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Los cabezazos de Ferrer

Me niego a seguirle la rima a una comparsa castrofílica que ha diseñado un audiovisual en sus cubículos de torcida edición, con la única finalidad de asesinar la moral de un hombre detenido sin derechos, sin protección legal, sin respeto a su privacidad y sin camisa.

Momento del arresto de José Daniel Ferrer (i) © Collage UNPACU
Momento del arresto de José Daniel Ferrer (i) Foto © Collage UNPACU

Este artículo es de hace 4 años

Asumamos que es José Daniel, como en efecto creo que sí es. Que no es un doble, según han sugerido algunas teorías con más fe que sustrato. Sí, yo sí creo que es José Daniel mismo el que se golpea la cabeza contra una mesa, con el torso semidesnudo. Y verlo así me ha quitado el sueño. Literalmente.

Pero no por las conjeturas puritanas que tantos analistas de sofá del primer mundo se han hecho sobre la honradez o la nobleza del líder de la UNPACU. Nada de eso. A mí me ha horrorizado asistir al espectáculo de un hombre tan indefenso, tan martirizado, tan destrozado de los nervios, que llega a autoinfligirse golpes como estrategia desesperada contra lo que vive desde hace casi dos meses.

Dejemos esto claro: todos, absolutamente todos los que todavía hoy se declaran luchadores anticastristas, desde dentro o fuera de Cuba, y que han abierto la boca para escupir adjetivos oprobiosos contra José Daniel Ferrer desde que la Seguridad del Estado echara a rodar ese video ominoso, ojalá consigan dormir tranquilos en el futuro. Lo digo yo, sin más poder que mi opinión individual y mi empatía sin límites por los oprimidos, contra los opresores.

Ojalá consigan dormir en paz el día que admitan para sí mismos, sin rodeos ni autojustificaciones, que validaron los métodos tramposos y maquiavélicos de quienes no permiten juegos limpios ni dan márgenes a la decencia. Cuando se enteren de que reprobando los cabezazos de Ferrer contra una mesa estaban cumpliendo el guión trazado por la inteligencia cubana para infestar los cerebros que hasta el día antes pedían libertad para el disidente, no sé si logren verse igual al espejo de ahí en lo adelante. Yo no podría.

Porque resulta de un cinismo espeluznante exigirle transparencia absoluta, una lucha inmaculada, a quien no tiene nada. Es pedirle modales de comensal con clase a un hombre a punto de morir de hambre, a quien le ponen de golpe un plato de comida frente a sus ojos.

Yo no pretendo diseccionar el material que tan burdamente exhibió la maquinaria castrista frente a la audiencia nacional cubana. Me rehúso a esos análisis de monóculo y lenguaje erudito que he leído por estos días mientras mi cerebro, un nihilista rebelde, se preguntaba a puro grito: “¿Pero qué coño es esto?”

No pretendo hacerlo porque me niego a seguirle la rima a una comparsa castrofílica que ha diseñado un audiovisual en sus cubículos de torcida edición, con la única finalidad de asesinar la moral de un hombre detenido sin derechos, sin protección legal, sin respeto a su privacidad y sin camisa. Yo me rehúso a un análisis desmontador de falacias que, aun contra mi voluntad, ya validaría la bribonada de sus autores.

Yo no le aceptaría siquiera una conversación cívica a quien me anuncie de antemano que el Holocausto es una gran mentira universal, y que me va a ofrecer sus argumentos. De verdad que no. No podría respetarme a mí mismo nunca más desde el segundo en que valide una conversación con un presupuesto semejante.

Es lo mismo en este caso: ni disección ni explicación. A los opositores cubanos les van a asesinar el nombre sin mi complicidad o consentimiento. No tendrán mi ayuda de ninguna manera posible.

A mí no me escandaliza que José Daniel Ferrer se golpeara la cabeza con una fuerza que ya quisieran muchos tener siquiera para alzar la voz. A mí me escandaliza lo que pasó antes de esa escena, que no lo vemos, y lo que pasó después, que tampoco lo vemos. A mí me escandaliza que tanto patriota prelavado le exija a este hombre, el único capaz de nuclear una verdadera organización disidente en Cuba desde el oriente del país, que mantenga una postura intachable en su encierro, frente a sus verdugos. Y que esos mártires de luz que señalan hoy a Ferrer lo hagan desde sus sillones de Rana Furniture, con la alta velocidad de Comcast y con la montaña de protecciones que les otorga vivir en un Estado de derecho. Eso sí me escandaliza, y me entristece.

Porque me recuerda la hipocresía aberrante de un #TodosSomosFerrer que solo sirve para el lavado de conciencia de muchos en sus perfiles sociales, y que se viene abajo como un castillo de naipes escleróticos con la primera movida de KGB que hace la inteligencia cubana. ¡Qué solo está ese hombre allá adentro, carajo! De corazón, solo pido que en su aislamiento no se entere de lo bien que ha salido la jugarreta a sus miserables carceleros.

Los cabezazos de José Daniel Ferrer, en el futuro elector en potencia que soy yo mismo en una Cuba libre, no solo no me van a disuadir de entregarle a él mi voto en caso de que sus contrincantes no tengan propuestas mejores, sino que me van a impulsar a recordar, con mi elección, que en el país que yo sueño para generaciones futuras, nunca más un disidente deberá autolastimarse como ejercicio de rebelión.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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