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Roberto Veiga: Cuba reclama atrevimiento democratizador

Jamás el Estado, incluso en las dictaduras, consigue aquello que la sociedad no le permite; como acaba de demostrar la retirada casi completa de la llamada Tarea ordenamiento.

Roberto Veiga González y logotipo de su nueva plataforma © Cortesía del entrevistado
Roberto Veiga González y logotipo de su nueva plataforma Foto © Cortesía del entrevistado

Este artículo es de hace 2 años

Roberto Veiga González (Matanzas, 1964) vuelve al ruedo de la posible transición a la democracia con Cuba Próxima, un proyecto arriesgado porque intentará dotar de rigor y ecuanimidad el debate político en un país de ordeno y mando, resquebrajado por la aparición de nuevos actores en la apaleada oposición y cuando el poder toca a degüello contra todo lo que se mueve fuera de su órbita totalitaria.

Veiga González tiene la ventaja de que ya conoce el doloroso cachumbambé que implica ser tolerado por el gobierno, como parte de su enjuague con Barack Obama para conseguir la devolución de tres espías antes que muriera Fidel Castro Ruz, y verse solo y traicionado por quienes creía del lado democrático y civilista de Cuba.

Intelectual, católico e hijo de un exmiembro del Buró Político del gobernante Partido Comunista durante 20 años; demasiado para un solo corazón e intolerable para la casta verde oliva que -abrazada al pensamiento único para intentar sobrevivir- castiga con fiereza a quien presupone adicto y nunca discrepante.

Aquella cúpula eclesial que dirigía Monseñor Jaime Ortega Alamino, que antes había alentado Espacio Laical, Cuba Posible y Vitral dejó a Veiga González y sus compañeros de viaje a los pies de caballos aspiados, que relinchan cada vez más fuerte para espantar su miedo, aprovechándose que el agredido estaba -además- bajo el fuego de intolerantes de Miami.

Pero ninguno de ellos consiguió aniquilarlo, pese a que la artillería incluyó ataques personales y familiares; ni siquiera lograron anularlo como hombre pensante, que ahora vuelve por la senda de pensar una Cuba próxima y diferente. CiberCuba conversó con Veiga González, a raíz de un debate promovido y coordinado por el historiador Oscar Grandío.

¿Qué certeza tienes para pensar que Cuba Próxima, una plataforma política debutante, pueda ser reconocida como la encargada de promover la reconciliación nacional?

Alienta el empeño de Cuba Próxima la actual circunstancia limite que reclama un atrevimiento democratizador. No pretendemos protagonismo inútil, queremos participar en la deseable reconciliación nacional como parte de la diversidad ciudadana, dialogando dentro sociedad civil y -como miembro de ese conjunto amplio y plural- gestionar la necesaria transformación del Estado; ojalá que pacíficamente.

Lamentablemente, no será posible un diálogo nacional hasta que el poder lo garantice, pues los espacios y cambios que demanda requieren de los instrumentos del Estado. Si bien los actores ciudadanos podemos avanzar hacia un consenso sobre ese nuevo pacto social que late en las entrañas de Cuba.

¿Y no temes que ese anhelo provoque críticas como las sufridas por Cuba Posible?

No, porque, en última instancia, jamás el Estado, incluso en las dictaduras, consigue aquello que la sociedad no le permite, como acaba de demostrar la retirada casi completa de la llamada Tarea ordenamiento.

Cuba Próxima apuesta decididamente por el diálogo, porque solo existen dos opciones: La guerra o el entendimiento, incluso, si el poder continúa con la exclusión y represión, toda lucha debería evitar un mayor sacrifico de los cubanos.

Cuba está agotada y ello demanda paz y democracia, no una guerra.

¿Y cuál sería la estrategia para buscar el diálogo con el gobierno, que no muestra voluntad real para conversar con adversarios cubanos, alegando que sería renunciar a sus principios; mientras se desvive por entenderse con el presidente norteamericano, Joe Biden, a quien -a su vez- acusa de financiar a sus opositores?

El poder no desea exponerse a un diálogo entre cubanos, pero tal vez no tenga otra opción ante un país arruinado y frente al consenso de sectores sociales dispuestos a salvar a Cuba.

¡No será fácil!; aunque lograrlo dependerá de condiciones precisas. El estado permanente de conservadurismo, represión y revanchismo desgastan cualquier convocatoria al diálogo, pero renunciar a escuchar a todos los cubanos conduciría a una especie de cuesta abajo infinita.

El poder suele rechazar todo diálogo o negociación si no le resulta necesario. También cuando las contrapartes carecen de pujanza. Asimismo, estas pueden ser activas pero se les hace difícil alcanzar el vigor estratégico necesario cuando tuvieran mucho que ganar, pero ya poco que perder. Quizá esto último influye demasiado, aunque no lo consideramos de manera suficiente.

