Vicente de la O Levy: El responsable del colapso energético en Cuba

Mientras el gobierno repite su mantra de la “resistencia creativa”, la población vive en penumbra, atrapada entre el deterioro material y la desinformación. El apagón se ha vuelto permanente no solo en los hogares, sino también en la esfera pública.

Vicente de la O Levy y Miguel Díaz-Canel © Captura de video Facebook / Canal Caribe - Facebook / Miguel Díaz-Canel Bermúdez
Vicente de la O Levy y Miguel Díaz-Canel Foto © Captura de video Facebook / Canal Caribe - Facebook / Miguel Díaz-Canel Bermúdez

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Desde que Vicente de la O Levy fue nombrado ministro de Energía y Minas el 17 de octubre de 2022, Cuba no ha tenido un solo año de estabilidad eléctrica.

Su designación fue presentada como una apuesta técnica dentro del discurso de “continuidad” del gobernante Miguel Díaz-Canel, en un intento por mostrar que el país enfrentaba la crisis con cuadros competentes.

Tres años después, la realidad demuestra lo contrario: el Sistema Eléctrico Nacional (SEN) ha vivido el peor período de colapsos y apagones desde el llamado “Período Especial”. Durante su gestión, el SEN ha sufrido cinco apagones nacionales, déficits que han superado los 1,700 megavatios y fallas simultáneas en las principales termoeléctricas del país.

El ministro ha atribuido el desastre a la falta de combustible, a los mantenimientos pendientes y a las “limitaciones financieras”, pero el resultado es el mismo: una red obsoleta, fracturada y sin capacidad de respuesta. Lo que antes era un sistema en decadencia, hoy es un modelo energético colapsado.

Del apagón estructural al discurso de lo “soportable”

Las declaraciones de De la O Levy reflejan la distancia entre el poder y la realidad cotidiana de los cubanos.

En mayo de 2024, aseguró en televisión que “los apagones son ahora más soportables”, una frase que generó indignación popular porque coincidía con una de las semanas más críticas del año: apagones de hasta 20 horas diarias en zonas del oriente y el centro del país. No era una metáfora, sino una expresión de la normalización del sufrimiento bajo un discurso que presenta la resistencia como virtud.


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En los meses siguientes, su tono se volvió predecible: reconocimientos parciales, promesas de recuperación y nuevos fracasos. En septiembre de 2024, declaró que el sistema estaba “débil, pero no en condiciones de colapsar”.

Un mes después, el SEN se desplomó completamente, dejando sin electricidad a toda la isla. Y en septiembre de 2025, volvió a justificarse: “Sin los parques solares estaríamos peor”.

Cada una de las frases de De la O Levy ilustra un patrón de gestión basado en minimizar el desastre y convertir la precariedad en discurso político, típico del castrismo y su “continuidad”. En lugar de asumir responsabilidades, el ministro pide paciencia y comprensión, mientras el país entero vive al ritmo de los apagones programados.

El lenguaje de la demagogia técnica

Pocas figuras del actual gabinete cubano dominan con tanta soltura el lenguaje tecnocrático vacío. En septiembre de 2024, durante la Feria Internacional de Energías Renovables, De la O Levy ofreció una declaración que ya es célebre:

“Producir el 30 % de la energía con fuentes renovables no es cosa fácil. Son millones de paneles solares fotovoltaicos; son cientos de millones de tornillos, de tuercas, de arandelas, de estructuras de acero… son miles y miles de pilotes para hincar”.

En lugar de explicar un plan concreto, el ministro se refugia de continuo en la retórica del volumen y la dificultad, como si el exceso de cifras justificara la inacción.

Los “tubos”, las “tuercas” y los “pilotes” se han convertido en metáforas involuntarias de un sistema burocrático que confunde la cantidad con la eficiencia. Mientras tanto, las termoeléctricas se caen a pedazos y el pueblo escucha con incredulidad una explicación más propia de una obra de teatro que de un informe ministerial.

El espejismo de las energías renovables

De la O Levy ha intentado presentarse como el impulsor de una “transición energética”, pero el aporte de las fuentes renovables no supera el 10 % de la generación nacional, y la mayoría de los parques solares funcionan sin baterías de almacenamiento.

Cada proyecto inaugurado se presenta como un éxito histórico, aunque su impacto real sea insignificante frente a un déficit estructural de miles de megavatios.

En su visión, el futuro energético de Cuba está siempre a cinco o diez años de distancia. En 2024 prometió que para 2030 el país produciría el 30 % de su energía con fuentes limpias. Pero esas metas carecen de respaldo financiero y tecnológico, y chocan con la realidad de un Estado que ni siquiera puede garantizar el suministro de diésel a sus generadores distribuidos.

La llamada “transición energética” no es más que un relato diseñado para ganar tiempo y calmar el descontento social.

Cifras que definen el desastre

El propio ministerio de Energía y Minas (MINEM) ha reconocido que la generación térmica está en crisis permanente.

Las centrales Guiteras, Renté, Felton y Nuevitas operan muy por debajo de su capacidad nominal; los mantenimientos se hacen con materiales reciclados y el personal técnico trabaja sin recursos básicos. El petróleo cubano que consumen tiene un alto contenido de azufre y su baja calidad obliga a constantes paradas para limpiezas y mantenimientos.

En 2025, los apagones volvieron a extenderse por todo el país, y el SEN registró su quinto colapso nacional en menos de doce meses. En fechas recientes, el ministro reconoció que “el combustible no alcanza para todo el mes” y que muchas unidades siguen paralizadas por “falta de piezas”.

La paradoja es evidente: mientras se exporta petróleo o se destinan recursos a proyectos propagandísticos, el país no logra mantener encendida ni la mitad de su red eléctrica. El SEN ya no se sostiene por ingeniería, sino por inercia.

Ramiro Valdés: La descarga eléctrica que no ilumina

En medio de ese panorama, el régimen decidió recurrir a una figura emblemática: Ramiro Valdés Menéndez, comandante histórico, exministro del Interior y uno de los responsables de la represión política más dura del país.

Su designación como supervisor del sector eléctrico fue presentada como un intento de “garantizar disciplina y eficiencia”, pero en realidad evidenció la incapacidad del gobierno civil para resolver una crisis técnica y la necesidad de recurrir al miedo y la coacción para obtener resultados.

Ramiro Valdés no es ingeniero ni especialista energético. Su presencia responde a otra lógica: la del control. Su fama de hombre severo, su trayectoria como jefe del ministerio del Interior (MININT) y su papel en la censura digital lo convierten en una figura de temible autoridad dentro del régimen, pero irrelevante para rescatar un sistema eléctrico colapsado.

Su incorporación al sector fue una señal política: cuando fallan la técnica y la gestión, el poder recurre a la coerción. En vez de reparar plantas y modernizar infraestructuras, se militariza la crisis. Y lo que debería ser una política energética se convierte en un ejercicio de obediencia.

Impacto social: Vivir a oscuras

El apagón, más que un evento técnico, se ha convertido en una experiencia diaria. La falta de electricidad afecta la salud, la educación y la alimentación.

Hospitales que suspenden operaciones, escuelas que interrumpen clases, barrios donde las bombas de agua no funcionan durante días. Las colas se trasladan a los pocos puntos donde hay corriente, y los refrigeradores vacíos se han vuelto símbolo del colapso doméstico.

CiberCuba ha documentado protestas espontáneas en prácticamente todas las provincias del país. Los vecinos gritan “¡queremos luz!” y protagonizan cacerolazos mientras las autoridades locales envían patrullas para contener el descontento. Cada apagón prolongado no solo apaga una bombilla: enciende la conciencia del fracaso estatal.

El modelo de la impunidad

Vicente de la O Levy no ha sido destituido ni sancionado. Su permanencia al frente del MINEM es una decisión política de Miguel Díaz-Canel, que prefiere la lealtad a la eficacia. El ministro es el rostro técnico de una política que no busca resultados, sino control. En Cuba, los cargos se mantienen por obediencia, no por desempeño.

El problema, por tanto, trasciende al funcionario. La raíz del colapso energético está en un modelo centralizado que asfixia cualquier iniciativa empresarial y reduce la gestión a un acto de propaganda.

No hay auditorías independientes ni transparencia en las cifras. Cada vez que el sistema se cae, el gobierno promete un “nuevo comienzo”, pero sin cambiar nada esencial.

Conclusión: La oscuridad como política de Estado

El colapso energético cubano no es una fatalidad ni una consecuencia exclusiva de factores externos. Es el resultado directo de años de negligencia, desinversión y uso político de los recursos públicos.

Vicente de la O Levy, con su discurso de tubos, tornillos y soportabilidad, encarna la continuidad de un fracaso que Díaz-Canel administra con resignación y propaganda.

Mientras el gobierno repite su mantra de la “resistencia creativa”, la población vive en penumbra, atrapada entre el deterioro material y la desinformación. El apagón se ha vuelto permanente no solo en los hogares, sino también en la esfera pública.

Y aunque cambien las promesas o los lemas, la oscuridad sigue siendo la metáfora más fiel del poder en Cuba.

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Iván León

Licenciado en periodismo. Máster en Diplomacia y RR.II. por la Escuela Diplomática de Madrid. Máster en RR.II. e Integración Europea por la UAB.


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Este artículo ha sido generado o editado con la ayuda de inteligencia artificial. Ha sido revisado por un editor antes de su publicación.




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