La Habana, la capital de todos los cubanos, muere lentamente



La Habana se derrumba entre abandono, pobreza y éxodo, mientras el régimen prioriza el turismo. Pese a todo, sus habitantes aún resisten y sueñan con una ciudad viva.

Habana antes y ahora Foto © Collage CiberCuba

Hay ciudades que envejecen con dignidad y otras que, simplemente, se desangran. La Habana —que fue vitrina del Caribe, puerto cosmopolita, laboratorio arquitectónico y capital cultural— hoy parece vivir en un estado de urgencia permanente: urgencia por evitar el próximo derrumbe, por conseguir agua, por atravesar la ciudad sin perder medio día en una cola, por esquivar montones de basura que ya forman parte del paisaje.

No se trata de nostalgia barata. La Habana de antes de 1959 no era un paraíso: convivían glamour y desigualdad, barrios elegantes y solares hacinados, modernidad y marginalidad. Pero era innegable que la ciudad crecía, se expandía, se modernizaba, se conectaba. En cambio, La Habana de hoy —tras 66 años de un modelo político y económico que centraliza todo y rinde cuentas a nadiese cae, se apaga, se atasca y se vacía.

Cuando La Habana se construía hacia adelante

A finales de los años 50, La Habana vivía el impulso de un boom urbano de posguerra que transformó su fisonomía: edificios de apartamentos, hoteles en el Vedado y barrios enteros que se consolidaban como símbolo de ascenso social —Miramar, Country Club, Biltmore— con viviendas modernas, trazados amplios y una vida urbana que miraba hacia el siglo XX.

Ese empuje no era solo estético. Era infraestructura. En 1958 se completó el túnel bajo la bahía de La Habana, abriendo la conexión con zonas históricamente aisladas del este y prometiendo nuevas áreas de desarrollo.

Era también una ciudad que se permitía soñar en grande: en 1956 se terminó el edificio FOCSA, una obra emblemática del modernismo habanero, que resumía ambición técnica y vocación metropolitana.

Y La Habana ya tenía símbolos que la sostenían como capital: el Capitolio Nacional, inaugurado oficialmente en 1929, seguía siendo un emblema de monumentalidad republicana y un recordatorio de una ciudad pensada para durar.


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La Habana era, en suma, una ciudad imperfecta pero viva; una ciudad que se discutía, se construía y se imaginaba a sí misma.

1959: el Estado se quedó con la ciudad… y la ciudad quedó sin dueño

La ruptura llega cuando el poder decide que La Habana ya no es un proyecto ciudadano, sino un engranaje ideológico. El desarrollo urbano y la construcción pasan a depender del Estado como único gran actor. Tras la Revolución se prohibió el desarrollo especulativo, se expropió tierra y se nacionalizó la industria de la construcción, deteniendo de golpe la dinámica inmobiliaria privada que venía empujando el crecimiento.

En 1960, la Ley de Reforma Urbana cambió de raíz el mercado de vivienda: prohibió a los propietarios arrendar inmuebles urbanos y reorganizó la tenencia de casas y apartamentos bajo reglas impuestas desde arriba.

Aquello se presentó como justicia social; y para muchas familias significó estabilidad inmediata. Pero con el tiempo, el sistema reveló su costo oculto: cuando todo es del Estado, nadie es responsable; cuando todo depende de permisos, nadie invierte; cuando la economía se empobrece y se militariza, el mantenimiento deja de ser prioridad.

La Habana no empezó a morir de un día para otro. La fueron desgastando, década tras década, la falta de inversión real, la precariedad de materiales, los salarios incapaces de sostener reparaciones, la burocracia como forma de gobierno y la impunidad como forma de administración.

Y cuando una ciudad costera vive sin mantenimiento, la sal y la humedad no perdonan. Tampoco perdonan los ciclones, las lluvias tropicales y el paso del tiempo sobre edificios centenarios. Pero el clima no derrumba; derrumba el abandono.

La Habana hoy: derrumbe como rutina

En La Habana contemporánea, el derrumbe dejó de ser noticia excepcional para convertirse en una amenaza cotidiana. El dato más cruel es que mata.

En octubre de 2023, el colapso parcial de un edificio en el centro histórico dejó tres muertos, entre ellos dos bomberos que auxiliaban una evacuación. El deterioro estructural y la falta de mantenimiento son ya parte de la normalidad habanera.

Y 2025 no ha sido mejor: este año se registraron casos de edificios colapsados con víctimas, incluyendo niños, en una secuencia que confirma que la ciudad se deshace por dentro.

Incluso lo que no llega a “derrumbe total” se convierte en ruleta rusa: balcones que caen, paredes que ceden, cornisas que se desprenden. Un ejemplo reciente en La Habana Vieja mostró el riesgo directo para cualquier peatón —y hasta para un auto estacionado— ante un colapso parcial.

