“Corregir distorsiones y reimpulsar la economía”: El discurso oficial que choca con la vida cotidiana en Cuba

El gobierno enumeró cronogramas, objetivos generales y “acciones implementadas”, pero sin ofrecer un solo dato concreto sobre cómo estas medidas han impactado en la vida cotidiana de los cubanos, marcada por la inflación, la escasez y el colapso de los servicios básicos.

Esteban Lazo y Manuel Marrero en la reunión © parlamentocubano.gob.cu / Tony Hernández Mena
Esteban Lazo y Manuel Marrero en la reunión Foto © parlamentocubano.gob.cu / Tony Hernández Mena

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El régimen cubano volvió a recurrir esta semana a su retórica burocrática y plagada de consignas vacías para presentar, como un logro, la revisión del llamado “Programa de Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía”.

La reunión del Consejo de Estado, reportada en Granma con un despliegue de frases estandarizadas y carentes de contenido, dejó en evidencia el contraste entre el discurso oficial y la dura realidad que enfrentan los ciudadanos.

Captura de pantalla Facebook / Asamblea Nacional Cuba

Según el órgano oficial del Partido Comunista, el primer ministro Manuel Marrero Cruz informó sobre los “avances” del plan durante una sesión encabezada por Esteban Lazo Hernández.

El reporte enumeró cronogramas, objetivos generales y “acciones implementadas”, pero sin ofrecer un solo dato concreto sobre cómo estas medidas han impactado en la vida cotidiana de los cubanos, marcada por la inflación, la escasez y el colapso de los servicios básicos.

El lenguaje utilizado en la nota oficial reflejó lo que ya se ha convertido en un patrón: abundancia de términos abstractos como “alcance de los objetivos generales”, “estrategias municipales de desarrollo” o “aportaciones colectivas de los diputados”.


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Sin embargo, el contenido real de esas políticas sigue siendo opaco, y su aplicación, ineficaz. Para los lectores de Granma, el resultado es un texto donde la propaganda sustituye al análisis y la estadística se diluye en consignas.

El contraste con las críticas de especialistas independientes es evidente. El economista Pedro Monreal ha señalado en repetidas ocasiones que el programa no corrige las “distorsiones” que dice combatir, sino que las profundiza.

Según su análisis, cada expansión del comercio en divisas refuerza la segmentación del mercado interno, mientras la austeridad fiscal impuesta por el gobierno reduce aún más la capacidad adquisitiva de la mayoría de los cubanos.

En cambio, el relato oficial prefirió centrarse en que se “concluyó la propuesta actualizada” del programa y que se “han valorado las más de 70 propuestas” de los diputados, como si la enumeración de pasos administrativos equivaliera a resultados tangibles.

Ni una sola mención apareció en la nota de Granma sobre los efectos del plan en la inflación, el mercado cambiario o la producción de alimentos, tres de las principales preocupaciones ciudadanas.

La reunión también abordó la fiscalización al ministerio de la Industria Alimentaria y la Ley de Pesca, de la cual emergieron “12 recomendaciones y 71 medidas”. De nuevo, el informe oficial se limitó a sumar cifras, sin explicar cómo esas acciones enfrentarán el desabastecimiento que golpea la mesa familiar.

En la retórica del régimen, el simple hecho de aprobar medidas se presenta como prueba de efectividad, aunque en la práctica los problemas persisten y se agravan.

El reportaje de Granma dedicó además espacio a la aprobación de un decreto ley sobre títulos honoríficos y condecoraciones, un recordatorio de las prioridades desconectadas del poder político frente a la crisis nacional.

Mientras el país experimenta un escenario que economistas describen como estanflación —inflación alta combinada con estancamiento productivo—, el gobierno invierte tiempo en regular medallas y honores.

Para Monreal y otros expertos, la raíz del fracaso es estructural: el modelo centralizado y controlado por el Estado impide la creación de un entorno productivo real, mientras la inflación devora salarios y pensiones.

Sin reformas profundas que liberen la iniciativa privada, aseguren la inversión extranjera y estabilicen la moneda nacional, cualquier programa gubernamental seguirá siendo un ejercicio de retórica. La nota de Granma sobre el Consejo de Estado confirmó esta tendencia.

El discurso oficial se reviste de tecnicismos y cronogramas, pero evita cualquier balance crítico. No hay autocrítica sobre el impacto de las medidas, ni transparencia en los resultados. Se trata de un guion repetido: reuniones, informes, objetivos, y la promesa eterna de que lo peor está a punto de superarse.

En la práctica, los cubanos saben que esas frases grandilocuentes no se traducen en mejoría económica. La propaganda pretende encubrir con palabras lo que la experiencia diaria revela con crudeza: un país donde el salario no alcanza para comer, la moneda se desploma y el futuro sigue hipotecado.

La reunión del Consejo de Estado, lejos de ofrecer soluciones, exhibió de nuevo el divorcio entre el poder totalitario y la sociedad. Y el artículo de Granma es prueba de que, en Cuba, el relato oficial importa más que la realidad que intenta ocultar.

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