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Lo que para Josué Rodríguez Pérez empezó como un trámite rutinario con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en Miami terminó convertido en una pesadilla. Lleva más de 40 días encerrado en una celda de la cárcel del condado de Natrona, en Casper, Wyoming, sin país que lo quiera recibir y sin un futuro claro.
Rodríguez, que llegó adolescente a Estados Unidos junto a su padre para escapar del régimen de Fidel Castro, lleva más de tres décadas en el país. Según contó al medio WyoFile, su vida dio un giro en 2012 cuando una condena por fraude con tarjetas de crédito lo hizo perder la residencia permanente. Un juez ordenó su deportación, pero Cuba, como en muchos otros casos, se negó a aceptarlo.
Durante ocho años trabajó legalmente como camionero en Florida, formó una familia y trató de rehacer su vida. Pero en junio de este año, cuando acudió a su cita anual con ICE, fue detenido junto a más de una docena de cubanos y comenzó un calvario que lo llevó a ser trasladado entre centros de detención en Miami, Texas, Colorado y, finalmente, Wyoming.
“Quieres morir. Le ruegas a Dios que no te despiertes por la mañana, estando así de aislado”, confesó Rodríguez en entrevistas telefónicas desde la cárcel a WyoFile.
Sin país de destino
Aunque los tribunales ordenaron su deportación, no su encarcelamiento, el cubano terminó encadenado, trasladado de un centro a otro y retenido sin rumbo definido.
ICE intentó deportarlo a México, pero nunca le aclararon por qué el país vecino no lo aceptó. Tampoco se le informó cuál sería el siguiente paso.
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La incertidumbre crece porque la administración de Donald Trump impulsa acuerdos con terceros países, incluso naciones africanas como Ruanda o Sudán del Sur, donde Rodríguez teme por su vida. “Con Trump, pueden hacer lo que quieran”, dijo desesperado.
Su hermana, Monika Rodríguez, resume lo que viven con crudeza. “Ya cumplió sus años en prisión, así que no necesita más años en prisión. Si necesita ser deportado, adelante. Deportación”, sugiere.
A los 16 años, Rodríguez llegó a Miami con su familia huyendo del comunismo. Décadas después, su vida estuvo atravesada por la pérdida de su primera esposa, una hija y una sobrina en un accidente de auto. Hundido en la culpa, cayó en las drogas y en delitos financieros.
Sin embargo, en prisión encontró la fe, estudió, cuidó a otros reclusos y salió con la intención de reconstruirse. “Me sentí libre dentro de la prisión, aunque no lo crean. Fue hermoso”, dijo. Tras salir, financió su propio camión, trabajó, se volvió a casar y mantuvo a sus dos hijas sobrevivientes.
“Ocho años portándose bien”, recordó Monika, hasta que llegó el nuevo embate migratorio.
Familia rota y miedo al futuro
En Florida, su esposa, sus hijas y su hermana viven con angustia, sin ingresos y sin certeza de qué pasará con él. “Está cada vez más desesperado y deprimido”, relató su familia a WyoFile.
Rodríguez mismo confesó que pensó en una huelga de hambre. Durante 40 días en Casper, no vio la luz del sol ni tuvo contacto humano significativo. “Es horrible. No puedo compararlo con nada porque nunca he pasado por algo así”, relató.
Mientras tanto, la Corte Suprema ya determinó en 2001 que el gobierno no puede mantener indefinidamente a un inmigrante detenido sin un plan real de deportación. Sin embargo, los abogados advierten que incluso si Rodríguez logra ser liberado, ICE podría volver a arrestarlo y reintentar su deportación.
“Este es mi hogar, pero ya no lo es”
La paradoja de Rodríguez encierra el drama de miles de cubanos que viven entre la esperanza de rehacer su vida en Estados Unidos y el temor constante de ser arrancados de ella.
“No es el mismo país, no es la misma libertad que conocía”, dijo con tristeza. “Siento mucho por este país. Este es mi hogar”.
O al menos lo era. Ahora solo quiere salir del limbo y encontrar un lugar donde le permitan empezar de nuevo.
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