianza, aseguran que el intercambio cultural puede ser el camino a cotas de mayores libertades; en otro ejercicio de funambulismo mediocre porque los artistas inmersos en el forrajeo de verdolaga saben que ellos no pueden ser como los de Hollywood, que ponen a parir a Trump sin consecuencias para sus bolsillos; una rareza de la democracia representativa.

Para entrar en el bussines del Intercambio Cultural desde la orilla cubana no solo hay que portarse bien, sino dejar claro que Fidel es el papá de todos ellos; y lanzar palitos a mansalva contra la pobreza en… el capitalismo.

Tampoco se trata que un artista o intelectual cubano se pase el día criticando todo lo criticable que pueda haber en Cuba, especialmente en el ámbito de la cultura, donde la represión selectiva es ahora la arcilla fundamental. Solo se trata de vivir con cierto pudor, coherencia, alabar lo positivo y criticar lo negativo.

Y esta postura no sería siquiera un principio ético, sino fruto lógico del razonamiento que impulsó la política de Intercambio Cultural. Si los líderes de opinión, en tanto y cuanto artistas populares, no se atreven a pedir el gobierno cubano en público lo que exigen al gobierno norteamericano, están viajando hacia el paradero de Conformidad, que queda después de Jodío, el último pueblo.

Por ejemplo, no sabemos qué piensan los exitosos artistas e intelectuales cubanos sobre el ahogamiento de una docena de hermanos suyos por la crecida del río Darién, no sabemos lo que piensan los artistas e intelectuales cubanos sobre los daños gubernamentales al medio ambiente; no sabemos lo que piensan artistas e intelectuales cubanos sobre la situación de los albergados, tras perder sus casas por ciclones y tornados.

Quizá el último pronunciamiento público de la intelectualidad cubana se produjo en 2003 para apoyar el fusilamiento de tres jóvenes negros que secuestraron una lancha para escapar a Estados Unidos, ejecuciones que provocó el hartazgo de José Saramago, al que Fidel Castro acusó de estar chocheando por vivir con una mujer más joven que él, es decir, en igual circunstancia matrimonial que el comandante en jefe.

La iniciativa de la Ciudad de Miami será pasto de Cubadebate, la Mesa Redonda y bocadillo en boca de los burócratas tardocastristas, que se rasgarán las vestiduras afligidos porque parte del exilio impide tan noble intercambio, lo que sucede es que primero fue el exilio forzoso, provocado por una rátzia comunista sin precedentes en la isla y luego han venido los intentos de normalización selectiva para recaudar dólares.

Y los artistas sumidos en el forrajeo del Cundeamor han sido torpes al ponerse a provocar al exilio dolido con elogios a Fidel Castro o esa imagen reciente de los Van Van celebrando un cumpleaños artístico en Miami y con el suelo del escenario cubierto parcialmente por dólares lanzados por el exilio heterodoxo, aquel que tiene como ideología la gozadera, que consiste en evitar París, Grecia, New Orleans, San Petersburgo, Estambul, Viena o Budapest para ir a fiestar a su antiguo CDR con putas y putos por hambre.

Quizá los forrajeadores en casa del trompo y sus espontáneos mecenas de Miami carezcan de la delicadeza del mítico Cojo de la Bocina, un señor al que le faltaba una pierna y que cada día de sesiones parlamentarias se apostaba con una bocina en la acera de la escalinata del Capitolio con los ojos puestos en la puerta del hemiciclo para jalear con frases cortas a sus Señorías:

-¡Señoras y señores, ahí viene bajando el Senador Cortina, gloria de Pinar del Río; que acompaña el machete mambí más afilado de Nápoles, el presidente Ferrara, luchador por la independencia de Cuba, constituyente y embajador!

Cuando los aludidos pasaban por delante del Cojo de la Bocina, soltaban discretamente una propina, acompañada por un ruego del mendigo astuto y parlante: “Por favor, señoría, que no suene…”

Y el Cojo de la Bocina, que murió ya viejo siendo parqueador y limpiador de carros en G y 23 (barrio capitalino de El Vedado), sabía a que atenerse por las tumultuosas agua del intercambio cultural a orillas del Capitolio. Cuando aparecían en lo más alto de la escalinata Salvador García Agüero y Blas Roca, proyectaba la voz con un toque de lamento:

¡Señoras y señores, ahí vienen los doctores Salvador García Agüero, verbo encarnado en el Titán de Bronce; y Blas Roca, zapatero que quiere ponerle zapatos a todos los niños de Cuba. Gente buena, pero no dan ni cojones!...

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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