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Cada caja que sale de Montevideo, o de otra parte del mundo, rumbo a Cuba carga el peso de una familia que resiste a miles de kilómetros. Medicinas, jabones, celulares, ropa usada, una lata de atún, un paquete de arroz, todo lo que para muchos es cotidiano, para los cubanos en la isla se convierte en un salvavidas que depende, cada vez más, del sacrificio de quienes emigraron.
Hay empresas que hoy funcionan como un puente vital entre la diáspora y los hogares que dejaron atrás. “Todo era Cuba, Cuba, Cuba”, recuerda Frank León, un cubano en tierras sudamericanas, mientras observa cómo se apilan paquetes embalados en nylon negro, listos para viajar. La mayoría va con destino a Las Tunas.
El flujo es abrumador. Son hasta 160 kilos semanales de artículos que viajan desde Uruguay hacia Cuba, según un reportaje de El País Uruguay. Y con ellos, las historias que nunca salen en los partes oficiales.
Hay migrantes que envían 60 o 70 kilos cada mes, solo en medicamentos para sus padres enfermos. Otros despachan herramientas para que la familia abra un pequeño taller. Una joven entrega un celular nuevo para su madre que en Cuba podría venderse hasta en 80,000 pesos, una cifra muy por encima del salario promedio.
Asimismo, en las cajas viaja diversidad de medicamentos, entre los que contabilizan ibuprofeno, antibióticos, vitaminas, jeringuillas, lámparas recargables para enfrentar apagones de 20 horas, comida seca, condimentos, productos de higiene.
“¿Cómo se vive con tres o cuatro horas de electricidad al día, con suerte? ¿Cómo mantener la calma cuando todos a tu alrededor están enfermos y no hay medicinas?”, se pregunta un migrante cubano que acaba de enviar una valija repleta de insumos médicos.
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A este puente material se suman las mulas, esos migrantes que venden espacio en sus maletas por 20 o 30 dólares el kilo para quienes necesitan enviar “algo pequeño” o urgente. Un negocio clandestino que creció al ritmo del desabastecimiento y de las prohibiciones, y que muchos ven no solo como negocio, sino como “una manera de luchar”.
Y la ayuda no termina ahí. Cada vez más cubanos en Uruguay hacen el mercado para sus familias a través de plataformas digitales, pagando desde el exterior los alimentos que en la isla resultan impagables.
“¿Cómo hace un cubano para vivir con 10 o 15 dólares al mes?”, pregunta Mark, un migrante que solo puede costear una compra mensual para los suyos. “El cubano vive del invento”.
Mientras el gobierno cubano evita hablar del alcance real de la crisis, son los migrantes, con sus sacrificios, sus horas extra, sus cajas dibujadas a mano, quienes están sosteniendo lo que queda de miles de hogares.
Preguntas frecuentes sobre el impacto de la diáspora cubana en la economía familiar
¿Cómo están ayudando los migrantes cubanos a sus familias en la isla?
Los migrantes cubanos sostienen a sus familias enviando medicinas, alimentos y otros productos básicos desde el extranjero. Utilizan empresas que funcionan como puentes vitales y también recurren a plataformas digitales para realizar compras que se entregan directamente en Cuba. Este apoyo es esencial ante la crisis económica que enfrenta la isla.
¿Qué productos son los más enviados por los cubanos desde el extranjero?
Entre los productos más enviados están medicinas, alimentos secos, productos de higiene y herramientas. Los migrantes también envían objetos como celulares y electrodomésticos, que tienen un valor muy superior en Cuba comparado con otros países.
¿Por qué los cubanos dependen tanto de las remesas y envíos desde el exterior?
La dependencia de las remesas y envíos se debe a la profunda crisis económica y desabastecimiento de productos básicos en Cuba. La inflación, la escasez de alimentos y medicinas, y los bajos salarios obligan a las familias a buscar apoyo en sus familiares en el extranjero para sobrevivir.
¿Cómo está afectando el éxodo cubano a la estructura familiar en la isla?
El éxodo está provocando que muchas familias queden separadas, con abuelos y padres mayores viviendo solos mientras los jóvenes emigran en busca de mejores oportunidades. Esta situación genera un paisaje de casas vacías y un aumento de la soledad entre los ancianos que permanecen en la isla.
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