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La algarabía por la censura habitual y un beso gay robado silencian la Cuba dolorida y fragmentada

Reflexión, prudencia y miedo como ingredientes del escaso debate público en Cuba.

Rafael Hernández (de pie) y el panel de Último jueves © Último Jueves
Rafael Hernández (de pie) y el panel de Último jueves Foto © Último Jueves

Este artículo es de hace 4 años

La algarabía que llega de La Habana trae ecos de la vieja censura totalitaria y verde oliva y un beso gay robado a los televidentes cubanos, como maniobras de distracción frente a la gravedad de la crisis económica que afecta la vida diaria de las personas y la escasa legitimidad de los gobernantes continuistas, sorprendidos por la reacción europea al enjuiciamiento de José Daniel Ferrer y el posicionamiento de la ONU, por boca de Michelle Bachelet, en materia de Derechos Humanos.

Una Cuba real, alejada de los estereotipos de ambas orillas, aflora constantemente desbordando los estrechos límites de la conveniencia comunista con su viejo discurso de difuntos y flores; pero el poder facilita la amplificación de debates tolerados para intentar silenciar la desigualdad económica, la pobreza y el incremento de la represión política.

La revista Temas y su espacio de debates mensuales Último jueves, que anima el profesor Rafael Hernández, marcan claramente los límites del debate de los asuntos públicos en Cuba, donde los censores acaban de suspender la Muestra de Cine Joven y eliminar una escena con beso gay en una película emitida por la televisión oficial.

Hernández debió olerse la tostada y, antes de abrir el debate al público, afloró su inconsciente reprimido: "Esto no es una barricada, esto no es Facebook", sentencia que repitió por dos veces para marcar los límites del debate posible y que luego retomó, tras la intervención de Mónica Baró sobre el asedio de las autoridades a los periodistas independientes.

Baró quizá se excedió con larga introducción a su pregunta de una contundencia inapelable: ¿Podemos los periodistas independientes contar con la solidaridad de los colegas oficialistas? En la mayoría de los debates cubanos, incluso en los turnos de preguntas y respuestas, la mayoría de los participantes suelen hacer extensas declaraciones con abundancia de matices, que en ocasiones -no fue este el caso- enturbian la comprensión final del mensaje.

En el debate del jueves 27 de febrero se produjeron dos hechos alentadores, las intervenciones de Mónica Baró y Luz Escobar y algunas pinceladas de Armando Franco, Eric Carballoso y Yesley Carrero, cuyos apuntes contrastaron con la vigilancia del moderador, la corrección de Marina Menéndez y la cobardía de Patrick Oppmann, otro de tantos norteamericanos que disfrutan de la democracia de su país, pero en Cuba callan.

Aunque no fue objeto del panel, el ambiente colateral ya estaba cargado por la suspensión de la Muestra de Cine Joven y la destitución de su directora Carla Valdés, como consecuencia de le censura al documental Sueños al Pairo, de los jóvenes realizadores José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado, sobre el silenciamiento del trovador Mike Porcel hace 40 años.

El Comité Central del partido comunista, a través de sus comisarios políticos designados en la televisión oficial, censuró oportunistamente un beso gay de la película Love Simón, generando la convocatoria de una besada gay frente al Instituto Cubano de la Radio y la Televisión (ICRT) para este domingo, que ojalá no se convierta en otro esfuerzo baldío y melancólico.

Nada nuevo bajo el sol de la patria que nos contempla orgullosa, pues en octubre de 2012, el aparato ideológico comunista censuró un videoclip de Ian Padrón sobre una canción de Descemer Bueno y el dúo Buena Fe por culpa de un beso lésbico y, en mayo de 2019, una marcha de protesta de la comunidad LGTBI+ cubana por la suspensión de la Conga anual que venía celebrando el CENESEX, agitó las aguas del Paseo del Prado.

Nuestros materialistas dialécticos son tan ocurrentes que consiguen, inspirados en la ternura marxista-leninista, hasta renovar la confianza de los sectores más inmovilistas de la Iglesia Católica en el Buró Político del Partido Comunista de Cuba, experto en autos de fe al derecho y al revés.

Ya sabéis que la culpa de todo lo malo, incluida la intensificación de la represión política y la censura cultural, es de Donald Trump, y mientras La Habana tenga ese comodín enfrente, el compañero Rafael Hernández y demás funcionarios de la domesticada cultura oficial tendrán que seguir jugando con la cadena, pero nunca con el mono.

Trajines en los que Hernández tiene acreditada pericia, pues este febrero bisiesto, sin ir más lejos, provocó -sin querer- el sobresalto del jueves 27, pero días antes había elegido a Iroel Sánchez para que presentara el último número de Temas, elección que equivale a invitar a Adolf Eichmann a Yom Kipur.

Pero tampoco hay que comprar de golpe y sin meditar toda proyección habanera, porque resulta curioso que todo esta algarabía censora y sus posibles respuestas ocurren en medio del estrepitoso silencio oficial sobre el juicio a José Daniel Ferrer, cuestionado por Estados Unidos, la Unión Europea, Naciones Unidas, la oposición y el periodismo independiente cubanos.

Los muñequitos de La Habana son expertos en maniobras de distracción, meras cortinas de humo para que el personal, incluidos los gays y lesbianas procastristas tolerados, aunque igual de despreciados, ponga el grito en el cielo por un beso robado y la zona crítica del pensamiento cubano reaccione a la censura de un corto de una tropelía, cuatro décadas más tarde.

Así mismo ocurrió cuando unos aguerridos intelectuales, censurados por Luis Pavón, Jorge Serguera y Armando Quesada, promovieron la escaramuza de los emails, fingiendo alarma por la reaparición del trío en un programa de la televisión cubana y evitando en todo momento responsabilizar a Fidel y Raúl Castro Ruz de la decisión de censurar y parametrar todo lo que consideraran fuera de la revolución.

El comandante en jefe había pedido perdón públicamente a través de sus conversaciones para un libro con Ignacio Ramonet y asistiendo a la inauguración de una estatua de John Lennon en un parque del Vedado, pero ni así se atrevieron los atropellados a señalar a los verdaderos responsables y se consagraron a hincar sus mellados dientes en la carne flácida.

La cobardía y la omisión selectiva facilitan que el poder siga avanzando en el perfeccionamiento del modelo que incluye el machaque de Ferrer, otros 120 presos políticos, opositores, activistas y periodistas, la desigualdad económica y la orden permanente de desmayar al que se pase de rosca.

Tanto hemos cambiado que ya muchos médicos evitan mirar a los ojos de sus pacientes para auscultar posibles dolencias y enfocan sus manos a ver que traen de regalo; terrible drama y no esa bullita de censores y censurados que -dolorosamente- es cíclica en el escenario cubano.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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