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Cuba, nación desperdigada

La Cuba diferente, y que siempre ha existido, ha sido el mejor ejemplo de resistencia cívica frente a los desmanes del poder y la sinrazón disfrazada de violencia revolucionaria.

La Habana, Cuba © CiberCuba
La Habana, Cuba Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 4 años

El alcance y agilidad de las redes sociales están contribuyendo a generar la imagen de una Cuba grosera, salpicada de excesos verbales y agresividad entre iguales desdichados, como parte de la cultura de la pobreza que padece la nación desde 1960 y que se ha recrudecido a partir del sálvese quien pueda que implicó la crisis económica de 1990.

Toda revolución implica quiebre de estructuras, modas y modos; y quizá el primer disparo contra la fraternidad cubana se produjo cuando el poder revolucionario tildó de “bitongos” a las personas bien vestidas y aseadas, imponiendo el verde oliva y el caqui de campaña al poplín, lino, hilo, algodón, dril cien, etcétera, que nunca volvieron, aunque tampoco se fueron del todo, pero ambos fueron superados por el Baja y chupa, los pitusas y los popis.

La escasez crónica, que obligó a la mayoría de los cubanos a una lucha cotidiana por la supervivencia, y la imposición de un monólogo totalitario con tintes broncos, racistas, machistas y homófobos; bajo el pretexto de romper con el pasado ¿decadente? contribuyeron a consolidar un país imaginario donde la felicidad efímera, en forma de televisión o bicicleta obtenidos en asamblea de trabajadores, estableció que cualquier avance material, implicaba el sacrificio de parte de la espiritualidad y una lucha soterrada o a cara de perro con otros competidores.

El propio Fidel Castro reaccionó tarde y mal a la decadencia impuesta en el ámbito social por su liderazgo, al reclamar a los hombres actitudes de “caballero proletario” que debía cederle el asiento a una mujer en una guagua; pero nadie escuchaba, entre otras cosas, porque las guaguas pasaron a ser objeto de deseo durante mucho tiempo, incluso ahora.

Al igualar a las personas por abajo y no por arriba, el castrismo se aseguró un dominio casi absoluto de la sociedad, aunque la nación se desperdigara y la mayoría de los cubanos tuvieran que asumir modos y modas violentos para sobrevivir en barrios y centros de trabajo hostiles.

Y no se trataba solamente de barrios periféricos o de empresas de trabajadores manuales; sino de un mecanismo represivo de ingeniería social que adjudicó, alternativamente, roles de víctimas y victimarios a todos los individuos dentro de la revolución, incluidos los intelectuales y artistas “miedosos” que fueron confinados a bibliotecas apartadas o la Antillana de Acero, además del silencio.

Mientras todo esto ocurría en el plano real, la prensa pagada por el Comité Central, insistía en contar una Arcadia caribe y feliz, donde las vacas se quejaban del peso de sus ubres y donde el enemigo temblaba ante las victorias consecutivas de la revolución, pese a los traspiés de los 10 millones y el Cordón de La Habana.

Una vez establecida la chusmería como arma revolucionaria fue casi natural que la reacción ¿espontánea? del pueblo traicionado frente a los que emigraban por Mariel fuera una opereta maoísta de lapidación del disidente al que no solo se atacaba por no compartir la gloria de hundirnos en el mar; sino que se le avisaba que no eran queridos ni necesitados.

El Mariel fue un trauma que, junto con la costosa guerra de Angola, provocó la reacción de la mayoría de los cubanos que –de manera discreta, pero creciente- comenzaron a disentir de las consignas oficiales, a tejer redes discretas de solidaridad y a procurar la emigración como solución a su hastío, aunque ilusionados, como ya ocurriera en los 60, de un pronto regreso, especialmente a partir del deterioro evidente del nivel de vida por el divorcio de la URSS que acabó de un plumazo con el pan, el amor y la fantasía.

Una prueba de que el daño antropológico ha sido notable fue el reciente paseo por el aeropuerto de Miami de un señor con gran parecido físico a Fidel Castro y uniformado al estilo del máximo líder, ante quien parte del pasaje y trabajadores interrogaba al paseante en la lógica perversa del comunismo.

Y no se trata de un hecho aislado o imputable a las últimas oleadas de cubanos llegados a Florida, pues muchos años antes, el cómico Armando Roblán llenaba teatros y auditorios haciendo un Fidel Castro bufo al que el público se congregaba para meterle un mitin de repudio y hacer catarsis sin pasar por la caja de un psicoanalista.

Algunos diplomáticos y dirigentes cubanos contribuyen a consolidar esa imagen de Cuba maleducada y sectaria con sus poses de guapería barata para eludir la vergüenza del Estado que representan, intentando ponerse por encima de la realidad y buscar la confrontación torticera y no de argumentos, frente a las criticas razonadas de entidades internacionales y opositores.

Pero por debajo de toda esa algarabía, hay un país que palpita y disiente de “Juanito, bájamelo del vuelo” o “ya nos veremos en Cuba” y otros excesos verbales a los que hemos asistido últimamente, donde cubanos se enfrentan entre sí por un asiento de avión o por retrasos en los vuelos de asistencia humanitaria y afecto entre Estados Unidos y la isla. Curiosamente, esa bronquitis aguda solo les afecta en territorio yuma; una vez llegados a la isla, muchos de exaltada oralidad contra el prójimo, enmudecen y aguantan maltrato de algunos aduaneros, policías y adyacentes, sin decir ni pío tai.

La Cuba diferente, y que siempre ha existido, ha sido el mejor ejemplo de resistencia cívica frente a los desmanes del poder y la sinrazón disfrazada de violencia revolucionaria, como partera de la historia; y lo mejor es que lo ha hecho sin apenas inmutarse, repitiendo “Buenos días” o pidiendo todo, por favor, que parece súplica en algunos ambientes, pero que simboliza el país que derrotará al castrismo residual chusma y violento.

Ahora todo parece muy oscuro y hay cubanos que –como viene ocurriendo en los últimos sesenta años- se debaten entre la imploración y la añoranza; pero bastante sanos estamos pese haber padecido la violencia como sustituto feroz de la fraternidad y la lealtad que distingue a los seres humanos de los soldados en tiempo de guerra, aunque sea un combate simulado y contra nosotros mismos.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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