El dominó que incomoda: La diplomacia de Mike Hammer y el cinismo propagandístico del régimen

La imagen del jefe de la Misión de Estados Unidos en Cuba compartiendo un rato de juego con jóvenes cubanos, desató una airada respuesta por parte de uno de los rostros más simbólicos de la estructura represiva del sistema: Gerardo Hernández Nordelo, coordinador nacional de los CDR.


Una simple partida de dominó en una calle de Camagüey bastó para poner en evidencia una vez más la incomodidad del régimen cubano ante cualquier gesto de cercanía que desafíe su narrativa oficial.

La imagen del jefe de la Misión de Estados Unidos en Cuba, Mike Hammer, compartiendo un rato de juego con jóvenes cubanos, desató una airada —y reveladora— respuesta por parte de uno de los rostros más simbólicos de la estructura represiva del sistema: el exespía Gerardo Hernández Nordelo.


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Captura de pantalla Facebook / Gerardo de Los Cinco

Desde su cuenta oficial, el actual coordinador nacional de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) lanzó un mensaje que rezuma cinismo y desesperación: “No se preocupen, niños cubanos: A los que sobrevivan, los mismos que nos bloquean los invitarán a jugar dominó... #Cuba #CDRCuba #TumbaElBloqueo”.

En apenas una frase, Hernández sintetizó el viejo guion propagandístico con el que el régimen intenta justificar su fracaso social y económico: el embargo estadounidense —al que insisten en llamar “bloqueo”— como único responsable del deterioro de la vida en Cuba.

Pero su publicación no solo es una burda manipulación, sino que revela el miedo profundo que provoca en la élite gobernante cualquier expresión de diplomacia alternativa, directa y popular como la que encarna Hammer.

Un gesto simbólico que incomoda al poder

Para el coordinador nacional de los CDR —una de las instituciones más desprestigiadas del aparato oficial—, el gesto de Hammer representa un verdadero ultraje simbólico.

Que un diplomático estadounidense se relacione directamente con jóvenes cubanos en la calle, ese territorio históricamente reclamado por el régimen como bastión de vigilancia y control, subvierte el relato que los CDR han encarnado durante décadas.

No es casual que la frase “la calle es de los revolucionarios”, pronunciada por el dictador Fidel Castro en agosto de 1995 -tras reprimir las manifestaciones conocidas como El Maleconazo-, resuene como un eco incómodo frente a las imágenes de Hammer dialogando y jugando dominó en ese mismo espacio público.

Para el régimen totalitario cubano, que concibe el espacio urbano como un instrumento de disciplinamiento político, el uso que hace Hammer de ese escenario representa una provocación ideológica: una apuesta por la libertad de encuentro, frente al control y la delación.

El episodio del dominó no fue improvisado ni inocente. Forma parte de una serie de acciones simbólicas con las que el diplomático estadounidense busca acercarse al pueblo cubano desde una perspectiva humana y horizontal.

En sus recorridos por provincias como Villa Clara y Camagüey, Hammer no solo ha compartido juegos o risas; también ha escuchado testimonios de presos políticos, se ha reunido con activistas de derechos humanos y ha rendido homenaje en espacios religiosos de profundo arraigo popular.

Estos gestos sencillos —pero cargados de significado— contrastan con la rigidez ideológica del aparato oficial cubano, que no tolera la posibilidad de un vínculo directo entre la población y representantes extranjeros que cuestionan al régimen.

La diplomacia de Hammer —consciente de que las grandes transformaciones sociales requieren de legitimidad popular— ha apostado por lo cotidiano como canal de comunicación. Y eso, para los jerarcas del Partido Comunista, es una amenaza.

La caricatura de la impotencia oficial

La reacción de Gerardo Hernández no puede entenderse únicamente como una respuesta propagandística. Es, en esencia, una caricatura grotesca de la impotencia institucional de un régimen que se ve incapaz de evitar el colapso de su narrativa.

Usar la figura del niño cubano “que sobrevive” para criticar una acción diplomática revela no solo un uso oportunista de la miseria que ellos mismos han generado, sino también la total pérdida de contacto con la sensibilidad real del pueblo.

En lugar de asumir responsabilidad o generar políticas que mejoren la calidad de vida, las élites cubanas continúan recurriendo a la victimización y a la demonización del extranjero como instrumento de cohesión interna.

Pero el pueblo cubano ya no compra ese discurso. La conexión que Hammer ha logrado establecer a pie de calle incomoda no porque sea “injerencista”, sino porque expone la profunda desconexión del poder con su propia ciudadanía.

Una diplomacia a ras del suelo

La apuesta por una “diplomacia del dominó” —como ya algunos analistas la han comenzado a llamar— recuerda a la estrategia de la “diplomacia del ping pong” entre Estados Unidos y China en los años 70. A través de un gesto sencillo, se rompe el hielo y se tienden puentes allí donde los canales oficiales están bloqueados por la desconfianza o el autoritarismo.

El régimen cubano puede burlarse, patalear o intentar desacreditar estos gestos. Pero el hecho es que, mientras los líderes comunistas se atrincheran en discursos estériles, un diplomático extranjero se sienta en una acera a jugar con los jóvenes de Camagüey. Y eso, en la Cuba actual, es más subversivo que mil proclamas revolucionarias.

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Iván León

Licenciado en periodismo. Máster en Diplomacia y RR.II. por la Escuela Diplomática de Madrid. Máster en RR.II. e Integración Europea por la UAB.


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Este artículo ha sido generado o editado con la ayuda de inteligencia artificial. Ha sido revisado por un periodista antes de su publicación.


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