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Tragedia de Cuba

La pobreza económica va acompañada de una crisis de valores que degenera a la nación, incluidos emigrantes e intelectuales.


Este artículo es de hace 3 años

"La calle es para los revolucionarios", repite Miguel Díaz-Canel y el General de Ejército Raúl Castro Ruz ordenó al ejército reprimir a "coleros y acaparadores", anuncia Manuel Marrero Cruz; en sendas manifestaciones de miedo, que confirman la gravedad de la tragedia de Cuba, donde el miedo estremece al Palacio de la Revolución.

La novedad es el uso del ejército en la represión popular, que es un reconocimiento tácito de que la escasez empeorará en lo que queda de año, aunque habrá que ver qué militares se prestarán al escarnio de su pueblo.

Lógicamente, la mayoría de los cubanos no considera culpable de su situación a los coleros y acaparadores ni a Donald Trump, porque su dura vida les ha enseñado a leer al revés los discursos oficiales, repletos de mentiras, medias verdades y excesivo entusiasmo delirante.

Otra contradicción más del tardocastrismo, quienes "controlarán" colas y robos serán soldados, clases y oficiales de menor rango. O sea, pobres contra pobres y pícaros; mientras la cúpula de GAESA, encabezada por el General de Brigada Luis Alberto Rodríguez López-Calleja seguirá sin necesidad de hacer colas para comprar alimentos, pero acaparando todo el sector exterior de la economía y revendiendo comida, medicinas y otros artículos de primera necesidad con márgenes comerciales de hasta un 300%.

Las nuevas brigadas civiles anticoleros forman parte del alboroto tradicional del castrismo que, como Napoleón Bonaparte, sabe que movilizando a la tropa, se le priva de pensar y experiencias similares como aquellos trabajadores sociales capitaneados por Otto Rivero, que un día asaltaron las gasolineras por orden del Comandante en Jefe, debutando con estruendo y acabando en silente fracaso, por orden de Raúl Castro Ruz.

Los 22 mil cubanos que se han prestado a semejante afrenta, incluidos los que fingen, confirman que Cuba padece una tragedia por culpa de la corrupción sistémica generada por la élite verde olivo. Corrupto no es solo quien acapara y revende, como López-Calleja, sino también quien agrede a sus hermanos de desdicha y hambre.

El castrismo siempre premia el esfuerzo; nunca resultados y menos si son positivos y benefician a la población. ¡Cuántas veces en la larga marcha hacia la derrota final!, no se habrá escuchado las frases de "la compañera se esforzó... el compañero está haciendo el esfuerzo necesario! y así hasta un año que se llamó del "esfuerzo decisivo" y vamos que si decidió; desde entonces, no ha parado de crecer la pobreza en Cuba.

Con la nueva dicotomía, el tardocastrismo establece dos clases de militares, los que obedecen y malviven en pesos cubanos, robando de los almacenes y en economía informal de trueque, y los que mandan y viven a todo dólar en mansiones de lujo, mientras La Habana, Cienfuegos y otros sitios se caen a pedazos y 122 mil familias viven en casuchas con pisos de tierra.

El general López-Calleja está faltando a su añejo juramento matutino de ser como el Che y ha devenido en el Marqués de Carabás insular, asistido por su gato con botas, Manuel Marrero Cruz, que es el primer Máster en colas de Cuba; no hay quien pronuncie mejor, ¡Quién es el último!, que el primer ministro, que -en otro día de estrellato- sentenció: El problema no es la cola, sino cómo se organiza la cola.

El problema es usted, Don Manuel y sus compañeros de gobierno, que han tenido que tragar incluso con su ascenso por imposición verde oliva, pese a su nefasta gestión en Turismo. Como usted organice las colas de Cuba como gestionó el ministerio, el desastre está asegurado. ¿Qué pensarán sus mentores de Meliá? Esos neoliberales, gente sin alma; ¿aseguran ustedes?

Pero si tan mala está la cosa, con vaciar las tiendas dolarizadas por decreto gubernamental y vender esos productos a precios de mercado mediante la Libreta de racionamiento con cuotas per cápita, se acabarían las colas y los acaparadores callejeros que tanto molestan al pueblo, según la verborrea tardocastrista.

El doctor Durán agradecería el gesto porque la reducción de aglomeraciones públicas, rebaja las posibilidades de rebrote de ese coronavirus tan selectivo, que solo viene de Estados Unidos y ataca en fiestas de pobres y bembés de santeros, mientras que a los generales y doctores no los pican los mosquitos, tan alérgicos al aire acondicionado y la vaciladera de comunismo de compadres.

En una "Mesa Redonda", el propio ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, avisó que no habría abundancia y que su gobierno no podrá cubrir toda la demanda de alimentos, medicinas y otros artículos de primera necesidad; esa es parte de la verdad, dura, pero cierta.

Díaz-Canel, que cuando se altera se vuelve torpe como un pestillo, tildó a sus adversarios de "enjambre anexionista". Cuando uno ostenta una responsabilidad pública, debe evitar las simplonerías. Serénese y piense, Don Miguel.

¿Cómo se le ocurre, señor presidente, hablar de anexionismo si usted promovió y ampara un sistema comercial y bancario que persigue el acaparamiento del dólar norteamericano que, entre otros inconvenientes generará una notable devaluación del peso cubano? ¿O fue otra ocurrencia de los militares para seguir siendo los reyes del mambo? Discrepe.

