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El estadio Jesús Suárez Gayol, símbolo del béisbol en el municipio de Mariel, provincia de Artemisa, y cuna de talentos como Jonder Martínez y Miguel Alfredo González, se ha convertido en escombros tras décadas de abandono y el golpe definitivo del huracán Rafael.
Construido entre 1970 y 1982, el Suárez Gayol fue uno de los estadios mejor equipados de la desaparecida provincia de La Habana (a partir de 2011 se dividió en Artemisa y Mayabeque), con alumbrado artificial y capacidad para series nacionales de béisbol.
Durante su historia surgieron figuras destacadas del deporte cubano, pero la cercanía al mar y la falta de mantenimiento deterioraron su infraestructura con el paso del tiempo, lamentó a través de su perfil en Facebook Dporto Sports LLC el periodista deportivo cubano Yasel Porto.
Recordó que a partir de 2012 se hicieron intentos de restauración que no prosperaron. En 2019, la estructura aún permitía realizar eventos de softbol de prensa, pero hoy las gradas han desaparecido y la instalación es irreconocible.
El huracán Rafael, hace tres años, terminó de agravar la situación.
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El deterioro del Suárez Gayol no es un caso aislado. Otras instalaciones deportivas que están o van por ese mismo rumbo como las de Baracoa (Guantánamo), Manzanillo (Granma) y Puerto Padre (Las Tunas), también han sufrido el abandono y la pérdida de infraestructura, evidenciando un patrón que limita la formación y el futuro de atletas cubanos.
De acuerdo con Porto, “el deporte cubano, en el mayor porciento de los elementos que lo han conformado, hoy es más pasado que presente, y más presente que futuro”.
A su juicio, a pesar de la pésima economía y la falta de espacios, talentos siguen emergiendo, aunque la desidia estructural plantea un límite inevitable para el desarrollo del deporte en la provincia y el país.
Resulta alarmante la cantidad de espacios públicos, sitios patrimoniales o lugares emblemáticos en Cuba, abandonados y condenados a desaparecer por un sistema incapaz de preservarlos, sumidos en la indiferencia oficial y la resignación ciudadana, ya acostumbrada al deterioro en medio de la crisis económica.
El campismo San Pedro, en la propia Artemisa sufre deterioro y abandono institucional, con solo la mitad de sus cabañas operativas. Los problemas incluyen vandalismo, ocupaciones ilegales y falta de recursos.
Y en Guanajay, el Museo Carlos Baliño, declarado Monumento Nacional, no ha logrado reabrir sus puertas tras seis años de cierre.
El cementerio San Rafael, en la ciudad de Guantánamo, muestra tumbas agrietadas, lápidas ilegibles o completamente destruidas, así como mármoles corroídos en los sepulcros donde descansan los restos de héroes del Ejército Libertador, un reflejo de la dejadez institucional, el desconocimiento ciudadano y el vandalismo sistemático de un lugar patrimonial.
Otro ejemplo es la imprenta El Arte, en Manzanillo, uno de los símbolos culturales más importantes del oriente cubano, que agoniza en el abandono, mientras su legado histórico y editorial se desmorona ante la indiferencia estatal.
El aeropuerto Máximo Gómez, de Ciego de Ávila, construido con más de 100 millones de pesos, es hoy una ruina sin vuelos ni propósito, donde se sepultó una inversión pública bajo el peso de la desidia y el absurdo.
En el municipio de Marianao, el antiguo hipódromo Oriental Park, símbolo del esplendor habanero, terminó como almacén estatal entre escombros.
El otrora Casino Español de La Habana, en el municipio de Playa; el emblemático Teatro Musical de La Habana y el antiguo Hotel Venus en Santiago de Cuba, son otros de los muchos ejemplos de joyas culturales y arquitectónicas destruidas.
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