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En su discurso ante el XI Pleno del Partido Comunista, Miguel Díaz-Canel acusó al exilio y a los críticos del régimen de “soñar con otra Cuba sometida y dependiente, clavada como una estrella más en la bandera estadounidense”.
La frase, pensada para los aplausos de mentes adoctrinadas, revela algo más profundo que la agotada denuncia antiimperialista de una dictadura de más de seis décadas: el miedo del poder totalitario a los sueños ajenos.
Porque el verdadero sueño de los cubanos —dentro y fuera de la isla— no tiene nada que ver con banderas extranjeras ni con nostalgias coloniales.
El cubano de hoy no sueña con ser una estrella más, sino con dejar de ser una sombra. Sueña con poder decidir su destino, con poder opinar sin miedo, con que su salario valga algo y su voto cuente para algo. Sueña con una casa sin apagones, con un plato de comida sin colas, con un futuro sin que el aeropuerto sea la única puerta de escape.
El sueño de los cubanos
El sueño cubano no es una quimera capitalista, sino un anhelo elemental: libertad, prosperidad y respeto.
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La libertad de expresarse sin temer una citación policial; la prosperidad de vivir de su trabajo sin ser tratado como “sospechoso habitual” por hacerlo; y el respeto de un Estado que no lo infantilice con consignas, que no viole sus derechos humanos básicos, sino que le rinda cuentas y le ampare en un marco de convivencia plural, justo y democrático.
El cubano que se levanta a las cuatro de la mañana para hacer una cola no piensa en anexionismos ni en conspiraciones; piensa en cómo dar de comer a su familia.
El joven que se va por Nicaragua o por el Darién no huye del concepto de socialismo, sino de su puesta en práctica por un régimen despótico que lleva 66 años en el poder, convirtiendo su supervivencia en ideología. Y el exiliado que manda remesas no sueña con una Cuba “dependiente”, sino con una Cuba donde sus familiares no dependan de él para comer.
Por eso la caricatura que el régimen hace del exilio —como una horda de vendepatrias obsesionados con Miami— no resiste un análisis serio.
El exilio cubano sostiene a la isla más que cualquier aliado político, y su sueño de libertad es hoy más cubano que el dogma vacío del Partido.
La pesadilla del régimen
El sueño de los cubanos libres es, al mismo tiempo, la pesadilla de quienes gobiernan Cuba. Porque si un día los cubanos pudieran elegir, el Partido y los herederos de la “continuidad” dictatorial perderían las urnas, los privilegios y la impunidad.
Si existiera prensa libre, se sabría en detalle cómo viven los jerarcas y cómo se distribuyen las riquezas del país. Si hubiera justicia independiente, muchos de los que hoy hablan de “moral revolucionaria” tendrían que rendir cuentas por corrupción, represión y abusos.
Por eso el régimen necesita mantener el miedo: miedo a la libertad, miedo a la crítica, miedo a la diferencia. En esa lógica, soñar se convierte en peligro, y los soñadores, en sospechosos.
El discurso de Díaz-Canel traduce ese miedo en lenguaje político: llama “enemigos” a los que imaginan una Cuba sin tutelas, y “mercenarios” a los que la sueñan con derechos y libertades civiles y políticas.
No se trata de un error de interpretación surgido de un diálogo inexistente; es el reflejo de supervivencia de la clase dominante.
El poder revolucionario, tras más de seis décadas, ha producido su propia aristocracia: una casta militar, económica y familiar que vive desconectada del país real, blindada por la retórica del sacrificio mientras disfruta de privilegios imposibles para el ciudadano común.
Esa élite no teme al bloqueo; teme al escrutinio. No teme al “imperio”; teme a la transparencia. Y su peor pesadilla es una Cuba en la que la gente deje de creerle en voz alta y mirándole a la cara.
El fin del relato
Durante años, el régimen vendió el sueño de la justicia social; hoy solo vende resignación. Su discurso ya no moviliza ni convence: apenas gestiona la indignación y el agotamiento colectivo.
Por eso Díaz-Canel habla del sueño ajeno con rabia: porque sabe que los cubanos ya no sueñan con los mitos de la llamada “revolución”, sino con su final.
Los cubanos sueñan con un país donde el gobierno no les diga qué soñar. Y cuando ese sueño despierte, la pesadilla del poder se hará realidad.
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