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Desde el Rincón de La Habana: “San Lázaro es uno solo para todos los cubanos”

Crónica de la víspera de San Lázaro


Este artículo es de hace 4 años

La calle no estaba mojada, como el diciembre anterior. Hoy, el sol rajaba las piedras. Espaldas, rodillas, hombros, codos, pies..., iban más lacerados que otras veces.

“El calor quema”, decía un anciano a escasos 20 metros de la puerta del Santuario Nacional de San Lázaro, en La Habana, mientras los rescatistas le brindaban asistencia médica primaria.

Un cuarentón descalzo, que iba de salida con un bastón de madera en la mano, alentaba al anciano que se arrastraba acostado boca arriba: “Dale, que tú puedes, compadre. Ya estás ahí mismo”. Igual le espetaban a un niño de once años que avanzaba sentado, o a la madre que iba de rodillas con su hija pequeña de la mano. Era la víspera del 17 de diciembre y uno tenía ante los ojos un verdadero peregrinaje de autoflagelación.

El morado hacía una fiesta. Moradas las flores, moradas las velas, moradas la capa de San Lázaro, y las sayas de las mujeres, y los chalecos y los gorros de los hombres también. La avenida que conducía el camino hasta el poblado de El Rincón se hallaba lista para la procesión.

Mientras, algunos medios de comunicación publicaban que se trata de la segunda peregrinación más grande en Cuba, solo antecedida por la de La Virgen del Cobre. Alrededor de 15.000 personas -decían- asisten como promedio cada año.

María de los Ángeles Acosta, proveniente de Matanzas, ha llegado muy temprano. Después de que su nieto casi muere asfixiado con pocos días de nacido, prometió venir cada día 16 de diciembre. Desde entonces han pasado unas dos décadas.

La señora, de unos sesenta años, deja escapar una lágrima al tiempo que asegura que “la promesa es mía, pero mi hija sabe que cuando yo no esté la tiene que seguir ella y luego mi nieto. Es una carga que llevaremos mientras vivamos porque San Lázaro es milagroso y le tenemos mucha devoción. Él intercede por nosotros, con el permiso y el poder que Dios le ha dado. Es amigo de Jesús y todo lo puede.

“Se trata del patrono del dolor y la aflicción, de los llagados y de los que sufren. Por eso debe cuidar a los enfermos, alimentar a los hambrientos y dar de comer a los sedientos, acoger al peregrino, vestir al desnudo y consolar al preso”, agrega conmovida.

A María de los Ángeles, su hija y el hijo de su hija ya los conocen en la iglesia y les “apartan” un área diminuta donde ubicarse cerca del altar para no perderse la misa de la medianoche, “que es la más bonita”.

“Es que ya somos una familia. Nos encontramos cada año con personas que vienen desde Pinar del Río, Santiago de Cuba o Guantánamo.

“En Miami, en Moscú o en la Conchinchina, los cubanos siguen a San Lázaro, que es uno solo. No importa si algunos lo llamamos Lázaro y otros Babalú Ayé (de acuerdo con la religión yoruba).

“El viejo Lázaro responde siempre a nuestras plegarias y cura nuestras heridas, enseña al que no sabe, consuela al triste, corrige al que se equivoca, perdona al que nos ofende. Lo que debemos hacer es pedirle con buena fe”, resalta.

Con voz preocupada, una madre me explica que este año ha venido menos gente y que eso le duele. “Lo sufro porque él (San Lázaro) no se merece eso”, apunta mientras camina con sus dos niñas. Andan descalzas y envueltas en tela de yute, esa con la que se hacen los sacos.

-¿A qué crees que se deba eso? ¿Te parece que se ha perdido la fe en San Lázaro?

-No creo que sea falta de fe, sino la situación económica, que está muy mala y espanta a la gente. El transporte se ha puesto difícil, sobre todo para los que venimos de afuera de La Habana. Además, hay que cargar con comida porque aquí todo está muy caro.

Cierto es que, según se acerca uno al santuario, las velas y las flores -todas moradas- van subiendo dos, tres, cuatro veces su precio. Se elevan asimismo las tarifas del pan con lechón, la pizza o el refresco frío.

También pululan el ron y las vendedoras de cuanto objeto religioso existe. “El pulsito rojo, para las malas lenguas y los malos ojos”, pregona una. “Después hay quien cree que aquí los blancos no vienen”, señala otra al referirse a la diversidad racial de los devotos.

Curandera guantanamera, regordeta y con dolencias en las rodillas por la artrosis, Francisca -que se hace llamar “la de las siete sayas en evolución”- me aclara que allí todo el mundo sabe quién es ella porque lleva veinte años viniendo al santuario y permanece allí por dos o tres días.

“Busco mejorar lo que padezco y también ayudar a otros. Si los cubanos creemos tanto en San Lázaro es porque él nos ha dado muchas pruebas de la magia que puede hacer”, afirma con el cuello repleto de collares y un pañuelo (morado por supuesto) adornando su cabeza.

Pero Francisca, la de las siete sayas, no es sino una mendiga dentro del templo de San Lázaro. Le pide a todo el que pasa que le dé “algo” al Viejito. A quien le deja caer una o dos monedas en la cesta, le desea salud. A quien no, lo mira molesta y entorna los ojos. Como Francisca hay mucha gente allí.

En medio de promesas que los padres hacen para que las cumpla el hijo, hay hombres corpulentos poniendo a niños a vender flores o mendigos que se enojan si no consiguen dinero.

No obstante, todo está listo para honrar a San Lázaro, como corresponde cada 17 de diciembre. Antes de que termine la víspera, ya se sabe, lloverá y el agua terminará aliviando las heridas de los que creen en el santo milagroso.

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