Ser su adversario político no implica ser anexionista; su gestión de gobierno demuestra una clara voluntad política de reforzar la dependencia económica de Estados Unidos y de la solidaria y generosa emigración cubana, pero tiene la indecencia de acusar a otros cubanos de profesar lo que usted practica a diario.

Ya sabe usted la poca simpatía que despierta en determinados círculos verde oliva y en el bloque inmovilista del partido comunista, su carrera política ya no depende del dedo de Raúl Castro Ruz, sino de su capacidad para gobernar escuchando y de asumir riesgos en favor de la gente sencilla, a la que usted se debe por origen, coherencia y necesidad de sobrevivir políticamente.

Las críticas y choteo a usted, a su señora esposa y los hijos de ambos no salen de esa ocurrencia diversionista suya de "matriz de opinión" enemiga; sino de quienes los vigilan por orden de Raúl Castro Ruz, aunque usted deba fingir que no oye la música de las alambradas que han tejido en torno suyo los trincas de la Contra Inteligencia.

No se equivoque, Don Miguel, usted es un intruso necesario en Castro S. A., pero solo un empleado de lujo y, cuando lo consideren conveniente, lo despedirán, como hicieron siempre con sus sirvientes, desde Che Guevara hasta Carlos Lage Dávila.

Su acierto, Don Miguel, está en la capacidad de gobernar con sensatez y de acercarse a los suyos, los cubanos de a pie, esos seres anónimos que soportan pobreza y humillaciones constantes; mientras más se aleje usted de ellos y pretenda mimetizarse entre los mandantes reales del castrismo más estará avanzando por el camino de su perdición.

Fidel Castro Ruz, que no daba puntada sin hilo, decía que en el pueblo había grandes reservas morales; y las hay, aunque no se vean porque los cubanos pobres y nobles, que son aplastante mayoría, no pueden ser todavía mejores porque luchan diariamente por su supervivencia para poner un plato de comida en la mesa familiar.

Una vez que asuma usted el cargo de Primer Secretario del hegemónico Partido Comunista de Cuba (PCC) habrá llegado la hora de equilibrar la balanza con los militares, sin pasarse porque cuando negocie con los norteamericanos, exigirán interlocución con los uniformados, creyendo, en ocasiones erróneamente, que los guardias son garantía de orden.

Sea generoso, Don Miguel, pero no consienta que ese diálogo ocurra con todo el poder económico en manos verde oliva porque entonces usted será prescindible para los yanquis, al ver que figura, pero no manda ni controla nada. Siga ordenando -"sin consultar"- comprar pollo para los cubanos.

Su coyuntura es muy complicada, Don Miguel porque Cuba está al borde del default y padece una crisis de valores que incluye la imposición de una indigencia ética y cultural que contamina a toda la sociedad, incluida la intelectualidad y la emigración. Pero todos esos oprimidos, incluidos los simuladores, no se creen un átomo del maniqueo discurso oficial.

La imposición de la violencia revolucionaria en todos los ámbitos generó un "Hombre nuevo" simulador, relativista moral, oportunista y acobardado políticamente que se crece solo ante quienes discrepan del discurso oficial y en las redes sociales, aunque en Cuba no discutieron ni de pelota.

Otra letanía predilecta y errónea del discurso predominante, es que la oposición son pequeños grupos divididos en busca de dólares norteamericanos, ¡la vida nos depara sorpresas, Don Miguel, usted ha acabado forrajeando dólares del imperio, como dice usted que hacen sus oponentes políticos. Debe ser que no hay nada más parecido a un cubano empobrecido que un presidente empobrecedor.

Grupos pequeños fueron también los luchadores antibatistianos de la resistencia urbana y como ocurrió en el encuentro aquel de Fidel y Raúl en Cinco Palmas que dejó la frase: Ahora si, ganamos la guerra, porque habían reunido siete fusiles. El Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez está vivo, pídale que le cuente, como consiguió reunir a la mayor cantidad de asaltantes al Moncada, por ejemplo.

La mayoría de los cubanos no apoyó a la revolución hasta que no triunfó y los veteranos combatientes lo saben. El tardocastrismo, señor presidente, no cuenta con el apoyo entusiasta y suicida de la mayoría de los cubanos al monólogo totalitario de Fidel Castro Ruz.

Señor presidente, abandone usted la pituita de que "la calle es para los revolucionarios" que, referida a las universidades, sirvió de orden para periódicos procesos de limpieza ideológica, premiando la abyección, como ocurrió en su etapa de ministro de Educación Superior. ¿Recuerda?

Claro que la calle, que está malísima, es para los revolucionarios; señor presidente. Las personas decentes circulan por las aceras, que también están en candela por el general deterioro que asola a Cuba y que usted prometió revertir con un socialismo ¿próspero y sostenible?

Ese es su camino, Don Miguel, y no la guapería insensata de los últimos tiempos que solo traerá mil congojas porque Europa, Naciones Unidas, Canadá y Estados Unidos está harta de todos ustedes y de sus planes de posposición del futuro inevitable.

Señor presidente, trabaje por arreglar Cuba, incluidas sus calles y aceras, y no siga ofendiendo a las víctimas, que los cubanos sufren, pero no son tontos y saben que, antes de la revolución, en cualquier bodega de esquina un pobre podía tomarse una cerveza fría que lo aliviase del calor sofocante.

Y los cubanos empobrecidos por decreto, también tienen memoria afectiva para evocar calles como Amargura, Soledad, Cárcel, Cacique; en su natal Placetas, Muralla, Teniente Rey, Zanja, Mercaderes, Porvenir y Libertad.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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