Miedo a la oscuridad y hambre a medianoche: Lo que viven los niños cubanos sin electricidad

Los prolongados apagones trastocan la alimentación, el descanso y la salud mental de miles de niños en Cuba, que crecen entre el hambre, el calor y el miedo a la oscuridad.

Familia cubana en apagón (Ilustración) © Sora / CiberCuba
Familia cubana en apagón (Ilustración) Foto © Sora / CiberCuba

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Luis, un padre soltero habanero, vive con la angustia permanente de no poder garantizar lo básico a sus dos hijos: un adolescente en Mayabeque y un niño de apenas tres años en La Habana.

El Food Monitor Program, un proyecto independiente que documenta la inseguridad alimentaria en la isla, recogió su testimonio y el de otros cubanos que lidian con la crudeza de los apagones diarios, que no solo apagan las bombillas, sino también la estabilidad de miles de hogares.

En Mayabeque, el hijo mayor de Luis enfrenta un ciclo de 12 horas de apagón por apenas cuatro con electricidad.

Cocinar depende de ollas eléctricas que no funcionan sin corriente, o de carbón caro y adulterado, que asfixia las casas con humo.

En La Habana, aunque los cortes son algo menores, ocurren en horas críticas, como el almuerzo o la comida, lo que obliga a improvisar papillas de madrugada para el hijo pequeño.

El drama no es solo material: la falta de electricidad compromete también el acceso al agua, pues las familias deben esperar la corriente para encender bombas y turbinas.


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A ello se suman los daños psicológicos: el adolescente repite resignado “no hay luz” mientras sueña con emigrar, y el más pequeño pregunta con inocencia cada vez que se apaga algo: “¿se fue la luz?”.

La situación afecta incluso a quienes lograron salir de la isla. Antonia, una niña cubana de tres años que vive en Florida, pregunta con ansiedad a su abuela en Cuba: “Amá, ¿tú tienes corriente?”.

Su caso ilustra cómo los apagones se convierten en un trauma que trasciende fronteras.

Los apagones prolongados obligan a los padres a cocinar de madrugada, reorganizar horarios, dormir bajo el calor o ver perderse los pocos alimentos conseguidos.

Pero lo más grave, denuncian organizaciones independientes, es el impacto en el desarrollo infantil: desnutrición, ansiedad y un sentimiento de incertidumbre que cala desde los primeros años de vida.

Ante la ineficiencia del Gobierno, son los familiares emigrados quienes cargan con la responsabilidad de enviar plantas, paneles solares, baterías o alimentos.

Aun así, no logran cubrir un vacío estructural que condena a la infancia en Cuba a crecer en la oscuridad y con hambre.

En medio del colapso generalizado que sufre Cuba, los apagones prolongados han trastocado gravemente la vida de miles de familias, especialmente la de los más pequeños.

Desde provincias como Mayabeque, La Habana o Santiago de Cuba, hasta los hospitales pediátricos y los hogares donde apenas queda esperanza, los niños crecen en una realidad marcada por la oscuridad, el calor y el hambre.

En Santiago de Cuba, la crisis eléctrica ha empujado a numerosos menores a dormir en portales, patios o balcones, como única forma de escapar del sofoco y los mosquitos.

Según denuncias recogidas por periodistas independientes, los apagones no solo interrumpen el descanso infantil, sino que deterioran su salud mental y emocional, sumiendo a muchas madres en un ciclo de ansiedad, culpa y agotamiento.

Este deterioro no es exclusivo de las ciudades. En zonas rurales o empobrecidas, los padres improvisan comidas de madrugada, pierden los pocos alimentos que consiguen refrigerar y deben reorganizar sus rutinas para intentar mantener algo de estabilidad en medio del caos.

Como muestra, muchas madres han compartido testimonios sobre el dolor de criar en la escasez, describiendo cómo el calor y la oscuridad han convertido la infancia cubana en una experiencia marcada por el miedo y la carencia.

Además, el impacto psicológico se extiende a madres como la protagonista de un testimonio reciente, quien revive su propia infancia marcada por el hambre y la pobreza al ver que sus hijas atraviesan hoy las mismas privaciones.

La desesperanza, alimentada por la falta de respuestas institucionales, se ha convertido en una constante generacional que atraviesa hogares de todo el país.

Preguntas frecuentes sobre la crisis energética en Cuba y su impacto en la población

¿Cómo afectan los apagones a las familias cubanas?

Los apagones prolongados afectan gravemente la calidad de vida de las familias cubanas. Las interrupciones eléctricas no solo impiden cocinar y conservar alimentos, sino que también afectan el acceso al agua y la estabilidad emocional de los hogares. Los niños sufren desnutrición y estrés, mientras que los padres deben reorganizar su día a día para intentar cubrir necesidades básicas en las pocas horas de electricidad disponibles.

¿Qué alternativas tienen los cubanos para cocinar durante los apagones?

Muchos cubanos recurren a métodos antiguos e insalubres como cocinar con leña o carbón. La falta de electricidad y gas licuado ha obligado a las familias a improvisar fogones con materiales reciclados, lo que genera riesgos de incendios y problemas de salud por la inhalación de humo. Algunos también intentan cocinar de madrugada cuando hay electricidad disponible, aunque estas prácticas no son sostenibles a largo plazo.

¿Qué impacto tiene la crisis energética en los niños cubanos?

La crisis energética afecta gravemente el desarrollo infantil en Cuba. La falta de electricidad y alimentos adecuados provoca desnutrición, ansiedad y un profundo sentimiento de incertidumbre en los niños. Muchos heredan las preocupaciones de sus padres y experimentan un trauma que puede tener consecuencias duraderas en su salud mental y emocional.

¿Qué papel juegan los emigrados cubanos ante la crisis actual?

Los emigrados cubanos desempeñan un papel crucial en el apoyo a sus familias en la isla. A menudo envían recursos como plantas eléctricas, paneles solares y alimentos, tratando de aliviar las condiciones de sus seres queridos. Sin embargo, estas ayudas no pueden solucionar el problema estructural que enfrenta el país, el cual requiere una acción gubernamental efectiva para garantizar los servicios básicos a la población.

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