Tal eficacia implicaría un diálogo dentro de la sociedad civil en general, además orientado hacia una coordinación plural a favor de la transformación del Estado a partir de un consenso sobre los grandes temas nacionales, que no debería intentarse sobre todos y cada uno de los aspectos de la realidad, pues eso empobrecería la discusión.

Cuba Próxima apostará únicamente por un acuerdo general y a la vez preciso que establezca horizontes sólidos, basados en la más amplia pluralidad y el apoyo de la comunidad democrática internacional; sólo entonces las contrapartes del poder alcanzarían la pujanza indiscutible para brindar testimonio modesto, pero certero, de la solución nacional -sobre todo cuando la sociedad lo reclama con urgencia.

El poder, tan estropeado por una Cuba arruinada y desesperanzada, podría objetar un diálogo, ofrecido con tamaña vitalidad, pero no sobrevivir a su negativa.

¿Qué condiciones mínimas son exigibles para considerar iniciado un proceso de democratización en Cuba?

El origen de cualquier proceso de esta índole provendría de la convergencia entre los peligros que acechan a Cuba y las necesidades sociales apremiantes, con las posibilidades que deriven de una sociedad civil pujante y un poder que asuma el sentido común. De esta correlación podría proceder la voluntad de diálogo, esa distensión política indispensable, y el propósito de una convivencia civilista.

Pero sólo como simiente democrática. Para que concurra de modo explícito un proyecto democratizador de Cuba todos debemos asistir con garantías a la construcción de la cosa pública. A través, por ejemplo, de las libertades de asociación y prensa, los derechos políticos y una reforma electoral que facilite el acceso de todos los cubanos a cargos de autoridad pública.

Tal vez con ello bastaría para considerar iniciado el proceso democratizador, pero la edificación del Estado de derecho será una labor progresiva, asentada siempre en la libertad como ocurre en muchas sociedades con ciudadanos libres y democráticos.

Cuba sufre pobreza, desigualdad y creciente agresividad del gobierno hacia muchos ciudadanos; Washington apuesta por la prudencia ante los reclamos de un new deal y Miami vive con el corazón partido. Roberto, ¿sabes que te estás metiendo en camisa de once varas?

Debemos mirar el presente y al futuro con realismo y sentido de urgencia. El único modo de lograrlo es afrontando, sin cortapisas, los principales desafíos nacionales.

Cuba próxima trabajará contra la discriminación política, racial, de género y orientación sexual; y a favor de la incorporación de los emigrados e inxiliados (que es un término tuyo) a los afanes internos, para resolver los principales retos como la pobreza y desigualdad de la mayoría de los cubanos, el envejecimiento poblacional y la necesidad de un sistema de pensiones solvente; el mejoramiento de los servicios de educación y salud, y de otras prestaciones sociales; la organización del mercado laboral a partir de las capacidades educativas, y el pago de un salario que satisfaga las necesidades básicas, e incentive la productividad y la calidad del trabajo; y la reconstrucción de la infraestructura socioeconómica del país.

Por primera vez la generalidad social de Cuba -con excepción de un porcentaje ínfimo- se encuentra en idéntico estado de desesperanza y reclamo.

Por primera vez el anhelo de cambio no proviene sólo de motivaciones políticas e ideológicas contrarias al gobierno o de supuestas exquisiteces formuladas por segmentos intelectuales, sino producto de fracasos generales que, de algún modo, integran a toda la sociedad, nuevos y viejos actores, sectores recientemente excluidos o preteridos desde siempre.

Pero el poder no comprende tal imperativo o hace como que no lo percibe. Por ello sostiene, lo más férreamente posible, la ausencia de oportunidades que pudieran facilitar un cambio, aunque la generalidad de los mecanismos gubernamentales para sujetar la autonomía ciudadana ya no funciona.

Este panorama dificulta y encarece los esfuerzos por el cambio, pero quizá también contribuya a forjar una sociedad civil auténtica, definitivamente no tutelada, capaz de alcanzar una democratización política cierta; y esa es una de las metas del proyecto en ciernes.

Cuba vive una crisis que se profundiza, incluso de manera endémica, debido a la combinación de un modelo ineficaz, una excesiva dependencia económica de Venezuela en crisis, presiones que provienen de la Casa Blanca, y la carencia de voluntad gubernamental para permitir una sociedad civil empoderada, que impide el desarrollo de las condiciones democráticas necesarias para revertir dicha crisis y definitivamente asegurar la centralidad de los Derechos Humanos en la vida cubana.

Todo esto, agravado por una especie de colapso, a causa de la COVID-19, que ha elevado los índices de empobrecimiento y desigualdad, empeorados con la ausencia de turismo, la dolarización forzosa de la economía y una reducción de las remesas familiares, debido a los efectos de la propia pandemia.

Por si fuera poco, todo esto ocurre cuando el poder, establecido hace 60 años, sufre una merma de su legitimidad y la aparición de nuevos actores en el arco de la oposición pública que abogan, desde perfiles culturales, políticos y de defensa de derechos de minorías e identidades particulares, por una democratización efectiva.

