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Santa Clara, tan “pelada” como La Habana

En las tiendas de la ciudad central de Cuba, los estantes están igual de desiertos que los de la mayoría de las tiendas de la capital.


Este artículo es de hace 4 años

Antes, Moraima iba a Santa Clara en busca de cuanto producto no encontraba en La Habana. Una vez cada par de meses, más o menos, llegaba a la ciudad del centro del país para abastecerse de víveres tan básicos como la carne de cerdo, la leche en polvo o el jabón. Había de todo, o casi todo.

Si bien le salía trabajoso encontrar lo que necesitaba para su negocio de renta de habitaciones en la capital, al final de la historia salía ganando. Se ahorraba las miles de vueltas y de colas que daba persiguiendo los productos en La Habana, y solo tenía que sacar un pasaje en la Terminal de Ómnibus y quedarse par de noches en casa de amistades.

Pero ahora el panorama en Santa Clara cambió. Hace pocos días, su primer viaje del año a la urbe naranja la dejó decepcionada, puesto que los estantes de allá están igual de desiertos que los de la mayoría de las tiendas habaneras, y apenas acumulan enormes cantidades de un mismo producto que casi nadie compra porque casi nadie lo requiere.

La puesta en práctica de disímiles estrategias de racionamiento no ha impedido que, cuando surten los comercios con algo altamente demandado, entren en escena los que se pelean entre sí, los que venden los primeros turnos, los que hacen la cola una y mil veces porque toca una cantidad limitada de productos por persona.

Sentada en la sala de su casa, la espirituana Daimí García, quien reside en Santa Clara desde hace dos décadas, afirma que en los últimos meses no ha habido estabilidad en el abastecimiento de casi ningún producto de primer orden, ni en la red de tiendas recaudadoras de divisa ni en los mercados artesanales e industriales que venden en moneda nacional los artículos hechos en Cuba.

De acuerdo con lo que considera la trabajadora de la sucursal provincial de una pequeña empresa estatal, “yo tengo bastante suerte porque vivo pegadita al bulevar de la ciudad, que es donde están ubicados los mejores establecimientos, y así y todo paso bastante trabajo para conseguir algunas cosas.

“Como mi trabajo también me queda cerca, cuando me entero de que sacaron jabón, sobre todo el de cinco pesos cubanos (que es el más económico), y detergente, lo mismo para fregar que para lavar, me escapo un rato con permiso de mi jefe para irlos a comprar porque eso vuela, a pesar de que lo comercializan con límites para evitar el acaparamiento”, explica resignada.

A media cuadra del Parque Vidal, el punto medular de Santa Clara, el ama de casa Edelmira asegura que las peores escaseces que han marcado el mes de enero han sido las de productos de aseo como la pasta dental, el papel sanitario y la colonia, y las de alimentos como el pollo o el huevo.

“Lo del papel higiénico no tiene nombre, está desaparecido. Yo tengo par de rollitos guardados para cuando viene visita. El resto del tiempo me las arreglo aseándome con agua porque ni servilletas ni toallitas húmedas hay. De poco me sirven los quilitos que me manda mi hermana de afuera, si ni con dinero halla uno qué comprar”, acota la señora de unos cincuenta años.

Solo en 2018, el gobierno destinó el 18% del total de sus importaciones -1929 millones de dólares- a la compra de alimentos, para satisfacer el 80% del consumo nacional.

Por otro lado, los datos oficiales indican que la producción agropecuaria disminuyó del 20% del Producto Interno Bruto en 2007 a -1.5% en 2017, principalmente porque el gobierno no se preocupa por estimularla lo suficiente.

Así, a gente como Isel Rodríguez, una santaclareña de 41 años, le ha tocado bailar con la más fea en varias ocasiones. Después de horas haciendo una cola para comprar pollo o detergente en polvo, se ha quedado con las manos vacías porque “la mercancía se ha acabado antes de llegar mi turno y he tenido que resignarme.

“Es que sacan poquitos de cada cosa y la población anda desesperada tratando de subsistir. Y si a eso le agregamos la falta de medicamentos y el nuevo lío de ahora con el gas, es difícil mantenerse cuerdo. No sé cómo todavía nos llamamos país”, reflexiona la doctora.

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