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Mientras el oriente cubano intenta recuperarse de los estragos del huracán Melissa, que ha dejado a miles de familias sin techo, sin alimentos y sumidas en el abandono, Lis Cuesta Peraza, esposa del gobernante Miguel Díaz-Canel, guarda silencio.
La llamada “no primera dama” del régimen cubano no ha mostrado señales de empatía hacia las víctimas, limitándose a compartir mensajes de propaganda política sobre el embargo estadounidense.
En sus últimas publicaciones en la red social X (antes Twitter), Cuesta Peraza reposteó mensajes de Díaz-Canel sobre la supuesta “derrota del bloqueo genocida” y la “dignidad del pueblo cubano frente al imperio yanqui”.
Solo una mención indirecta al huracán, el 28 de octubre, sirvió para culpar al “criminal cerco de Estados Unidos” de las limitaciones materiales que enfrenta la isla, insistiendo en que “el Estado cohesiona todo un país y sus recursos en función del Oriente”.
El contraste entre ese discurso y la realidad que viven los damnificados ha desatado críticas dentro y fuera de Cuba. Usuarios en redes sociales se preguntan “¿dónde está la holguinera Lis Cuesta?”, recordando que, pese a haber nacido en esa provincia, no ha aparecido públicamente ni ha expresado solidaridad concreta con su pueblo.
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“Ella solo aparece para posar en eventos internacionales, hoteles de lujo o misiones culturales; cuando el pueblo sufre, desaparece”, escribió el medio alternativo ‘La Tijera’, reflejando un sentir ampliamente compartido.
No es la primera vez que Cuesta Peraza genera indignación con su aparente desconexión del sufrimiento ciudadano.
En 2022, en medio de prolongados apagones, escribió que tenía “el corazón en modo estropajo”, frase que se convirtió en objeto de burlas y memes por su falta de empatía. Desde entonces, su figura se asocia a la frivolidad del poder y al contraste entre el privilegio y la miseria que atraviesa el país.
En Holguín, la devastación es evidente: casas derrumbadas, cosechas arrasadas y comunidades enteras incomunicadas. Mientras tanto, la “primera dama sin cargo” prefiere repetir los eslóganes del régimen sobre el embargo antes que mirar de frente la tragedia que golpea su propia tierra natal.
La “no primera dama” del silencio y el privilegio
La esposa de Díaz-Canel lleva años ensayando el papel de “mujer del poder” en una dictadura que ni siquiera reconoce oficialmente la figura de primera dama.
Ella insiste en que ese título es “burgués y patriarcal”, pero se comporta como tal cada vez que acompaña a su esposo en alfombras rojas, banquetes internacionales o actos del Partido Comunista, con escoltas, vestidos de diseñador, joyas y complementos de lujo.
Cuando la tragedia toca la puerta del pueblo, Cuesta Peraza desaparece. No hay lágrimas, no hay consuelo, no hay gesto humano. Su activismo en redes sociales se limita a aplaudir consignas sobre el “bloqueo genocida”, mientras ignora los apagones, los derrumbes y los niños sin medicamentos.
En lugar de empatía, reparte discursos vacíos de “resistencia” y frases que rozan el ridículo, como aquella de 2022 en la que aseguró tener “el corazón en modo estropajo” mientras millones de cubanos cocinaban con leña y dormían bajo un calor sofocante por la falta de electricidad.
Ese episodio marcó el tono de su relación con la opinión pública: una mujer que se victimiza ante las críticas, se proclama feminista dentro de un sistema patriarcal y se justifica como “profesora y trabajadora de la cultura”, aunque su verdadero oficio sea el de propagandista del régimen.
Desde su puesto como directora de Eventos del Ministerio de Cultura, ha dedicado su energía a promover festivales fallidos como el 'San Remo Music Awards', organizar banquetes y sostener la fachada cultural de un Estado que censura artistas, encarcela opositores y hambrea a su pueblo.
Su empatía es una escenografía. Habla de “resistencia femenina” desde un despacho con aire acondicionado, mientras las cubanas de a pie cargan cubos de agua, hacen colas interminables y sobreviven con salarios que no alcanzan ni para un litro de aceite.
Se dice “feminista”, pero jamás ha alzado la voz por las presas políticas, las madres de los manifestantes del 11J o las mujeres que emigran en balsas huyendo de la miseria que su gobierno perpetúa.
En marzo pasado, durante una entrevista en la televisión estatal, Cuesta afirmó que “hasta del enemigo se aprende”, en alusión a quienes la critican. Pero su idea de “aprendizaje” es la del poder que nunca escucha: un monólogo revestido de superioridad moral. Es la pedagogía del cinismo. Habla de “perdón y concordia” en un país donde la policía política persigue a quienes piensan distinto.
Cuesta Peraza, la mujer que un día llamó “dictador de mi corazón” a su marido, representa la distancia abismal entre la cúpula y la nación real. Mientras Holguín se ahoga bajo el lodo y el abandono, ella sigue en su pedestal, mirando hacia el norte para culpar al embargo, pero incapaz de mirar hacia abajo para ver el dolor de su propio pueblo.
No es la primera dama, ni siquiera lo necesita ser. Es el retrato perfecto del poder cubano: sordo ante el sufrimiento, ciego ante la miseria y mudo ante la tragedia.
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