Lis Cuesta se disfraza de trabajadora de la cultura y felicita a “hermanos de causa y militancia”



No hay en su mensaje una sola referencia al arte, a la creación, a la libertad de pensamiento o al derecho a disentir. Solo consignas que reducen la cultura a obediencia política. Esa visión no construye patria, como ella proclama; la destruye y convierte al arte en instrumento de adoctrinamiento.

Lis Cuesta Peraza © Cubadebate - X / @liscuestacuba
Lis Cuesta Peraza Foto © Cubadebate - X / @liscuestacuba

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Lis Cuesta Peraza, esposa del gobernante cubano Miguel Díaz-Canel, vuelve a ser noticia, no por mérito alguno como ya es habitual, sino por su insistencia en presentarse como una “trabajadora de la cultura”.

En su más reciente mensaje en la red X (antes Twitter), la también conocida como la ‘no primera dama’ escribió: “Felicidades, hermanas y hermanos de causa y militancia. La Cultura es la Patria y trabajar por defenderla, es hacer Revolución. Honor especialmente al Poeta de la Generación del Centenario”.

El mensaje, empapado en la habitual jerga del régimen, demuestra una vez más la profunda confusión de la llamada “continuidad” entre cultura y propaganda, entre creación y obediencia.

Cuesta Peraza felicitó a los trabajadores del sector de la cultura como quien habla de una trinchera ideológica, repitiendo el lenguaje vacío de los discursos oficiales, donde la palabra “Patria” se usa como excusa para justificar la represión, el control y la mediocridad.

Nada en su trayectoria respalda esa autoproclamación como trabajadora del arte o promotora cultural. Su nombre no figura en proyectos creativos ni en programas docentes de relevancia, salvo que su “Modelo pedagógico para exportación de servicios académicos en la agencia Paradiso” sea una tesis doctoral digna de sus magistrales disertaciones sobre reggaetón.

Cuesta Peraza no es una artista ni una académica: es una funcionaria de protocolo reciclada, convertida en rostro femenino del misógino aparato ideológico. Su aterrizaje en el Instituto Superior de Arte (ISA) ha sido denunciado como una colocación política. No fue seleccionada por su talento, sino por su cercanía al entramado del poder.


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Su verdadera carrera está vinculada a la organización de eventos, festivales gastronómicos y viajes oficiales donde se codea con la élite del régimen, entre copas y banquetes, mientras el país que dice representar se desangra en colas, apagones y hambre.

Su discurso es la antítesis de la cultura. Mientras los creadores independientes son hostigados, censurados o empujados al exilio, Cuesta Peraza se permite hablar de “defender la Revolución” como si esa defensa no hubiera sido precisamente la causa de la asfixia cultural que padece Cuba desde hace más de seis décadas.

Cada palabra suya —“causa”, “militancia”, “revolución”— es un eco empapado en etanoles de la gastada maquinaria propagandística, un insulto para los verdaderos artistas que arriesgan su libertad por expresarse fuera de los límites impuestos por el poder.

No hay en su mensaje una sola referencia al arte, a la creación, a la libertad de pensamiento o al derecho a disentir. Solo consignas. Solo la vieja consigna que reduce la cultura a obediencia política. Esa visión no construye patria, como ella proclama; la destruye, porque convierte el arte en un instrumento de adoctrinamiento y el pensamiento crítico en delito.

Mientras tanto, Cuesta Peraza continúa representando lo que la mayoría de los cubanos detesta: la arrogancia del poder disfrazada de virtud. Sus apariciones públicas son banales e intrascendentes, y sus viajes son oportunidades para componer odas a la pacotilla y exhibir privilegios, no para representar la cultura nacional.

Quizás sea hora de que Cuesta Peraza deje de hablar en nombre de la cultura y se limite a lo que mejor sabe hacer: organizar banquetes, posar para las cámaras y aparentar un rol institucional que no tiene, pero que le abre la puerta de Conviasa o Plus Ultra en sus viajes a Pekín o Nueva York.

Porque si la cultura es la patria, como ella dice, entonces su patria es la mesa sueca, el festival gourmet, las cloacas de San Remo y las boutiques de Cartier.

Los verdaderos trabajadores de la cultura cubana están en otro lugar: en las escuelas sin recursos, en proyectos comunales proscritos, en los escenarios clausurados, en el exilio y el insilio, en las pantallas censuradas, en las galerías y libros que inquietan a la Seguridad del Estado, en esa Isla en peso donde “la impetuosa ola invade el extenso salón de las genuflexiones”.

Ellos no necesitan consignas ni títulos honoríficos. Solo libertad. Mientras el sector artístico independiente enfrenta censura, vigilancia y miseria, Cuesta Peraza, en cambio, sigue confundiendo el hipido de un panfleto con la voz de un país que no la escucha y la detesta.

De ella y los mandamases del régimen, Raúl Gómez García diría: “Son los mismos”... asnos con garras.

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Iván León

Licenciado en periodismo. Máster en Diplomacia y RR.II. por la Escuela Diplomática de Madrid. Máster en RR.II. e Integración Europea por la UAB.


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Este artículo ha sido generado o editado con la ayuda de inteligencia artificial. Ha sido revisado por un editor antes de su publicación.




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