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Carolina Barrero, historiadora del arte y activista cubana en el exilio, ha vuelto a sacudir el debate público al criticar duramente al trovador Silvio Rodríguez tras su más reciente concierto.
En un mensaje difundido en redes sociales, la opositora cuestionó que el cantautor usara símbolos de otro país en el escenario, en lugar de la bandera nacional, en un contexto donde —según recordó— hay presos en Cuba por desplegar la enseña patria.
“¿Por qué no se pone la bandera de Cuba? ¿En Cuba hay personas presas por usar nuestra bandera como Luis Manuel [Otero Alcántara] y la mambisa Agramontina?”, escribió. Para Barrero, el gesto de Silvio no es un acto de solidaridad legítima con los palestinos, sino “una instrumentalización política de la tragedia, descaradamente evidente”.
La activista, que desde hace años ha denunciado la represión del régimen cubano y se ha convertido en una de sus voces críticas más visibles en el exterior, acompañó su reproche con un diagnóstico sombrío de la realidad nacional.
Aseguró que la crisis humana y social que atraviesa la isla “supera a casi todos los países del hemisferio”, marcada por el hambre, la escasez, la enfermedad, el desamparo y una represión constante. En su opinión, no se trata de un destino inevitable ni de un problema externo, sino de la “naturaleza extractiva de la élite con la que Silvio se codea y a la que protege”.
En ese sentido, Barrero señaló directamente a GAESA, el conglomerado militar que controla buena parte de la economía cubana, y sostuvo que sus arcas son lo suficientemente abundantes como para resolver la crisis energética y el hambre de millones de cubanos, pero se emplean con fines de enriquecimiento y control político.
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La crítica a Silvio se inserta en una narrativa coherente con las denuncias que Barrero ha sostenido en los últimos meses.
Hace poco acusó al grupo militar GAESA de manejar alrededor de dieciocho mil millones de dólares que no se destinan ni a salud ni a electricidad, y reclamó que la Unión Europea adopte sanciones directas contra la cúpula del Partido Comunista para frenar la impunidad del régimen.
En su discurso, el contraste entre símbolos oficiales y carencias cotidianas es central: la bandera, la poesía o el discurso artístico carecen de valor si no se corresponden con un compromiso real con el pueblo.
Barrero subrayó que no se trata de un debate sobre si los artistas tienen derecho a ser neutrales. A su juicio, esa neutralidad es una falacia.
“Dicen algunos que Silvio no tiene por qué tener una postura política siendo artista, no hay mayor falacia que esta idea. Su postura política es clarísima, y está del lado de la tiranía”, afirmó.
Con estas palabras, la historiadora apuntó a lo que considera una ambigüedad calculada del trovador, un juego de equilibrios que, en la práctica, termina alineándolo con quienes sostienen el sistema.
Las palabras de Barrero se enfrentan a la figura compleja de Silvio Rodríguez, que en los últimos tiempos ha lanzado críticas inusuales hacia el gobierno cubano.
El propio trovador ha reconocido el desgaste material y espiritual de la nación, la necesidad de mayor diálogo y sinceridad, e incluso ha reprochado la ostentación de las élites en medio de la pobreza.
Sin embargo, nunca ha renegado de su identificación con la llamada "revolución cubana", y en varias ocasiones ha insistido en que el socialismo le sigue pareciendo una alternativa más humana que el capitalismo. Esa tensión entre la lealtad a los ideales y las críticas al presente es la que alimenta debates como el que ahora agita Barrero.
La activista, que ha convertido su exilio en plataforma de denuncia, insiste en que el tiempo de la ambigüedad se acabó. Para ella, los artistas cubanos no pueden sostener símbolos ajenos mientras su propio país se hunde en la escasez y el miedo.
La poesía, dijo, “se le devuelve como un espejo al trovador para mostrarle su propia deformidad”. En ese espejo, Barrero ve a un Silvio que sigue eligiendo estar del lado del poder, aunque cante verdades incómodas.
Su reproche revela algo más profundo: la exigencia de coherencia entre la voz pública y la realidad que viven millones de cubanos.
En ese terreno, Barrero no concede márgenes. La solidaridad internacional, afirma, solo tiene sentido cuando no se convierte en coartada para desviar la mirada del hambre, la represión y la falta de libertades dentro de Cuba.
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