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Elegía por Pedro Camacho, mi héroe anónimo del Mariel

Pedro acaba de perder una larga batalla contra el cáncer. Se fue en medio de la pandemia del coronavirus, lo que imposibilitó que sus familiares y amigos entrañables pudieran estar en cercanía permanente durante las últimas semanas de su gravedad.

Circulado en rojo, Pedro Camacho a su llegada a Cayo Hueso en junio de 1980. © Cortesía Archivo del Mariel
Circulado en rojo, Pedro Camacho a su llegada a Cayo Hueso en junio de 1980. Foto © Cortesía Archivo del Mariel

Este artículo es de hace 3 años

Tenía nombre de personaje de novela, como el protagonista de La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa. Pero nuestro Pedro Camacho, el cubano marielito, acumulaba historias para llenar varios libros de relatos con la sabiduría de una vida a golpes de sacrificio, sin perder un ápice de humanismo y bondad.

Pedro acaba de perder una larga batalla contra el cáncer. Se fue en medio de la pandemia del coronavirus, lo que imposibilitó que familiares y amigos entrañables pudieran estar en cercanía permanente durante las últimas semanas de su gravedad. A su lado permaneció todo el tiempo su esposo Jorge Lloret, compañero de casi toda la vida.

Pedro era mi héroe favorito del Mariel. El éxodo de 1980 trajo a Estados Unidos a unos 125 mil cubanos, entre ellos personajes ilustres, como Reinaldo Arenas, Carlos Alfonzo y Jorge Luis Piloto; figuras que lograron esplendor y fama con sus talentos desplegados en libertad, o niños y jóvenes que se enrumbaron hacia el éxito a todo rigor y tenacidad en el exilio. Sin embargo, hay un sector considerable de marielitos anónimos que marcan el valor de una experiencia migratoria a contracorriente, imponiendo el trabajo cotidiano, la honestidad y la voluntad de servicio como antídotos a los prejuicios desatados a su llegada a estas tierras.

Quizás pocas historias del Mariel comportan una carga de disciplina, laboriosidad y espíritu solidario como la de Pedro, que era un libro abierto para contar con humor todas las vicisitudes que lo trajeron desde su natal Placetas, en Villa Clara, a su destino final en North Miami.

Tenía 33 años cuando fue arrestado y condenado en Cuba, en 1979, por sustraer 10 sobrecamas en la zona turística de Varadero, donde trabajaba. Pedro reconocía que el acto fue fruto de su interés por ganarse un dinero extra para celebrar el cumpleaños de su querida hermana menor, Cecilia Bárbara Camacho, todavía residente en Placetas y a quien adoró hasta el aliento final. En realidad, no había sido autor del robo, sino que fue su jefe inmediato quien se las proporcionó para venderlas.

Pedro Camacho (1946-2020)

La sentencia del tribunal fue implacable: 10 años de cárcel, "uno por cada sobrecama", jaraneaba Pedro, como castigo ejemplar por negarse a delatar a los cómplices del hurto.

Había cumplido apenas un año de cárcel en varios centros penitenciarios cuando el país, las prisiones y los reclusorios siquiátricos se vieron estremecidos por la ola del Mariel. Indignado por la aplastante masividad de la estampida, un auténtico plebiscito con los pies, Fidel Castro no solo llamó a los mítines de repudio con un incendiario editorial en el periódico Granma bajo el título de "Ahora entrará en acción el pueblo", sino que también tuvo la idea de llenar los barcos de delincuentes y enfermos mentales. Una verdadera zafra liberadora de excrecencias que a todas luces fue un acto de guerra contra Estados Unidos.

Pedro rechazaba irse del país que amaba, pero las presiones y la insistencia de los carcelarios lo empujaron a aceptar la propuesta. Y ocho días después de dar el Sí, estaba montado en un barco camaronero, atestado de personas, rumbo a Cayo Hueso.

La foto de la llegada ha circulado ampliamente. Pedro aparece a horcajadas sobre la proa de la embarcación con un gesto inextricable, entre la incertidumbre y la expectación.