Lo más doloroso es la normalización: el habanero aprende a mirar hacia arriba antes de caminar, a identificar grietas como quien identifica nubes de tormenta, a vivir con un miedo mudo que no debería existir en una capital.

La crisis de vivienda: déficit masivo y deterioro oficial

Mientras el régimen habla de “planes”, los números hablan de parálisis.

En julio de 2025 se informó que Cuba tiene un déficit de más de 800.000 viviendas y que en lo que iba de año apenas se habían construido unas 2.700, un crecimiento mínimo.

Y aun donde hay casa, no siempre hay seguridad: se calcula que más de un tercio del fondo habitacional está en estado regular o malo, lo que equivale a más de 1,4 millones de viviendas.

Esto no es solo “falta de pintura”. Es estructura, electricidad, salideros, columnas, techos, tuberías: la ciudad que se construyó para durar, hoy se sostiene con inventos, parches y fe.

Basura en las calles: la capital convertida en vertedero

La decadencia no siempre suena como derrumbe; a veces huele. La crisis de la basura ha degradado el día a día habanero hasta convertir la insalubridad en paisaje.

Durante meses, la basura acumulada en varias ciudades cubanas —incluida La Habana— se volvió parte del entorno por falta de maquinaria, insumos, combustible y personal.

En La Habana, los datos oficiales indican que el volumen de desechos en la capital supera los 30.000 metros cúbicos diarios.

Y mientras la ciudadanía exige soluciones, la respuesta oficial ha rozado el cinismo: se ha pedido a la población “responsabilidad personal” para limpiar, como si el problema fuera moral y no de gestión pública.

El resultado es doble: deterioro urbano y riesgo sanitario. Donde hay basura sin recoger, hay vectores; donde hay abandono, crece la enfermedad. La capital, que debería ser ejemplo de servicios, opera de manera intermitente.

Sed en una ciudad rodeada de agua

La Habana es una ciudad frente al mar. Y sin embargo, cada vez más vive como una ciudad sin agua.

Solo en La Habana se puede perder entre el 40% y el 70% del agua bombeada, por un sistema depauperado y sin mantenimiento suficiente.

A inicios de 2025, más de 600.000 personas en Cuba recibían agua mediante camiones cisterna, y se reportaban pérdidas superiores al 40% por salideros en redes y conductoras.

No es una anécdota; es un colapso de servicios esenciales. Y cuando el agua falla, todo falla: higiene, alimentación, salud, escuelas, hospitales, dignidad.

Transporte: una ciudad que no se mueve

La Habana es también la ciudad de las colas: colas para el pan, para el gas, para la guagua. Y si no se mueve la gente, no se mueve la economía; no se mueve la vida.

Los ómnibus en La Habana son cada vez menos y más incómodos, y se eliminaron la mitad de las rutas hacia puntos fuera de la capital por falta de combustible y piezas.

Esa misma realidad empuja soluciones de supervivencia: motos eléctricas, bicicletas, inventos con baterías. Entre 2020 y 2022 se produjeron más de 23.000 vehículos eléctricos en Cuba, y la demanda creció como respuesta directa a la crisis de combustible y transporte público.

La ciudad se adapta, sí. Pero adaptarse no es prosperar. Adaptarse es resistir.

La paradoja: hoteles de lujo en la ciudad que se cae

Mientras la capital se desmorona por falta de mantenimiento, el régimen levanta torres para el turismo como si fueran prioridad nacional.

En 2025, un enorme hotel con más de 500 habitaciones y 150 metros de altura dominó el horizonte y desató críticas por el contraste obsceno: millones para lujo, migajas para vivienda, escuelas, hospitales.

Aun así, el plan de construir hoteles siguió, incluso cuando la ocupación era baja y el país se hundía en apagones, escasez y éxodo.

El turismo, incluyendo estos megaproyectos, opera bajo GAESA, conglomerado militar señalado por opacidad y exento de auditorías.

En una ciudad normal, una torre se justificaría por demanda y planificación. En La Habana, la torre se explica por poder: por quién controla el dinero, las importaciones, el cemento, el acero, las licencias; por quién decide qué se construye y qué se deja caer.

La Habana Vieja: patrimonio mundial… y una restauración que no alcanza

La Habana no es solo ruina. También es patrimonio. Y también es resistencia.

El centro histórico, La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones conservan plazas y edificios emblemáticos que cuentan siglos de historia urbana.

Durante décadas se intentó un modelo de restauración ligado al uso social del patrimonio, con proyectos de recuperación urbana que buscaban financiarse en parte con ingresos del turismo.

