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El arte del performance y la bandera

Los usos y desusos de la bandera se disparan en Cuba en la década de los noventa. Fue el Estado cubano y no ningún artista quien comenzó a explotar no sólo la bandera, sino a Cuba entera y todos sus recursos naturales con fines comerciales

Bailarinas cubanas, vestidas con la bandera cubana, en una imagen de archivo. © CiberCuba
Bailarinas cubanas, vestidas con la bandera cubana, en una imagen de archivo. Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 3 años

Para mí, uno de los performances artísticos más impactantes de los que he tenido noticias es "Rhythm O", de Marina Abramovic. En este acto la artista serbia personifica un objeto y da patente de corso a los espectadores para que hagan de ella lo que les plazca por 6 horas. Los resultados fueron espeluznantes.

El arte -como actividad, argumento o producto- persigue, desde una estética determinada, expresar algo, comunicar algo, ¡gritar algo!

El arte performático, conceptualmente hablando, es un arte vivo, una transmisión en tiempo real de las inquietudes de un artista a una audiencia presente que reacciona al producto artístico. Es decir, el performance es un acto que busca, desde la inmediatez, la interacción con el público, con la gente. Por ejemplo, las estatuas vivientes son un tipo de performance.

Desde hace unos años, esta manifestación artística ha ganado terreno y se ha fundido con el arte político a través de la crítica social en nuestro país. No voy a teorizar sobre las causas de su irrupción a la intemperie. No sabría explicar si es el aumento del turismo en Cuba o la pérdida de espacios (léase, derechos) lo que ha volcado a los artistas contemporáneos a sacar su arte a la calle y vestir sus inquietudes. O ambos. Lo cierto es que hay en Cuba un arte político que deconstruye el 'deber ser' de la narrativa oficial, motivado por las urgencias del presente.

“¿Dónde está Mella?”, de Luis Manuel Otero Alcántara, es un ejemplo de este arte, en protesta por la desaparición del busto del líder comunista Julio Antonio Mella, retirado por las autoridades del Hotel Manzana de Gómez.

“Drapeau” es otro performance del mismo artista, donde el acto artístico fue llevar la bandera como parte de su cuerpo durante un mes. “Su cuerpo es lo que el lienzo a la pintura, su acción lo que la técnica” escribía Carolina Barrero en El Estornudo y agregaba:

“El uso de la bandera en su obra no es correcto o incorrecto, sino artístico. El arte trabaja con el universo de lo simbólico en el que solo tienen cabida los juicios estéticos. De la performance Drapeau valdría decir, no obstante, que su relación con la bandera está llena de afecto y reconocimiento, un tributo a la historia y a los valores de la nación. Pocas cosas pueden ser más conmovedoras que un joven que duerme, despierta, crea, trabaja y sueña arropado por los valores de su bandera.”*

La autora también menciona a otros artistas que han experimentado con la bandera cubana, entre ellos, Kcho, Tania Bruguera, Tomás Esson y Lázaro Saavedra. Y hay más. Maykel Herrera es otro artista que pinta representaciones de la realidad utilizando niños y, sí, en efecto, también la bandera. Es que desde mucho antes la bandera ha sido el centro de dibujos en los 30 y en los 50 del siglo XX y no solo por parte de artistas cubanos. Hay caricaturas que criticaban el Tratado de Reciprocidad Comercial -que poco tenía de recíproco- así como otras que auguraban la derrota de Batista por el Ejército Rebelde (ambas recrean y alteran bajo licencias estéticas los símbolos nacionales).

Pero la bandera también ha sido impresa en pulóveres, bolígrafos y souvenirs. Ha sido usada como traje de rumbera por bailarinas que venden una imagen de Cuba a los turistas, y por figuras de la cultura como Haila, Laura Pausini…¡hasta Celia Cruz!

Nuestra bandera ha acompañado las cargas al machete mambisas, ha sido venerada por millones de cubanos y quemada por venezolanos furiosos en protestas contra Maduro.

Yo, en lo personal, no la veo como un trapo viejo, ni como un trozo de tela. Para mí, la bandera representa mi cultura, mis raíces, mi nación a los que profeso profundo respeto. No obstante, no pretendo juzgar el uso que cada cual le da, la manera en que otros la ven e interactúan con ella. Y me parece alucinante que quienes se alarman por una foto de un artista sentado en un inodoro con la bandera en sus hombros, no piensen que el presidente de su país -que se vistió con la bandera para ir a una tángana “espontánea” en el parque Trillo- es también un ser humano con necesidades fisiológicas.

Es que hay performances que no son artísticos, sino políticamente correctos, y que, desde la “estética de la abyección”,** retratan la obediencia al poder. Sus autores, huérfanos de racionalidad y coherencia, expresan servidumbre, comunican miedo y, en algunos casos, gritan odio; en otros casos solo padecen de inercia desinformación o ceguera crónicas.

Pero volvamos a la bandera.

Los usos y desusos de la bandera se disparan en Cuba en la década de los noventa. En mi opinión, fue el Estado cubano y no ningún artista quien comenzó a explotar no sólo la bandera, sino a Cuba entera y todos sus recursos naturales con fines comerciales y turísticos, cuyos dividendos, treinta años después, aun no se traducen en bienestar para el pueblo cubano.

El mercadeo de nuestro suelo patrio como destino de sol para bolsillos foráneos es lo que ha permitido que lo banal y lo material se instauren en nuestra cultura tornando en profano lo que un día fue sacro. El arte sólo lo expresa a través de sus disimiles manifestaciones. Pienso que el que usa la bandera como argumento de protesta, denuncia también la apropiación desmedida de los símbolos patrios por parte del discurso oficial.

La bandera es de todos, por tanto, es un bien común. Nadie puede ser tomado a menos por el uso que un tercero pretenda darle. Un símbolo nacional, en tanto enarbola atributos y valores de toda la nación, no puede valer más que la vida humana, que la libertad. Y no vale ser superfluos en este tema, especialmente cuando hay un poder dispuesto a atomizarte con cualquier pretexto, incluida la ley de símbolos patrios.

Como en la objetivación de Marina Abramovic, vulnerabilidad deviene en injusticia. Más allá de los valores que entrañe cualquier símbolo patrio, lo que realmente debería preocuparnos son los mensajes que nos están enviando los artistas, las rumberas, los venezolanos y los millones de cubanos a través de nuestra bandera nacional: la deshumanización, la violencia, lo superfluo conspiran contra un individuo en total estado de indefensión. El resultado es igualmente espeluznante.

*Carolina Barrero. “Breves apuntes sobre el uso de la bandera en el arte”, en El Estornudo, marzo 12, 2020, disponible en https://revistaelestornudo.com/bandera-arte-luis-manuel.../

**Véase Nussbaum, Martha C. (2006): El ocultamiento de lo humano. Repugnancia, vergüenza y ley, Buenos Aires: Katz.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Annarella Grimal

Annarella O'Mahony (o Grimal). Aprendiz de ciudadana, con un título de Máster otorgado por la Universidad de Limerick (Irlanda). Ya tuvo hijos, adoptó una mascota, plantó un árbol, y publicó un libro.


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