Una turista rusa denunció públicamente su amarga experiencia en un hotel cinco estrellas en Cuba, donde esperaba disfrutar de unas vacaciones de lujo y terminó enfrentando condiciones indignas que han dejado en evidencia la profunda crisis del turismo en la isla.
La mujer, entrevistada por el medio ruso ABN 24 News, relató con indignación cómo lo que parecía ser un resort de alto estándar era, en realidad, un lugar “en ruinas”, aunque sin especificar el hotel dónde se alojó.

“Los grifos goteaban, los secadores no funcionaban y las áreas comunes estaban visiblemente sucias”, afirmó. A esto se sumaba la presencia constante de insectos, un detalle que terminó por colmar su paciencia.
Pero si algo la impactó especialmente fue la calidad de la comida. “En la cocina se mezclaban platos frescos con los de ayer y anteayer. Tratan a los turistas como cerdos”, declaró molesta.
La mujer también se quejó del acceso limitado al agua potable. Apenas 1.5 litros diarios por habitación, una cantidad que solo se garantizaba a quienes pagaban dos o tres dólares adicionales. “Ni siquiera el agua estaba incluida. Me sentí estafada”, confesó.
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Las quejas de turistas sobre los servicios en Cuba no son nuevas, pero en los últimos años se han vuelto más frecuentes, más visibles y más graves. Los testimonios coinciden en señalar un deterioro progresivo de la infraestructura hotelera, la mala calidad de la comida, la falta de higiene y el trato poco profesional, incluso en instalaciones que ostentan la categoría de cinco estrellas.
Estas denuncias no provienen solo de visitantes ocasionales, sino también de turistas frecuentes que han visto cómo la experiencia de viajar a Cuba ha empeorado a pesar del alto costo.
En junio de 2024, un turista canadiense denunció públicamente las pésimas condiciones del hotel Barceló Solymar en Varadero, calificando su estancia como “la peor experiencia de su vida”. Se quejó de comida cruda con piedras, habitaciones deterioradas y un trato desatento.
Meses después, en diciembre, un turista español expuso las carencias del emblemático hotel Casa Granda en Santiago de Cuba, donde no había ni agua ni limones, y lo que figuraba en el menú no coincidía con lo que realmente se servía.
A estas denuncias se suman las de turistas rusos, quienes en varias ocasiones han expresado su malestar por la calidad de la comida en los hoteles y el trato recibido, hasta el punto de que medios rusos han recomendado a sus ciudadanos evitar alojamientos con chefs cubanos.
Otros incidentes más delicados han incluido problemas de salud y seguridad. En febrero de 2025, una turista canadiense sufrió una fractura de cadera en Holguín y fue atendida en condiciones sanitarias deficientes, con barreras de comunicación y falta de seguimiento médico.
Por otro lado, influencers australianos denunciaron en mayo de ese mismo año haber sido víctimas de extorsión en La Habana tras ser inducidos a consumir mojitos caros.
También se han reportado asaltos a turistas rusas en la capital y robos a visitantes colombianos, hechos que han generado preocupación por la inseguridad creciente en zonas turísticas.
Estos testimonios evidencian una crisis estructural que afecta la imagen de Cuba como destino turístico. Mientras el gobierno promueve el turismo como una fuente clave de ingresos, las experiencias de quienes llegan a la isla revelan profundas contradicciones: instalaciones obsoletas, escasez de insumos básicos, precios elevados, y una calidad de servicio que dista mucho de lo prometido.
La indignación de los visitantes se suma a la frustración de muchos cubanos que ven cómo el país intenta sostener un modelo turístico insostenible en medio del colapso económico generalizado.
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