La economía extractiva del exilio: Cómo el régimen cubano vive del dinero de los que huyen del comunismo



Detrás de la llamada “dolarización parcial” aprobada en 2025 y del éxodo masivo de cubanos en los últimos años, se esconde una ecuación moralmente devastadora: el Estado empuja a sus ciudadanos a emigrar para luego vivir del dinero que ellos envían desde el exterior.

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En Cuba, el dólar ya no es el símbolo del imperio o enemigo ideológico, sino tabla de salvación. Pero no para el pueblo: para el régimen.

Detrás de la llamada “dolarización parcial” aprobada en 2025 y del éxodo masivo de cubanos en los últimos años, se esconde una ecuación moralmente devastadora: el Estado empuja a sus ciudadanos a emigrar para luego vivir del dinero que ellos envían desde el exterior.

Desde la legalización del dólar en 1993, durante el Periodo Especial, el poder cubano aprendió una lección que ha refinado hasta el cinismo: la emigración masiva no es un fracaso del sistema, sino una herramienta para sostenerlo.

Hoy, tres décadas después, el régimen totalitario cubano sobrevive gracias a los dólares de los que se fueron huyendo y a la resignación de los que no pudieron irse de la Isla.

La nueva versión del mismo guion

Desde la llegada en 2018 del gobierno de la “continuidad” de Miguel Díaz-Canel, comenzó a agudizarse la crisis estructural y el peso cubano se fue hundiendo sin remedio.

Tras la pandemia y las protestas masivas del 11 de julio de 2021 (11J), el régimen cubano se dejó de veleidades con ordenamientos y reordenamientos, y repitió el viejo guion de los años noventa.


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Primero vino el agraviamiento del colapso económico con el hundimiento del sector turístico; luego el estallido social pos pandémico al que le siguió la apertura de una vía migratoria masiva —esta vez a través de Nicaragua—, y finalmente, la dolarización controlada por el Estado.

El “éxodo de los volcanes”, en alianza con el régimen de Daniel Ortega, permitió que más de 700,000 cubanos abandonaran el país entre 2021 y 2025. Cada uno de ellos representa hoy una doble victoria para el poder cubano: una voz crítica menos dentro de la isla y una fuente potencial de remesas desde el exterior.

En fechas recientes, el gobierno decidió profundizar la dolarización parcial mediante el Decreto-Ley 113, que consolida el uso del dólar y el euro en operaciones estatales, pero mantiene los salarios en pesos cubanos. Es un modelo profundamente desigual: el Estado recauda en divisas, pero paga en una moneda sin valor real.

En este sistema, las tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC) funcionan como aspiradoras de remesas. Las familias reciben dinero desde Miami o Madrid, lo depositan en cuentas electrónicas, y el régimen absorbe cada dólar sin que circule en efectivo. Así, el dinero del exilio se convierte en oxígeno político para el aparato que provocó el exilio.

Una economía de la expulsión

Cuba vive hoy una “economía de expulsión”. El modelo no busca retener a su gente, sino expulsarla estratégicamente para que financie, desde fuera, el mismo sistema que la hizo huir.

El resultado es una sociedad partida en dos: Los que tienen familiares en el exterior (FE) pueden acceder a comida, medicinas o productos básicos en MLC. Los que dependen del salario estatal sobreviven en el margen, atrapados en una economía en pesos devaluados. Los dólares no solo dividen clases: también separan destinos.

El Estado ha logrado convertir la remesa en un sustituto del salario, y la emigración en una política económica funcional. Es un equilibrio perverso: el pueblo se va, pero el régimen se queda con el dinero.

No hay producción, ni reforma, ni productividad. Solo control. Y una maquinaria estatal que se alimenta de las divisas enviadas por una diáspora que trabaja en libertad para sostener, involuntariamente, la falta de libertad en su país.

Dolarización sin política monetaria: Un edificio sin cimientos

El colapso monetario es total. El Banco Central de Cuba mantiene una tasa oficial de 1 dólar por 120 pesos, cuando en el mercado informal la cotización supera los 400. Nadie cree en el peso cubano; nadie ahorra en él.

El gobierno no tiene reservas en divisas ni capacidad para fijar un tipo de cambio real. Por eso la dolarización no surge como una reforma técnica, sino como un reconocimiento tácito del fracaso del modelo monetario socialista.

Sin una política económica coherente, el régimen se limita a administrar la escasez. Recauda divisas mediante el turismo, las remesas y la exportación de servicios médicos; restringe su circulación; y paga en pesos que no alcanzan ni para sobrevivir.

Es un sistema que no genera riqueza, la extrae. Extrae del trabajo de los que emigraron, del esfuerzo de las familias que envían dinero, de la resignación de quienes esperan un milagro económico que nunca llega.

La moral del hambre

Desde un punto de vista ético, la dolarización y la emigración masiva forman parte de un mismo acto de cinismo político: utilizar la necesidad como herramienta de control.

El gobierno cubano no reprime con tanques, sino con precios. Controla a la población no con cárceles, sino con tarjetas MLC.

El ciudadano depende del Estado para comprar arroz o pollo, pero también depende de un familiar en el exterior para tener saldo en su cuenta. De ese modo, el régimen ha convertido la pobreza en un instrumento de gobernabilidad.

La política económica ya no busca el bienestar, sino la docilidad. Y la moral pública se ha degradado hasta aceptar que el hambre y la emigración son parte natural del paisaje.

Mientras tanto, los medios oficiales repiten que la dolarización es “una medida necesaria para ordenar el mercado cambiario”. Pero en realidad, no ordena nada: solo legitima un caótico statu quo que beneficia a las élites extractivas del régimen.

Los cubanos viven entre el dólar que no circula y el peso que no vale, entre la emigración que vacía las calles y las remesas que llenan los bancos.

Un régimen sostenido por su diáspora

La paradoja es brutal: el sistema que más ha expulsado ciudadanos en América Latina sobrevive gracias a esos mismos ciudadanos. Cada dólar enviado desde el exilio sostiene el orden imperante de cosas dentro de la isla.

El régimen cubano no necesita reformas profundas mientras tenga una diáspora que lo financie involuntariamente. No hay política monetaria ni reforma productiva, pero sí un flujo constante de divisas canalizadas por el Estado.

El resultado es un modelo inmoral, económicamente inviable y políticamente cínico: una dictadura financiada por los que huyeron de ella.

La última rendición

La dolarización parcial de 2025 no representa una apertura, sino una rendición. El régimen reconoce que no puede sostener el valor de su moneda ni ofrecer salarios dignos.

Pero, en lugar de reformar su estructura, prefiere dolarizar los precios y mantener al pueblo en pesos. El Estado totalitario ha renunciado a la economía, pero no al poder. Por eso sobrevive: porque controla la desesperación con la misma habilidad con la que administra los dólares del exilio.

En el fondo, la economía cubana ya no es nacional ni racional, sino emocional. Vive del vínculo entre los que se fueron y los que quedaron. Y ese vínculo, manipulado por el régimen, es hoy su principal fuente de supervivencia.

Cuba no se dolarizó por modernidad. Se dolarizó por rendición. Y los cubanos no emigraron por libertad: emigraron porque el Estado los expulsó para poder seguir cobrando en su nombre.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Iván León

Licenciado en periodismo. Máster en Diplomacia y RR.II. por la Escuela Diplomática de Madrid. Máster en RR.II. e Integración Europea por la UAB.


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