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En Cuba hoy no gobierna un bloque único y coherente, sino un triángulo de poder que se vigila, compite y se estorba mientras comparte una misma obsesión: controlar el Estado, la divisa y la sociedad, manteniendo a toda costa la primacía de la empresa estatal socialista y el monopolio sobre los dólares que entran al país.
La apertura al sector privado, las promesas de “ordenar” el mercado cambiario o de “modernizar” la economía funcionan, en ese contexto, más como maniobras tácticas que como un cambio de paradigma: espejismos necesarios para ganar tiempo en medio del colapso, sin renunciar al sueño de volver a un esquema de tiendas en divisas y remesas canalizadas exclusivamente por conglomerados estatales y militares.
El primer vértice de este triángulo es la cúpula político-militar articulada alrededor del complejo empresarial de GAESA, que controla las FAR, el turismo, comercio exterior, banca en divisas y buena parte de las remesas oficiales. Este bloque no gobierna pensando en eficiencia económica o bienestar ciudadano, sino en que ningún dólar circule sin pasar por sus canales, lo que explica la ofensiva contra redes de “financistas” en el exilio y esquemas paralelos de remesas que, según datos oficiales, ya mueven la gran mayoría del dinero que no entra por FINCIMEX u otras entidades del Estado. El resultado es un sistema donde la cúpula ha perdido gran parte del control efectivo de las remesas, pero en lugar de adaptarse, pretende reabsorberlas a golpe de decretos, campañas mediáticas y operaciones policiales.
El segundo bloque es el aparato tecnocrático-económico: Banco Central, ministerios y economistas oficialistas que reconocen el desastre, hablan de un mercado cambiario que “no funciona” y prometen “recuperar el control del dólar” con nuevos mecanismos de cambio “flexibles” o “más realistas”. Son los que explican en programas y espacios oficiales por qué la inflación se dispara, por qué el peso se hunde y por qué la economía está dolarizada de facto, pero nunca cuestionan el dogma de que la empresa estatal debe seguir en el centro ni el dominio de GAESA sobre la economía en divisas. Su margen de maniobra es mínimo: proponen “entrar al juego” del mercado informal de divisas para atraer remesas y dar oxígeno a las mipymes, mientras otro vértice del poder convierte en delito, literalmente, a muchos de los actores que sostienen ese mercado real.
El tercer vértice es el aparato represivo: Ministerio del Interior, Seguridad del Estado, fiscalía y tribunales, convertidos en brazo económico de la represión a través de investigaciones por “tráfico ilegal de divisas”, “financistas” en el exterior y redes de remesas alternativas que operan entre Miami y varias provincias cubanas. En los expedientes se ve con claridad cómo se criminaliza a quienes captan dólares fuera de la isla y los convierten en pesos dentro de Cuba, abastecen mipymes con mercancías importadas por vías no estatales o pagan a proveedores usando canales paralelos de pago e importación, precisamente porque el sistema bancario oficial es incapaz de hacerlo con eficacia y liquidez. Este aparato no está diseñado para resolver la crisis, sino para castigar cualquier circuito económico que escape al control directo del Estado-GAESA, aunque de ese circuito dependa la sobrevivencia diaria de millones de cubanos.
Los tres polos confluyen en dos puntos esenciales: todos quieren conservar el poder político sin controles y todos consideran a la empresa privada un “mal necesario” que, en el mejor de los casos, debe vivir subordinado al Estado, y en el peor, puede convertirse en enemigo si gana demasiada autonomía.
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De ahí la doble narrativa: se anuncian facilidades para mipymes, inversiones y mercados mayoristas, mientras se persigue con saña el mercado informal de divisas, se procesan judicialmente a empresarios que trabajan con financistas y se refuerzan las tiendas en divisas bajo control de GAESA, con la mira puesta en recentralizar remesas y consumo como en anteriores etapas de “dolarización por arriba”. La empresa privada es tolerada porque no hay otra fuente de oferta interna, pero se le recuerda constantemente que vive en terreno prestado y revocable.
La falta de una política común entre los tres bloques agrava el desastre. La cúpula político-militar necesita divisas y cierta actividad privada, pero bloquea cualquier mecanismo que le reste intermediación; los tecnócratas hablan de mercados cambiarios “más realistas” mientras el aparato represivo desarticula a quienes los hacen posibles; y la población queda atrapada entre pesos devaluados, dólares inalcanzables y una represión financiera cada vez más agresiva.
Las consecuencias de esta nueva cacería de brujas no van a estallar en diciembre: diciembre ya está “comprado” porque las mipymes se abastecieron para la campaña de fin de año. El daño de verdad viene después. Las irrupciones, a manos del MININT, del mercado irregular cambiario ha hecho que muchas Mipymes reduzcan o se vean forzdas a reducir las importaciones de alimentos para el próximo año. Esto se va a notar en los primeros meses de 2026, cuando empiecen a vaciarse los mercaditos y bodegones que hoy sostienen la inmensa mayoría de la oferta.
Ahí llegará el golpe: menos comida, menos variedad, más precios y más desesperación. Y mientras quienes mandan en Cuba sigan peleándose por el control y los dólares, actuando sin rumbo común y sin una apertura económica y política real, el país no sale del hueco: se queda atrapado en una crisis permanente, cada vez más profunda.
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