
Vídeos relacionados:
El discurso de Miguel Díaz-Canel ante el XI Pleno del Partido Comunista de Cuba (PCC) fue presentado por la prensa oficial como un ejercicio de autocrítica y de “actualización revolucionaria”.
Sin embargo, lo que en realidad ofreció el gobernante designado fue una reiteración sistemática de las viejas fórmulas vacías del castrismo: resistencia, bloqueo, unidad y lucha. A simple vista, parecía una reunión de trabajo; en esencia, fue un acto de supervivencia política.
Desde el inicio, Díaz-Canel reconoció la magnitud de la crisis: un Producto Interno Bruto en retroceso de más del 4%, inflación desbordada, apagones prolongados, escasez de alimentos y un deterioro general de la vida cotidiana.
Pero a pesar de esa radiografía precisa, el presidente optó por una explicación conocida: “seis décadas de acoso económico externo”. Una vez más, el bloqueo fue el refugio discursivo de todos los males, el comodín que permite no asumir responsabilidad interna ni rendir cuentas ante la población.
El contraste entre el diagnóstico y las causas que ofrece el poder revela una constante: la “continuidad” ya no habla con el país, se habla a sí misma.
Lo más leído hoy:
Díaz-Canel repite los mantras del castrismo clásico —“resistencia”, “unidad”, “participación popular”—, pero sin la épica ni la fe de los años fundacionales. El tono ya no es heroico, sino burocrático: una mezcla de consignas de la Ñico López con manuales de procedimiento de GAESA y la Contrainteligencia.
A lo largo del discurso, el designado de Raúl Castro volvió sobre el mismo eje retórico que ha caracterizado sus intervenciones: una apelación emocional a la moral revolucionaria combinada con promesas administrativas.
“Corregir distorsiones y reimpulsar la economía”, dijo, sin explicar cómo hacerlo en un sistema que castiga la iniciativa privada, centraliza la toma de decisiones y mantiene el monopolio estatal en casi todos los sectores.
La contradicción entre las palabras y la realidad se expresó, sobre todo, en el lenguaje. Cuando Díaz-Canel habló de “revolucionar la Revolución”, en realidad anunció la continuidad de un modelo inmóvil. La promesa de cambio se ha convertido en un eslogan vacío, repetido en cada congreso, pleno y discurso presidencial desde hace al menos veinte años.
Más revelador aún fue su insistencia en la “unidad” como fortaleza. En un país con un solo partido legal y sin pluralismo político, esa apelación a la unidad no significa consenso, sino obediencia. Lo que el primer secretario del PCC describió como “discusión fuerte” o “debate crítico” es, en la práctica, una conversación cerrada donde todas las conclusiones ya están decididas antes de empezar.
El XI Pleno debía ser una instancia de evaluación y replanteamiento estratégico de los comunistas, pero terminó siendo una reafirmación ideológica de la impotencia y la incompetencia. Los dirigentes admitieron las dificultades, pero no cuestionaron los fundamentos del sistema que las genera. Así, el discurso se convirtió en un ejercicio circular: diagnosticar los mismos problemas, repetir las mismas promesas y volver a culpar al mismo enemigo.
Mientras tanto, la sociedad cubana avanza en otra dirección. La gente se desconecta emocionalmente del relato oficial, busca alternativas informales para sobrevivir y emigra como forma de protesta silenciosa. La “revolución” que alguna vez prometió dignidad se ha transformado en un aparato que administra la escasez y exige gratitud por ello.
El contraste entre el lenguaje triunfalista y la vida cotidiana erosiona la legitimidad del poder más que cualquier llanto por un “bloqueo” agujereado. Cuando Díaz-Canel pide confianza y paciencia, muchos cubanos solo escuchan repetición e inercia. El discurso ha dejado de tener el fervor del carisma político del dictador en jefe para convertirse en una letanía de justificaciones del pusilánime heredero del cargo.
En el fondo, lo que dijo Díaz-Canel fue lo de siempre: que el país puede seguir igual, siempre que el pueblo siga creyendo. Pero la fe, a diferencia del control, no se puede imponer por decreto.
Archivado en: