Mientras millones de cubanos hacen malabares para conseguir un paquete de pollo o un litro de aceite, Sandro Castro, nieto del dictador Fidel Castro, volvió a exhibir su vida de privilegios en redes sociales.
En una historia publicada en su cuenta de Instagram, el joven compartió un video con imágenes de una parrillada nocturna frente al mar, en el exclusivo barrio de Miramar, rodeado de amigos, música y abundante comida, bajo la leyenda: “Parrilla Costera. Un clásico cubano”.

El contraste con la realidad del país no podría ser más brutal. En la misma Cuba donde la mayoría de las familias deben estirar las escasas libras de arroz y azúcar que aún reciben por la libreta de abastecimiento, Sandro disfruta de una parrilla con pollo, bebidas y carbón, productos que se han convertido en lujos inalcanzables para el cubano de a pie.
Al fondo de las imágenes se distingue el Hotel Gran Muthu Habana, con sus luces encendidas a todo esplendor, un símbolo del turismo exclusivo que sobrevive en la capital mientras la isla sufre una de las peores crisis energéticas de su historia, con apagones diarios y provincias enteras a oscuras.
El nieto del “estadista” que instauró el racionamiento en 1962, y que prometió “igualdad” para todos los cubanos, parece disfrutar del privilegio hereditario de una élite desconectada de la miseria que dejó su propio apellido. Su “parrilla costera” no es solo una noche de fiesta: es la metáfora viva de una familia blindada ante el hambre, la escasez y el hartazgo popular.
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Mientras los precios de los alimentos básicos continúan disparados —el kilo de pollo supera los 3,000 pesos cubanos y el litro de aceite ronda los 4,000—, Sandro se graba sonriendo, sosteniendo pinzas sobre el carbón y celebrando lo que él llama un “clásico” de la gastronomía cubana.
La actitud de Sandro se suma a una larga lista de gestos frívolos y provocaciones públicas. Hace apenas unas semanas, se burló de la libreta de abastecimiento llamándola “el diario de un vampiro”, en otra muestra de insensibilidad ante la penuria que vive la mayoría.
Su última parrillada en Miramar vuelve a recordar que, en la Cuba real, los herederos del poder no hacen colas ni cuentan libras de arroz. Mientras el país se hunde en la oscuridad y el hambre, ellos se permiten el lujo de reír, comer y posar frente al mar.
El “clásico” cubano: Cocinar con leña, a medianoche e inventar con lo poco que hay
En la Cuba actual, el “clásico” de la gastronomía no es ya el arroz con frijoles o el congrí tradicional, sino el acto de encender fuego con leña o carbón en condiciones precarias.
Ante la escasez persistente de electricidad, gas y carbón, cocinar con madera se ha convertido en la única alternativa viable para millones de familias.
Algunas cubanas muestran cómo improvisan fogones en balcones, patios o la vía pública, recogiendo ramas secas o madera vieja para preparar lo poco que tienen. En Santiago de Cuba, una madre fue captada cocinando con leña en plena calle porque llevaba más de 72 horas sin luz ni gas.
Ese “clásico costero” de Sandro —parrillada frente al mar con abundancia— contrasta violentamente con la realidad que viven muchas familias: cocinar en la madrugada, cuando el apagón permite sólo una ventana de electricidad, para adelantar lo que se pueda, antes de que vuelva la oscuridad.
Tal como relata un testimonio viral: las familias “realizan todas sus actividades cuando hay electricidad, incluyendo cocinar para varios días”.
Hay casos extremos donde el carbón escasea tanto que algunas familias recurren a puertas, ventanas o plásticos como combustible improvisado, exponiéndose al humo tóxico. En Granma, ante el agotamiento del carbón, el gobierno provincial repartió leña para que la gente pudiera cocinar.
La necesidad obliga también a la invención culinaria: platos mínimos, con ingredientes escasos o de mala calidad, solo para que no falte algo caliente en la mesa. No es una opción creativa o cultural, sino una estrategia diaria de sobrevivencia.
Ese contraste —entre el lujo desenfrenado de quienes nunca han pasado necesidad y el ingenio brutal de quienes sobreviven a fuerza de leña y apagones— revela no solo una brecha social, sino una burla cargada de mal gusto.
En medio de apagones que superan 30 horas y alimentos que se descomponen en las neveras apagadas, la parrillada de Sandro Castro frente al mar en el exclusivo barrio de Miramar se vuelve un acto de provocación simbólica.
En ese sentido, la frase “un clásico cubano” cobra ironía amarga: no alude a la tradición compartida, sino a la normalización de una miseria energética cuyo peso recae sobre los más vulnerables.
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