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De remesas, actos de repudio, y libertades en Miami y La Habana

Tenemos que dejar de llamar a las manifestaciones públicas de rechazo en Miami, sea contra Van Van o contra Haila, actos de repudio. Por nuestro propio bien, y por la memoria histórica de tanta cosa fea que hemos vivido.

Acto de repudio en Cuba © Captura de video
Acto de repudio en Cuba Foto © Captura de video

Este artículo es de hace 4 años

Los cubanos de Miami deben aprender, con toda urgencia, que las iniciativas o campañas impulsadas por activistas no son de obligatorio cumplimiento. Alguien debe aclarar eso, sin perder más tiempo. Quizás ese pequeño detalle se ha pasado por alto, y de esos truenos estas tempestades.

Se les debe esclarecer que, digamos, cuando una entusiasta activista por los derechos humanos convoca a un encuentro a las siete de la mañana en la Ermita de la Caridad un domingo, ellos con toda seguridad podrán desoír el llamado de ese deber político que no ofrece misericordia al dormir.

Se les debe asegurar, también, que cuando un ardiente influencer convoque a pulmón partido a que nadie envíe remesas a Cuba en un mes, una hora o un siglo determinados, ellos, los que se ganan sus dineros con esfuerzo, siempre tendrán la democrática opción de sacar la lengua a la iniciativa en cuestión y duplicar, por ejemplo, sus envíos como método simbólico de rebeldía.

Digo esto porque me están haciendo sospechar con tanta algarabía: ¿será que creen que es obligatorio?

He terminado por ver paralelismos entre los malos humos que despiden por la boca aquellos a quienes se les habla de matrimonio gay y creen que se ha mencionado a Satanás. No sé, tal vez si alguien indaga todo nace de un impulso de preservación propio: ¿me tendré que casar ahora yo con un hombre, yo con mi bigote Serrano y mis pistolas Pancho Villa?

Los cubanos de Miami, mirados en perspectiva, están escenificando -sin quererlo- un ejercicio de profunda incultura cívica inoculado, como no podía ser de otra forma, por un sistema parasitario que arruina lo mismo las plantaciones de caña que los valores morales y la cultura política de sus ciudadanos.

Porque cada vez que les explota un nervio y una vena de la frente se les hincha de tanto discutir por la idea que tuvo otro de convocar, pongamos, a una marcha vestidos los hombres con sayas escocesas y las mujeres con tricornios napoleónicos en el pelo, están negando los fundamentos democráticos que vinimos todos a buscar al país vecino porque en el nuestro no había de esos.

No, no es obligatorio comprarse con urgencia la sayita cuadriculada y el tricornio incomodísimo, joder. No es obligatorio asistir. No es una marcha del Primero de Mayo, no es una elección fantoche para delegados a la Asamblea Provincial del Poder Popular. Esas eran obligaciones cuyo incumplimiento se pagaba caro.

Es más simple: estos son ejercicios de libertad de expresión y libertad de asociación. ¡Y qué maravilla que los tengamos! Yo defiendo, para que estemos claros, la libertad de asociarse y manifestarse en mi contra. Si a alguien llegara yo a incomodarle a tal punto insoportable, yo aplaudo vivir en un país donde solo requieran sacarse un permiso, respetar las normas de paz, y que se planten frente a mi humilde morada a despotricar sus hartazgos de mi persona. No les garantizo que mi chihuahua les sea jovial en sus ladridos perpetuos, pero ese es ya otro tema.

Tenemos que empezar a tomar la verdadera medida de las cosas, por más hueca que suena la aseveración. Que lo suena. Pero tenemos que hacerlo. Necesitamos dejar de comparar nuestra desgracia nacional con la de los judíos bajo el nazismo, porque ahí hacemos cada vez un homenaje a la ignorancia y la estupidez. Y de paso, tenemos que dejar de llamar a las manifestaciones públicas de rechazo, sea contra Van Van o contra Haila, actos de repudio.

Porque los actos de repudio son los pogromos de factura criolla cubana, una vergüenza de nuestra historia nacional, y sabemos bien sus características más reconocibles: 1. La complicidad y el impulso del Estado 2. La permisividad de cualquier forma de violencia, sea con proyectiles en forma de piedra, huevos o tomates, sea con palizas puras y duras a cualquier padre de familia que perdiera los estribos ante tanta ofensa frente a sus hijos, y saliera a hacer frente a la muchedumbre enardecida 3. Impunidad 4. Represalias sociales: expulsiones del trabajo, presiones contra amigos y familiares, prohibiciones de asistencia a espacios públicos.

Entonces no, vamos a calmarnos la prontitud verbal: expresar rechazo de forma pacífica y dentro de los márgenes de la ley, a un concierto o un contrato o una presencia física de un individuo en algún sitio, son las reglas del juego democrático que por suerte, los cubanos no vamos a prostituir en este Estado de Derecho. Llamarle acto de repudio muestra no solo una vulgarización del término, sino una profunda ignorancia y algo de indolencia.

A la escritora María Elena Cruz Varela, a quien le hicieron tragar a la fuerza algunas de sus páginas durante uno de estos pogromos fidelistas, casi hasta la asfixia, creo no se le ocurriría equiparar su tragedia a la de Haila María Mompié a quien le cancelaron un par de conciertos, y tuvo que seguir disfrutando, ay, la dura realidad de fiestas amistosas y centros comerciales en el sur de Florida.

And last, but not least, luego de este par de nimiedades que no vendría mal a los cubanos de Miami incorporar, los cubanos de la isla no harían mal en aprender el hermoso significado de la palabra gratitud: demasiados años gritando consignas y permitiendo difamaciones contra los mismos que mes tras mes han enviado, con una puntualidad conmovedora, sus alivios vía Western Union.

Y también, si no fuera mucho pedir, los cubanos que aún residen en Cuba deberían aprender el respeto del derecho ajeno, que como nos alertara Benito Juárez alguna vez, es la paz.

Si no tuvieron a bien defender nuestros derechos, despachando al inodoro una Constitución que nos humilla y nos ignora a quienes vivimos a una hora en avión, y si dedicaron un silencio de indiferencia al calificativo de “mal nacidos por error” que alguna vez un títere muy gris nos fabricara en su cuenta de Twitter, al menos deberían mantenerse al margen con la discusión sobre el tema remesas. Por decencia. Por honor.

Es derecho de los del lado de acá, los que sufren escarnio y desprecio por parte de los secuestradores, decidir hasta cuándo y hasta dónde están dispuestos a pagar rescates mensuales que ya se cuentan por décadas sin final. Y el rehén, si desarrolla un comprensible (pero bochornoso) Síndrome de Estocolmo y opta por no pelear contra su captor, no haría mal en guardar silencio ante la extorsión interminable a que se somete a los suyos, al otro lado del mar.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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