Los padres ahorran durante años: venden animales, hacen trabajos extra, guardan hasta el último céntimo para esa fecha.
Las quinceañeras… sueñan cada noche con ese momento. El día en que, según la tradición popular, dejarán de ser niñas y cruzarán al otro lado de la línea, donde ya serán mujeres.
En Cuba, la tradición no va de la mano de la ley: la primera mayoría de edad, cuando se adquieren ciertos derechos y deberes de adultos, comienza a los 16. Pero para las adolescentes, los 16 no representan nada. El día de sus vidas, hasta ese momento, será cuando cumplan los 15.
En la primera mitad de los ´90 el Período Especial desapareció las fiestas de quince como mismo desapareció la comida, ropas y sueños de los cubanos. Solo un puñado de privilegiadas podía tomarse fotos, montar en autos o coches de época, y ofrecer un baile para amigos y familiares.
Con la lenta recuperación del país, regresaron las fiestas que contaban las abuelas: los vestidos largos, los maquillajes, les interminables sesiones de fotos.
El vals tomaba una gran parte de los preparativos: catorce parejas que servirían quorum a la pareja principal: la de la quinceañera y su novio, o su amigo elegido para la ocasión.
“El Danubio Azul”, de Strauss, ha sido el campeón de todas las fiestas de quince cubanas. Sus compases universales han resonado en casonas, discotecas o salitas de provincia. Pero también “El vals de las flores”, de Tchaikovsky, o el más popular “Tiempo de Vals” de Chayanne.
Los costos de las fiestas de quince son el verdadero quebradero de cabeza de padres.
Casi siempre algún familiar emigrado termina pagando la mayor parte de las facturas de álbumes, decorados, bebidas y adornos. Los precios pueden variar, desde luego, dependiendo de la rimbombancia que elija la familia: “los quince” son en Cuba un símbolo de poder adquisitivo, de status social.
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