Y con el inconveniente añadido de que la actual coyuntura es el resultado de una sensación general de hecatombe, compartida por muchos cubanos, sin que importe la preferencia ideo política, con escasísimas excepciones.

De tu respuesta intuyo que Cuba Próxima intentará dotar de ideas al descontento y la transición a la democracia, pero quizá su apuesta choque con protagonismos en ambas orillas.

La plural sociedad cubana no demanda una integración al modo de coincidencia unitaria, sino un compromiso con valores e instituciones que permita dirimir -pacífica y democráticamente- los desacuerdos y, a la vez, desatar el ejercicio ciudadano.

Cuba Próxima quiere servir a todos los actores, sin dejar de sostener posiciones propias. Generaremos ideas no como construcciones teóricas ni a tono exclusivo con las preferencias de los elaboradores, sino a partir de las sugerencias y contribuciones de profesionales, opositores democráticos, activistas de la sociedad civil, actores económicos y ciudadanos en general.

También contribuiremos con otros apoyos útiles al fomento de la interlocución, entendimiento, redes de solidaridad y trabajo mancomunado entre actores diversos nacionales e internacionales, con iglesias, gobiernos, cancillerías, comisiones parlamentarias, grupos empresariales, movimientos sociales, agrupaciones políticas y think tanks.

Cuba Próxima trabajará con disimiles agendas. Las de identidades particulares (racial, género, religiosas); de ámbitos concretos (medio ambiente, protección al consumidor, animales); de asuntos transversales (electorales, económicos, laborales, judiciales, etcétera); y de cuestiones clasistas que, por ejemplo, abogan por las libertades económicas mientras advierten no confundir al país con una zona franca, ni al Estado con una mera institución fiscal, porque necesitamos de ello, pero siempre al servicio de los cubanos.

También trabajaremos a favor de las diferentes opciones políticas cubanas, que tal vez disfrutan de potencialidades futuras pero actualmente no están configuradas de manera suficiente. En este sentido, debemos atender la sugerencia de articular en un proyecto político a la diversidad que durante más de una década compartimos la defensa de una República inclusiva, que no discrimine por motivos ideológicos, permita el ejercicio de las libertades ciudadanas sin miedo, y a la vez garantice los derechos sociales de todos los cubanos, además comprometida con la soberanía nacional y ciudadana.

¿Cuba Próxima será entonces plataforma ciudadana y política?

Será plaza pública, taller de trabajo, foro de diálogo, mesa de negociación, movimiento social, agrupación política, instituto de politología. Aunque en ocasiones aportará como foro de diálogo y, en otras, como mesa de negociación o de agrupación política.

Además, sin equívocos, cuando evolucione el trabajo, Cuba Próxima asumirá definitivamente la condición de instituto de politología o agrupación política -según demande el compromiso con la sociedad y la República.

En cada momento será necesario reconocerse un carácter institucional alejado de orgullos ridículos que falseen el desempeño de Cuba Próxima. El trabajo inicial estará enrumbado a convertir las ideas en acción, en historia. De lo contrario, estudiar, pensar, opinar, podría resultar un entretenimiento estéril, o enajenante; sin renunciar a tertulias de amigos y colaboradores pero la práctica requiere de ideas.

Cuba Próxima, con el abrazo de su logotipo, nos indica que carecemos de valor para abrirnos unos a otros y romper las murallas que impiden el respeto, la acogida, la libertad, la democracia.

¿En qué se parecen y diferencian Cuba Próxima y Cuba Posible?, teniendo en cuenta que el sabotaje a la segunda empezó con la idea que contenía propuestas destinadas al fracaso y que el clima político ha empeorado, aún con nuevos actores en la oposición.

No pretendemos duplicar esfuerzos que ya existen, ni competir con ellos. Sino aportar, a modo de integración estratégica, una visión de contribución.

En todo proceso social cada actor posee algo que pudiera contribuir a los demás y viceversa; de ahí que lo adecuado será aprovechar experiencias y vínculos para colocarnos recíprocamente unos cubanos al servicio otros, ya sean los más radicales y confrontativos o los más moderados, con independencia de enfoques ideológicos y de estrategia.

Las diferencias políticas, incluso abismales, pueden ser energía vital de cualquier proceso sociopolítico cuando comparten objetivos fundamentales.

Cuba próxima priorizará la defensa del Estado de derecho como variable política capaz de favorecer diversas aspiraciones e intereses, añejos y nuevos actores. Y nuestra estrategia se basará en el desarrollo de los Derechos Humanos, el imperio de la ley, la inclusión sociopolítica, la democracia, el bienestar y un contexto internacional favorable, por medio de la distensión y el diálogo; y la participación decisiva de la ciudadanía a favor de la Cuba que queremos, desde un ejercicio abierto al equilibrio entre lo posible y lo imposible.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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