Incluso hoy hay restauraciones que merecen respeto, hechas con profesionalidad y vocación. Pero todo eso —si no se acompaña de libertades, inversión real, transparencia y descentralización— se queda corto. Una ciudad no se salva restaurando fachadas mientras la gente vive con miedo a que el techo le caiga encima.

La Habana se vacía: éxodo y ciudad sin futuro

Una capital también se sostiene con su gente. Y Cuba está perdiendo gente a un ritmo brutal.

El éxodo se siente en La Habana como se siente un apagón: calles desiertas, edificios donde quedan abuelos y niños, profesionales que ya no están, barrios con menos vida y más resignación.

Y aun así, el pueblo cubano se inventa redes para sostenerse: cadenas de ayuda, solidaridad desde dentro y desde la diáspora, ciudadanos supliendo al Estado donde el Estado no llega.

La Habana resiste, pero no debería estar obligada a resistir para vivir.

En cifras: cinco datos que retratan el declive

  • Déficit nacional de vivienda: más de 800.000; construidas en 2025 (hasta julio): unas 2.700.
  • Viviendas en estado regular o malo: 35% del fondo habitacional (más de 1,4 millones).
  • Basura en La Habana: más de 30.000 metros cúbicos diarios de desechos.
  • Agua: pérdidas de hasta 70% del agua bombeada por deterioro del sistema.
  • Prioridades: hotel de lujo de 150 metros en plena crisis; turismo 2024: 2,2 millones (vs 4,2 millones en 2019).

La capital de todos los cubanos… y el futuro que le deben

La Habana es de los que viven en Centro Habana y se bañan a cubos.

Es de los que esperan una guagua que no llega.

Es de los que recogen escombros después de un derrumbe.

Es de los que limpian su cuadra porque el camión no aparece.

Es de los que emigraron y la sueñan desde lejos con una tristeza que no se quita.

Y también es —debería ser— la capital de una nación que merezca normalidad: agua estable, calles limpias, transporte funcional, edificaciones seguras, inversión transparente y un gobierno que responda ante la ciudadanía.

No hay magia para salvar La Habana. Hay decisiones: priorizar vivienda sobre propaganda, servicios sobre control, transparencia sobre opacidad, ciudadanía sobre obediencia.

Hay un requisito innegociable: que la ciudad vuelva a tener dueños en el sentido más noble del término —vecinos con derechos, empresas que puedan invertir, instituciones fiscalizables, prensa libre que denuncie sin miedo, autoridades que no se escondan detrás de consignas.

La Habana muere lentamente, sí. Pero todavía no está muerta. Y mientras exista un habanero —en la isla o en el exilio— que la recuerde como lo que fue y la imagine como lo que puede volver a ser, queda una posibilidad: que algún día la ciudad deje de sobrevivir y vuelva, por fin, a vivir.

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Preguntas Frecuentes sobre la Crisis en La Habana

¿Cuál es la situación actual de la infraestructura en La Habana?

La infraestructura de La Habana está en un estado crítico, con edificios colapsando regularmente. La falta de mantenimiento y la negligencia gubernamental han convertido muchas viviendas en riesgos mortales. Se estima que cada año colapsan alrededor de 1,000 edificaciones en la ciudad, y el número de viviendas en estado regular o malo supera el 35% del fondo habitacional.

¿Por qué hay un déficit tan grande de viviendas en Cuba?

El déficit de viviendas en Cuba, que supera las 800,000 unidades, se debe a la falta de inversión en nuevas construcciones y el deterioro de las existentes. La centralización del control estatal sobre la construcción y el desinterés en mantener las infraestructuras han perpetuado esta crisis habitacional.

¿Cómo afecta la gestión de residuos a la calidad de vida en La Habana?

La gestión deficiente de residuos en La Habana ha degradado la calidad de vida de sus habitantes. Con más de 30,000 metros cúbicos diarios de desechos sin recoger, la insalubridad se ha convertido en parte de la vida cotidiana, aumentando el riesgo de enfermedades y deteriorando el entorno urbano.

¿Cuál es la respuesta del gobierno cubano ante la crisis en La Habana?

Hasta el momento, la respuesta del gobierno cubano ha sido insuficiente y se ha centrado más en la construcción de hoteles para el turismo que en resolver las necesidades básicas de los ciudadanos. Las autoridades han sido criticadas por priorizar proyectos turísticos y no abordar de manera efectiva el problema de la vivienda y el mantenimiento urbano.

¿Qué impacto tiene la crisis en el día a día de los habaneros?

La crisis en La Habana afecta significativamente el día a día de los habaneros, quienes enfrentan problemas constantes como colapsos de edificios, escasez de agua, mala gestión de residuos y un transporte público deficiente. Esta situación crea un ambiente de precariedad y riesgo permanente para los habitantes de la capital.

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