De inmediato fue trasladado a un campamento de rehabilitación en Milwaukee, en el estado de Wisconsin, considerando sus antecedentes penales. Pero 22 días después, Pedro Camacho estaba desembarcando en Miami para iniciar su extraordinario viaje hacia la plenitud.

Comenzó trabajando en la construcción hasta que a finales de 1980 lograría entrar como empleado de limpieza en las instalaciones del Cedars Medical Center, que hoy forman parte del Hospital de la Universidad de Miami. Pasó de lavar platos y limpiar pisos a auxiliar de la lavandería y luego estuvo encargado en el traslado de pacientes hasta que se hizo técnico de Rayos X.

Pero Pedro tenía una capacidad especial para lidiar con los pacientes y calmarlos en momentos difíciles, y lo valoraron para pasar a la sección de Siquiatría. Fue asistente de terapia intensiva y posteriormente se convirtió en un facilitador clave de las salas de emergencia.

Su faena en el hospital se extendió ininterrumpidamente por 38 años hasta su retiro, con numerosas distinciones acumuladas como trabajador destacado y empleado emérito. Figuró como una pieza fundamental de la institución y no había colega que no reconociera sus destrezas profesionales, disposición a colaborar y cualidad humana.

Fuera de su puesto de trabajo, Pedro tendió también la mano a innumerables personas necesitadas, entre ellos muchos de sus compatriotas llegados desde Cuba. Cuando un amigo enfermó de sida y se vio sin apoyo familiar, Pedro lo acogió en su casa y lo cuidó esmeradamente hasta la hora final.

La atención no faltó para sus padres, su hermana Sissy y sus seres queridos en Cuba. No olvidó tampoco a los amigos y personas cercanas que lo acogieron en momentos cruciales de su vida en Placetas, y a quienes siempre tenía en sus preocupaciones, desde proporcionarles una medicina hasta enviarles alimentos y dinero para la sobrevivencia cotidiana.

Si algo caracterizó la vida de Pedro fue su don de gente y su vocación de solidaridad, gustoso de complacer y aliviar a sus semejantes, muchas veces sobrepasando los límites de lo que sus propios recursos le permitían.

Justamente cuando se cumplen 40 años del éxodo del Mariel, el legado de Pedro es aleccionador. Expulsado como "escoria" de su propio país, su conducta ciudadana y aporte a la sociedad estadounidense son la mejor vindicación de una aventura migratoria que superó estigmas y descalificaciones prejuiciosas, y demostró las potencialidades creativas de los cubanos ante un horizonte de libertad.

Hablé por última vez con Pedro el pasado marzo, dos meses antes de su muerte. Estaba buscando orientación para tratar de traer a su hermana con una visa humanitaria, consciente de que se acercaba el final. "Estoy en la etapa crítica del cáncer y aunque tengo muy fuerte mi estado de ánimo ante esta situación, sigo echándole ganas a la vida", me dijo durante la conversación.

La crisis del coronavirus complicó las gestiones y su situación de salud se fue agravando aceleradamente hasta perder la batalla, el pasado 12 de mayo. Tenía 73 años.

"Todos los días llamo a Jorge para saber cómo amanece y es mí fortaleza... Es una herida que se abre en el corazón al no poder despedirse de un ser querido", me dijo su hermana Sissy en un intercambio reciente desde su casa en Placetas.

Este sábado, sus familiares y amigos despediremos las cenizas de este guerrero gallardo, humilde y campechano, que no escatimó energías para vivir y querer.

Una misa en recordación de Pedro Camacho se efectuará este sábado 27 de junio, a las 11 a.m. en la Iglesia Católica St. Matthew, en Hallandale Beach, Florida. Debido a las regulaciones impuestas por el COVID-19, habrá acceso al lugar solo para una cantidad limitada de personas, pero la ceremonia podrá seguirse por Facebook Live en la página de la iglesia o a través de www.SMATT.org

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Wilfredo Cancio Isla

Periodista de CiberCuba. Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad de La Laguna (España). Redactor y directivo editorial en El Nuevo Herald, Telemundo, AFP, Diario Las Américas, AmericaTeVe, Cafe Fuerte y Radio TV Martí.


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